Capítulo 49

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Cierro con pesadez el libro bajo mis narices y cerrando los ojos, me masajeo las sienes.

Bien, llevo lo que ya serán dos horas sentadas en esta maldita silla y no he encontrado nada salvo lo que ya sabía: Henry necesita enamorarse para salvarse, pero lamentablemente no explican a qué maldito amor se refieren.

Porque de ser ese el caso, obvio esto ya hubiese acabado.

Segunda cosa: a menos que Demeter quite la maldición o Perséfone decida dejar de ser una maldita y celosa ex posesiva, esto se resolverá.
Y por último siendo el punto más frustrante y preocupante todavía, he descubierto que no sirvo para esto.

Bien, sí, puede que no sea cierto pero en estos momentos solo quiero golpearme la cabeza contra un muro.
Todo me lleva a un maldito callejón sin salida, y eso solo quiere decir que Perséfone tiene razón: las tareas son mi única salvación.
Y al parecer Nyx no está aquí el día de hoy. Así que mi huida a la biblioteca, fue todo un fracaso.

—Layla, qué alivio encontrarte aquí. —la voz de Morgan interrumpe el silencio sepulcral que se instaló desde hace una hora aquí y no puedo evitar tensarme—. Estaba buscándote por todos lados, estuve pensando, y ya tengo una alternativa. Sé cómo podemos...

—No es un buen momento, Morgan. —le interrumpo mientras me masajeo las sienes una y otra vez.

—¿Qué? ¿Por qué? ¿Te encuentras bien?

—Sí, estoy bien, pero necesito saber algo. Necesito que me digas la verdad, Morgan, ¿qué fue lo qué pasó ese día de la pelea? —le digo y mis palabras salen en un pequeño susurro.

Bajo mis brazos y girándome en la silla, veo su rostro congestionarse en una mueca dolorosa.

—Layla... —intenta tomarme por el brazo pero me alejo—. Layla, por favor. No sé qué está pasando, pero...

—No finjas que no sabes lo que te estoy preguntando. Necesito que me respondas. Necesito saberlo y ahora.

—¿Por qué? ¿Qué fue lo que te dijo él para que...?

—¡Él no me ha dicho nada! Tú eres el que no me está diciendo las cosas.

—¿Qué? ¿De dónde sacas...?

—Los escuché. —susurro y escucho como aguanta la respiración mientras me levanto de mi silla y le encaro—. «Ese no es tu problema. Encárgate de Layla y prometo no hacerle daño. Necesito que la saques del camino de Henry y te encargues de enamorarla. Hazlo y ella será tuya para siempre». ¿En serio? Nunca creí que caerías tan bajo. No pensé que fueras de esos, pero veo que me equivoqué. Supongo que la manzana no cae lejos del árbol. Volviste a caer por ella, Morgan. ...

—Layla, no. No sabes...

—Dime la verdad. —susurro ya sin fuerzas y cuando Morgan vuelve a hacer el intento de tomarme, esta vez no puedo evitarlo.

—¿Quieres saber la verdad? —susurra pegándome a su cuerpo y a diferencia de los abrazos de Henry, sus brazos se sienten como una prisión.

Una enorme prisión mentirosa.

—La única verdad que existe, es que yo...

—Eres un mentiroso. Me estuviste mintiendo todo este tiempo. Me peleé con él cuando me enteré que te golpeó y cuando me dijo que sólo fue en defensa propia, no le creí. Pero ahora...

—No, Layla. Él es quien te ha estado mintiendo, yo lo golpeé a él porque él me atacó. Yo fui el que se defendió, no él. Te ha estado mintiendo todo este tiempo. Él no...

—La verdad no creo poder creerte. —niego e intento alejarlo de mi, pero solo logro que me apriete con más fuerza—. Morgan, suéltame. Me estás haciendo daño y yo...

Entierra su rostro en mi cuello entre mis cabellos mientras lucho pero es imposible.

—Morgan, suéltame.

—Por favor. —susurra y cuando da una respiración profunda siento el momento exacto en el que se tensa—. ¿Qué es...? ¿Qué es ese...?

Sus manos se alejan de mi espalda y posándose sobre brazos, me aleja de él con una sacudida dolorosa.

—Apestas a él. ¿Por qué hueles a él? ¡¿Qué hiciste?! —ruge y un jadeo escapa de mis labios al sentir como la presión aumenta y comienza a hacerme verdadero daño.

—¡Auch! Me estás lastimando. Morgan...

—¡¿Qué demonios hicieron?! —vuelve a exigirme y solo hasta que las lágrimas aparecen y él las nota, me suelta mandándome al suelo haciendo que caiga con fuerza—. ¡Joder! Layla, lo... lo siento mucho.

Se disculpa y cuando veo su mano comenzar a acercarse hacia mi con la intención de agarrarme, mi puño parece cobrar vida propia e ignorando su mano, lo estrello con fuerza, sorprendiéndolo.

—No vuelvas a tocarme. —susurro con lágrimas en mis ojos—. Y cuando te diga que me sueltes, hazlo maldita sea.

Lo siento mucho, en verdad...

—Vete. —niego y acuno mi brazo adolorido contra mi pecho tratando de  no llorar a lágrima tendida—. No quiero volver a verte. Haré lo que tenga que hacer por salvarlo, no me importa lo que pienses.

—Pero Layla...

—A menos que tengas alguna otra cosa que hacer o decirme no relacionado a Henry, te pido que te vayas.

—¿En serio vas a hacerlo? ¿Aunque mueras? Tú madre...

—Mi madre está a punto de morir. —susurro y las lágrimas por fin caen—. Henry me lo dijo hace unos días.

—¿Qué?

—Cuando estaba a punto de dormirme, él me lo susurro pensando que no le escucharía. Así que... Por favor, vete.

—Lo siento mucho, Layla. No quería... No fue bueno todo esto, no quería que las cosas salieran de este modo. Sólo, ¿puedo darte algo? —me pregunta y sin darme tiempo a responder, veo cómo desenvuelve de su muñeca un cordel rojo qué pasa a poner entre mis manos antes de alejarse—. Ten. Llámame y te encontraré. Es... es una clase de cordel mágico. Algo así como el hilo de la vida. El hilo rojo del destino. Es irónico, ¿no? Muchas veces deseamos estar enlazados con la persona que nosotros deseamos y el destino se encarga de decirnos de todas las maneras posibles que eso es imposible. Nunca entendí a qué se referían los mortales cuando hablaban de ellos, pero ahora creo saberlo. Sólo quería que lo tuvieras, y en verdad lo siento mucho.

Sus palabras me toman desprevenida y mientras siento la suavidad del material entre mis dedos, no puedo evitar sentir un poco de tristeza.

Morgan en verdad llegó a ser un gran amigo de la manera más extraña del mundo.
Al principio teníamos una clase de competencia entre nosotros, y sí, era fastidioso, pero cuando fui tragada por el mundo de Henry y me encontraba perdida, él fue mi guía.
Él se convirtió en mi amigo y después de todo, él sólo me estaba mintiendo.

Muchas veces los amigos nos ocultan la verdad por temor a herirnos, pero lo que ellos no saben, es que ese es el peor modo de creer que nos están protegiendo y es el que más daño nos llega a hacer.

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El secreto de los dioses [M. I #1] ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora