Capítulo 50

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Decido regresar a la habitación para poder descansar un poco de este día tan lleno de emociones y sentimientos y a pesar de lo que Henry dice sobre que no necesito dormir, creo que mi mente aún no se acostumbra a este estilo de vida.

Mi piel se siente fría bajo mis dedos mientras camino por el pasillo, y recordando que olvidé una de mis anotaciones bajo un libro, estoy por volver cuando le veo aparecer.

Perséfone me sonríe a unos metros del pasillo y al mirarla no puedo evitar sentir un escalofrío recorrerme la columna. Es como si unos espolones estuvieran paseándose por mi piel y estos estuvieran congelados.

—Layla, querida. —al escuchar la expresión no puedo evitar tensarme más.

Siempre que utiliza alguna expresión cariñosa, es porque te está preparando para enterrarte las garras en lo más profundo del alma. Casi como las serpientes de cascabel que hacen sonar el cascabel para advertirte de que está a punto de atacar. Y sé que esta comparación no se encuentra muy lejos de este momento.

—Perséfone. —digo simplemente y trato de cubrirme lo mejor que puedo.

—¿Noche agitada? —se burla al ver mi intento por tapar un poco mi desnudes y no puedo evitar apretar la mandíbula—. Me alegra ver que Morgan y tú han decido llevar la relación a otro nivel. Debió ser...

—¿Dando opinión por experiencia propia? —contraatacó y anoto mentalmente un punto a mi favor en nuestra pequeña pizarra de meados.

Porque sí, puede que se escuche muy vulgar y descolocado, pero es cierto. Perséfone en cada ocasión que ha tenido ha recalcado el poder y el terreno que parece poseer sobre Henry dejándome siempre humillada, y por una maldita vez agradezco tener algo con lo cual defenderme de la maldita perra.

—Aunque debo corregirte, por una vez estás equivocada. Morgan y yo no "tenemos" ni "hicimos" nada. Henry...

—¿San Henry ha roto su sello de castidad? No te ofendas, querida, pero se me es imposible poder...

—¿Y tú sabes que es lo que él quiere? Por favor, tú...

—Yo se más de él de lo que tú alguna vez podrás llegar a descubrir. Nunca olvides eso.

—Aveces es bueno mirar más allá de uno mismo y de lo que cree conocer, puede que te lleves una enorme sorpresa.

—¿Por qué crees que soy rubia? Porque déjame confesarte algo también, Layla: este no es mi tono de pelo natural. —al escucharlo no puedo evitar fruncir el ceño.

Sí, en algunas literaturas la apariencia de Perséfone puede cambiar, según la estación del año, pero siempre la he encontrado como una joven de cabellos oscuros, nunca rubia. Y simplemente creí que se habían equivocado en cuanto vi a la diosa.

—¿Qué estás tratando...?

—Oh, vamos. No puede ser posible que en la universidad no te hayan enseñado nada correcto. Yo no tengo el cabello rubio, soy peli negra así como tú, cuando estaba con mi madre mi cabello se volvía castaño, casi pelirrojo, pero nunca fui rubia. —admite y una sonrisa ladea sus labios voluminosos y un brillo perverso aparece en el azul de sus ojos. Un azul gélido—. A Hades le atraen los colores vivaces. El rubio le recuerda a las espigas del trigo, a los rayos más luminosos del sol, y mis ojos..., mis ojos son el cielo en los suyos. Un cabello oscuro..., bueno, el inframundo está plagado de oscuridad y cuando tratas de olvidarte un poco de lo que eres y representas, bueno, buscas algo diferente.

—¿Lo engañaste?

—Podría decirse que simplemente mostré lo que él quiso ver, de ahí él se enamoró completamente de lo que soy. Nunca de lo que aparente antes sus ojos. Así que se muy bien que tú no eres lo que él busca.

El secreto de los dioses [M. I #1] ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora