Capítulo 39

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Henry me enseñó más cuadros sobre su familia y otros que nunca había visto ni oído hablar sobre ellos.

Su expresión se mantuvo suave y estuvo en verdad atento a lo que yo decía.
Cuando el cansancio fue más evidente en mi cuerpo, decidimos regresar.

Estoy sentada sobre la cama mientras le miro moverse de un lado para otro por la habitación.

Este hombre tiene demasiados secretos.
Secretos que se niega a revelar y que están volviéndome loca.

—Henry —le llamo y al escuchar su nombre, se detiene y me voltea a ver—. ¿Qué sucede?

—No encuentro mi ropa —se excusa y sé que no es eso.

Me levanto de la cama y con paso decidido, me muevo hasta donde se encuentra y girándolo, poso mis manos sobre sus hombros, deteniéndolo.

—¿Qué demonios te sucede? —vuelvo a preguntar y le noto tenso bajo mis manos—. Déjame ayudarte. Si tú no te abres a mí, no podré conocerte y será más difícil para los dos.

Alzo mi mano de su hombro hacia su mejilla y cuando mi piel está a punto de tocar la suya, se separa rompiendo mi agarre.

—Perséfone, no... —comienza a decir y mis ojos se abren como platos.

Una expresión de horror se instala en la suya, pero el daño ya está hecho.
Una expresión de dolor cruza por mi rostro y sin poder contenerme más, estallo.

—¿Tanta repugnancia te causo? ¿Tanto..., sufrimiento? —digo con la voz temblorosa mientras aprieto mis puños a mis costados—. Lo lamento por no ser ella. Lamento que te haya dejado, pero déjame decirte algo, Henry: ella nunca te amó. Te hizo creer que sí, pero solo deseaba sentirse poderosa, solo quería el inframundo. Es la persona más vil y despiadada que alguna vez haya conocido en mi vida; y a pesar de eso..., aún la sigues amando.

—No, Layla. No lo entiendes. Ella...

—¿No lo entiendo? —repito y mi voz sube varios niveles—. ¡Cómo quieres que te entienda si cada vez que trato de acercarme me rechazas! Dejé mi vida, dejé a mi madre por ti. Me entregué a ti en cuerpo y alma para buscar algo que..., qué ni siquiera sé si existe. Todo para salvarte. Y tú solo..., tú solo...

—La verdad no espero que lo entiendas, Layla. Pero no esperes algo de mi. Una vez amé, y sí, puede que ella no me haya correspondido, pero aún así la amé como nunca he amado. Y la seguiré amando. Desde un principio no quería tu ayuda, estaba dispuesto a abandonar todo, pero Hestia insistió. Ella es el motivo por el cual tú estés aquí el día de hoy parada frente a mis ojos. Ella dijo que podías salvarme, pero desde que he estado contigo, no te he visto hacer nada más que tirarte a los brazos de Morgan.

—¿De qué demonios estás hablando? ¡Morgan no tienen nada que ver!

—Oh, sí, que lo tiene que ver todo aquí. Él fue el motivo por el que Perséfone dejara de amarme. Y cuando Demeter me maldijo y el consejo mandó a Eros..., ¿quieres saber la jodida verdad? Pues bien, aquí te van algunos de mis secretos —susurra—. Morgan. Tu dulce y precioso Morgan tuvo un amorío con Perséfone, mi esposa. Un amorío que duró varios siglos hasta que murió bajo el rayo de Zeus. Cuando mi hija murió, y Perséfone dejó de amarme, solo quería huir de este lugar. Pero Hestia me lo impidió. No pensaba dejar que el inframundo cayera en manos de ella. Y cuando me negué, Demeter me maldijo: dijo que aquella persona que me salvaría, aquella vida, debía estar dispuesta a dejarlo todo por mi. Debía ofrecerme a mí en cuerpo y alma. Debía abandonar a quien más amaba. Una vida por otra vida. Y no es que te rechace, Layla. Cada vez..., cada vez que me tocas, es doloroso. El consejo no estaba feliz porque Perséfone en su locura había decidido revelar varios secretos, entre ellos las amantes de mi hermano Zeus a su esposa, y como castigo, Eros se encargó de que no pueda sentir alguna cosa, y ella, la mujer que sea, se sienta increíblemente atraída hacia mi. No puedo sentir nada más que celos..., y los celos son la peor parte de la maldición.

Mis ojos están abiertos por la sorpresa y varias de las cosas que ha dicho tienen sentido. Menos una.

—No entiendo, dejé todo por ti, y aún así sigues atado a la maldición. ¿Por qué?

—Porque yo no te amo —admite y me quedo de piedra al oírlo salir de sus labios—. Debe ser un amor mutuo, y yo..., yo no te amo, Layla. Además, no sé que tanto de la maldición ya te haya afectado y lo que tú crees que es amor, solo sea producto de ello. En verdad lo siento. Por eso quiero que encuentres a Sheda.

—¿Quién es Sheda?

—Mi hija —susurra y suelta un largo suspiro antes de continuar—. Winter, la niña que tuvimos Perséfone y yo, está muerta. Pero Sheda no nació de mi unión con alguna otra mujer, sino de mí.

—Como Atenea y Afrodita.

—Así es, pero Perséfone no me creyó cuando vio a la bebé. Creyó que era una clase de venganza cruel por su aventura con Morgan y había aprovechado la oportunidad de la muerte de nuestra hija para tratar de meter a nuestro hogar a mi bastarda. Pero ella no quiso escucharme cuando intenté explicárselo, enloqueció. En ese momento temí por su futuro, así que le pedí a uno de mis guardianes, a Radamantis, que se la llevara con ayuda de Caronte. Escondiéndose de la furia de Perséfone en los siglos venideros, se escondió bajo varios nombres y rostros, y uno de ellos fue el de Atalanta. El rostro último rostro que decidió adoptar y el de la mujer que tú decidiste seguir. Y cuando llegaste hasta nosotros, tuve la esperanza de que ella te hubiera guiado en mi camino para poder encontrarla.

—¿Por qué es tan importante?

—Ella tiene las llaves de Inframundo. Si yo muero, el trono pasará a sus manos y ella será quien gobierne sin ningún impedimento ni maldita ley. Sin ella no puedo transferir mi reinado por completo.

—Y si ella regresa..., ¿puede salvarte? —le pregunto y en verdad temo por su respuesta.

—Si ella regresa, yo no tendría que morir. Ya es adulta, por lo tanto; tiene todo el derecho de exigir el trono. Puede decidir tomarlo o dejarlo en mis manos. Y si lo hace, Perséfone dejaría de gobernar para siempre. Pero se ha mantenido oculta.

—¿Hay algún otro modo de solucionarlo ya que tú..., tú no me amas? —le pregunto y cuando alza sus ojos, son dos estanques de plata líquida.

—Sí —asiente—. Perséfone fue quien me maldijo así que ella puede ofrecer un trato donde anule todo esto. Solo así Sheda podría seguir escondida y yo recuperaría el Inframundo. No habría acuerdos, solo un único resultado. Creo que ha sido suficiente confesiones por hoy. Tengo que..., tengo que hacer unas cosas. No me esperes despierta.

Veo como camina hacia la puerta de nuestra habitación y mientras trato de procesar todo lo que me ha dicho y trato de seguir manteniendo mi corazón unido pero comienzo a sentir como comienzo a desmoronarme poco a poco.

Necesito salir de este lugar.

Necesito ayuda.

El secreto de los dioses [M. I #1] ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora