XI

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El mes pasó casi volando.

Las rutinas eran siempre las mismas, y desde luego, ya había terminado de acostumbrarme.

Me despertaba temprano, con la luz del alba, como todos los demás. Atendía a la dama Livia en todo lo que podía, y cuando no, echaba una mano a Atia con las habitaciones. En los pocos ratos que tenía libres solía salir al patio, respirar un poco de aire fresco, sumergirme en mis propios pensamientos.

Eso era algo que echaba de menos de mi condición anterior ; tener tiempo para perderme en mi misma. Poder hacerme preguntas, tratar de encontrar las respuestas.
Era algo que ya no tenía oportunidad de hacer ; ya no podía permitirme pensar en mi.

Mi momento favorito del día era, como siempre, el anochecer.

Cada día, cuando caía el sol, me alejaba del centro de la villa. Caminaba un buen rato hasta haberme distanciado lo suficiente del ruido, de la luz. Entonces me tumbaba sobre las hierba, y alzaba la cabeza hacia arriba para ver la salida de las estrellas. Y allí las encontraba, titileando y brillando solo para mi.

A menudo Maximus me acompañaba. Comencé a sentir un gran aprecio por él casi de inmediato. Era un muchacho agradable, honesto, y para qué negarlo, muy guapo. Su cabello rubio parecía brillar aún más con la luz del sol, y sus ojos se veían más verdes. Su tono de piel, oscura por la cantidad de horas trabajadas de sol a sol, contrastaba con sus demás rasgos, y llamaba mi atención. Era una buena compañía, sin duda. Siempre tenía palabras de aliento, siempre viéndole la parte positiva a todo lo que nos rodeaba. Maximus había sido exclavo toda su vida, y sin embargo, no le oí quejarae ni una sola vez de ello. Atia, en cambio, era más bien todo lo contrario : juguetona y alegre, criticona, e intranquila. Quizás por eso encontraba en Maximus tantas cualidades admirables ; porque eran cualidades que ella no poseía. Desde luego, doy fe de que cualquiera podría enamorarse de Maximus. Me pregunté si no lo habría hecho yo ya.

Un golpecito en mi hombro me sacó de mis cavilaciones, tan suave que apenas pude notarlo.

- Hola, Hilâl - sonreí ampliamente mientras alborotaba la cabeza al pequeño.

- Masa' alkhir, Unus - saludó, mostrándome la mejor de sus sonrisas.

- Sabes hablar en latín, renacuajo - reí arrodillándome para quedar a su altura - ¿ por qué hablas en árabe ?

- Me gusta recordar de donde vengo - se encogió de hombros con una sonrisa que me mostraba el diente que le faltaba - recordar quien soy.

Sonreí, apoyando mi peso sobre el codo en una de las rodillas.

- Eres demasiado joven para hablar así.

- Ya tengo nueve años - replicó, cruzándose de brazos y frunciendo el ceño - para algunos eso es toda una vida.

Alcé las manos en son de paz, divertida.

- Está bien, grandullón. ¿ Qué necesitas de mi ?

Él se mostró satisfecho de que hubiéramos saltado a lo importante.

- Quiero que me lleves a ver los caballos.

- Sabes que no podemos, Hilâl. Aún no es nuestro tiempo de descanso.

- El mío sí - corrigió - Yo ya he terminado por hoy.

- ¿ Ah, sí ? ¿ Y qué has estado haciendo, si se puede saber ? - pregunté haciéndome la interesada.

- Estamos a finales de octubre. Me he pasado recogiendo uvas todo el día - respondió orgulloso.

- ¿ Y cómo es que te han dejado marchar ya ? - le pregunté, extrañada - Aún quedan un par de horas de trabajo de tarde.

- La viña está casi entera recolectada, así que me dejaron salir antes. Con el día de mañana habremos terminado y podremos ponernos a fabricar vino.

Asentí. La vendimia tenía lugar todos los años en octubre. Hilâl y muchos otros ayudaban en la recolección de las uvas para comida y vino. Éste se elaboraba dejando que el zumo de la uva fermentase en grandes tinajas. Aún recordaba cuando Abbas me contaba todo aquello. ¿ Qué sería de él ? ¿ Lo habrían vendido a otra ciudad del imperio, como a mi ? Seguramente ya no volvería a verle.

- Bien, me alegro por ti. Pero yo aún no he terminado mi trabajo. ¿ Y si la dama Livia pregunta por mi, y no estoy para presentarme ?

- Mandarán a alguien a llamarte - contestó con seguridad - Venga, por favor...

Entrecerré los ojos y le observé mientras me mostraba su mejor cara de pena.

Chasqueé la lengua.

- De acuerdo, está bien - suspiré, rodando los ojos e incorporándome.

Hilâl sonrió eufórico y rodeó mi muñeca con sus pequeños dedos para tirar de mi hasta los establos.

- Eh, tranquilo - solté una risa mientras me veía arrastrada por el chiquillo.

- ¡ Vamos, vamos ! - exclamó emocionado.

Verdaderamente, a Hilâl le encantaban los caballos. Cada vez que tenía un hueco libre me pedía que lo acompañase a verlos. Les tenía admiración y miedo al mismo tiempo, y yo me había propuesto quitarle lo segundo.

Yo también los admiraba. Eran criaturas tan fuertes y tan mansos, tan furiosos y tan apacibles, tan poderosos y tan domesticados... Uno se sentía así, poderoso, cuando manejaba un ser tan maravilloso como aquel.

Para nuestra suerte, uno de los caballos estaba fuera de su sitio, atado a un poste donde lo domaban.

- ¿ Quieres tocarlo, Hilâl ? - El niño me miró dudoso.

- Me da miedo...

- No tiene porqué dártelo.  Anda, ve - sonreí, animándolo - no pasará nada, tranquilo.



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