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NARRA OCTAVIUS

Escuché un grito y el sonido de una bandeja al caerse. 

Extrañado, dirigí mi mirada hacia la puerta que comunicaba el salón con el pasillo más próximo.

Por ella entró corriendo Jacinta, una de las esclavas.

Me miró con los ojos alarmados, y antes de que pudiera gritar lo que fuera que ocurría, me levanté rápidamente y me coloqué en cuestión de tres zancadas junto a ella.

- ¿ Qué pasa ? - pregunté.

Ella tomó aire y me miró asustada.

- Son Hilâl y Unus, mi señor. Los están golpeando.

Mi corazón latió con más fuerza en ese mismo instante.

Sin siquiera dar una explicación a los invitados de mi ausencia, seguí a Jacinta a través de los pasillos.

Corrimos de uno a otro.

El tiempo pareció hacerse más lento en ese mismo instante, como si no fuera a llegar jamás.

Unus, unus, unus.

No podía dejar de repetir su nombre en mi cabeza, como si con eso pudiera asegurarme de que ella estuviera a salvo.

Jacinta se detuvo llorando, y señaló la escena.

Mi mirada pasó del invitado del norte de mi hermana al cuerpo de Hilâl refugiado bajo el de Unus, y por último, a ella misma.

Mi expresión se endureció al instante.

Sin procesarlo, me lancé hacia delante y tiré al hombre al suelo, apartándolo de su lado, y atizándole un par de buenos puñetazos.

Mis puños se cerraron hasta volverse blancos por la fuerza. Quería pegarle hasta que no pudiera defenderse, hacerle sentir lo mismo... pero sería un escándalo, y eso no era bueno para ninguno de nosotros.

El hombre me miró indigando, con toda la cara del mundo.

- Si te vuelvo a ver maltratando a alguno de mis esclavos, te mataré - le amenzé con furia, agarrándolo por la toga para ponerlo en pie.

Él les dedicó una mirada de soslayo y sonrió.

- Son animales. Haré con ellos lo que quiera, especialmente si me tiran cosas por encima.

- Te mataré - repetí apretando la mandíbula.

Él vió la verdad de mis palabras, y alzó las manos.

Se soltó bruscamente y se fue.

Mi mirada volvió al suelo.

Para ese entonces, Maximus, Atia, Jacinta y otros esclavos ya se habían enterado de la noticia y habían acudido a ayudar.

- Maximus - llamé, sin apartar los ojos de Unus - tú y Leysum llevad al hombre hasta la salida. Lo quiero fuera de mi casa. Jacinta, ocúpate de Hilâl. Llévate a cuantas personas necesites.

Y yo me ocupo de Unus.

Me arrodillé.

Estaba toda ensangrentada, con la mandíbula hinchada, y la nariz chorreando en sangre. No quería imaginarme qué más cosas tenía.

Dejé la furia bullir, pero me concentré en Unus.

Traté de tocarla, pero se revolvió bajo mi tacto y trató de alejarse.

Me miré a mi mismo y comprendí. Por la túnica blanca, creía que era su maltratador.

Me acerqué cuidadosamente a su oído, y con una caricia en el pelo le susurré :

- Tranquila, preciosa. Soy yo, estás a salvo.

No supe si entendió lo que le decía, pero surtió efecto, porque se calmó y se dejó coger.

La pegué a mi pecho, sin importar que su sangre manchara mis vestimentas. Eso era irrelevante. Lo único que importaba ahora era que ella se recuperara.

Casi de inmediato soltó un gemido, un grito ahogado, y apretó mi mano con debilidad.

Mi rostro se transformó en una mueca de dolor por ella. Dolía. Dolía verla sufrir.

- Sé que duele - susurré, meciéndola entre mis brazos sin dejar de caminar - sé que duele, pero eres fuerte. Te curarás - la miré, y acaricié distraídamente su mejilla - Y ahora duerme. Necesitas descansar.

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