XXI

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Me di cuenta demasiado pronto que, a pesar de todo lo que sabía sobre ellos, de mi propia experiencia y de lo que Abbas y padre me habían contado alguna vez, no tenía ni la más remota idea de como domar a un caballo.

Debía conseguir que se dejara ser montado, que fuera obediente a todas las órdenes que se le daban, que fuera un buen compañero. ¿ Pero por dónde empezaba ?

Lo primero, pensé era darle un nombre.

- Alair* - dije en voz alta con una sonrisa, entrando en el boxer - Te llamaré Alair. Serás el caballo más rápido y mejor entrenado que hayan visto nunca, ya lo verás.

Sonreí ampliamente. Haber pensado en un nombre no es que fuera gran cosa, pero me hacía sentir que había dado el primer pequeño paso de su formación, y que a partir de ahora podría conseguir lo que quisiera con él. Trabajaría duro, y sería difícil, pero haría de él un alazán maravilloso.

Por orgullo, decidí no insistir para que Didius me enseñara cómo adiestrarlo - lo que en el fondo él esperaba que hiciera - y decidí cobrarme un ofrecimiento del pasado.

Entré en la casa con tanto entusiasmo que esta vez no me preocupé en llamar, ni me detuve en la entrada indecisa.

Recorrí el camino hacia la biblioteca con plena confianza, esperando encontrarme al padre de mi señor, pero en su lugar, estaba él.

Se encontraba de espaldas, con la túnica de un color blanco impecable, buscando entre los estantes algún libro concreto con aire distraído, por lo que parecía.

Me mordí el labio con fuerza. Esperaba encontrar a su padre. De alguna forma, él conseguía que las palabras se quedaran atoradas en mi garganta y que acabara despellejando el interior de mi boca con los dientes.

Me quedé demasiado tiempo ahí parada mirándole, sin decir nada, hasta que lo notó.

Se dió la vuelta confundido, y me miró.

Sentí el impulso de apartar el mechón de cabello que caía sobre mi cara y colocarlo detrás de mis orejas.

- ¿ Unus ?

- Yo...

Cerré los ojos durante un par de segundos e inspiré profundamente. Tenía que ser capaz de hacer una frase sin tartamudeos ni balbuceos, vamos. ¿ Hasta tal punto me intimidaba ?

- Su padre me dijo que cuando quisiera algún libro le buscara... y bueno, esperaba verle aquí - dije encogiéndome de hombros.

Él frunció el ceño.

- Algo que debió de haber consultado conmigo.

Enlacé mis manos detrás de la espalda avergonzada.

- Oh, lo siento, señor. Si le molesto me iré ahora mismo - dije lista para dar media vuelta.

Él hizo un gesto con la mano y negó con la cabeza.

- Está bien. Mi padre no está ahora. ¿ Qué libro buscabas ? ¿ Más sobre astronomía ?

- Me gustaría, señor - sonreí amablemente - pero en realidad he venido a preguntar si por casualidad tenían un libro de caballos.

- ¿ De caballos ? - preguntó sorprendido, mientras yo asentía.

Puso una cara extraña y agarró un par de volúmenes del estante de arriba para depositarlos en mis manos.

- ¿ Y para qué lo quieres, si se puede saber ?

- Me temo que no puedo decírselo.

Él soltó una suave carcajada.

- ¿ Y por qué no ?

- No sé si confiaría en mi lo suficiente como para llevar mi tarea a cabo - me expliqué.

- ¿ Confía el viejo ? - preguntó, refiriéndose a Didius.

Ladeé la cabeza de un lado a otro y sonreí.

- Eso parece.

- De acuerdo - respondió - Entonces yo también.

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