Serva

XXXIV

NARRA UNUS

Los siguientes dos días fueron una maravilla. Un sueño que a veces costaba creer que era real.

No hacía gran cosa, salvo guardar cama y dar pequeños paseos alrededor de la habitación.

Atia y Maximus apenas habían tenido tiempo de visitarme, pero sí que lo habían hecho muchos otros.

No sabía que yo era allí tan querida ; todos pasaron a preocuparse por mi. Supuse que si algo así les pasaba a alguno de nosotros, es como si le hubiese pasado a todos. Al fin y al cabo éramos nuestra propia familia.

Octavius había estado muy atento conmigo. Aunque tampoco lo veía demasiado, ya que tenía que ocuparse de sus invitados, venía a verme siempre que tenía la ocasión, me traía algo de comer y me hacía compañía. Era un gesto muy tierno por su parte ocuparse tanto de mi- cosa que no tenía la obligación de hacer- y se lo agradecí.

Había descubierto también que me estaba convirtiendo en una adicta a sus labios. A todo él, en realidad. Era simplemente perfecto... aún no entendía qué había visto en mi. Era una esclava, y tampoco era especialmente guapa. Me pregunté si él me veía tan perfecta como yo lo veía a él.

Pero los días pasaron, los invitados se marcharon y tocó la hora de despertar. Llegó la hora de volver a la realidad.

Abandoné el cuarto en el que me había hospedado todo este tiempo, y que sin duda echaría de menos, y dedicándole una última mirada salí al exterior.
Fuera me esperaba Atia.

- ¿ Lista para volver ? - preguntó con una sonrisa.

- Sí. Pero antes quiero ver a Hilâl, aún no he podido verle.

- Maximus está con él ahora. Ya lo verás luego, ahora salgamos- dijo cogiéndome del brazo - Te vendrá bien respirar aire fresco.

Poco a poco nos alejamos del centro de la villa hacia las afueras. Nos habían dado el día de hoy libre para descansar después de tanto ajetreo, de modo que no había prisa alguna.

- Estaba realmente afectado, ¿ sabes ? - comentó de repente, sentándose en la hierba.

La miré de reojo y la imité.

- ¿ Octavius ?

Ella asintió.

- Ha estado muy preocupado por ti, lo he notado. Cuando estaba con los demás invitados estaba pensativo, como ido, y se escabullía siempre que podía - Sonreí ampliamente - ¿ ha pasado algo ?

La miré, dudando si debía contarle o no.

- Vamos, soy como tu hermana- me animó, dándome un pequeño codazo.

- Nos besamos.

Ella lanzó un gritito al aire.

- ¡ Lo sabía ! Sabía que tú sentías algo por él y viceversa.

- Nadie ha dicho nada de sentir algo. Solo nos besamos - contesté sin querer hacerme ilusiones.

- La gente no se besa porque sí, Unus - replicó ella con una sonrisa - aún es pronto.

Aún es pronto, me repetí a mí misma. Aún es pronto.

Incluso lo era para mí... Sabía que Octavius me gustaba, y mucho, pero de ahí a otra cosa... aún es pronto.

Cuando visité a Hilâl por la tarde lo encontré correteando con los dos mellizos en el campo cerca de los establos, como si no le hubieran hecho nada hacía apenas tres días.

Al verme se acercó enseguida a mi.

- ¡ Unus ! - gritó feliz de verme, lanzándose en mis brazos.

Lo cogí y lo alcé, con una mueca de dolor en el rostro. Él también lo hizo.

- Creo que deberíamos dejar los abrazos para dentro de unos días - sonreí, dejándolo en el suelo.

Él asintió enseñando los dientes.

- Será lo mejor - rió - ¿ qué tal estás ?

- Casi bien. ¿ Y tú ? ¿ Ya estás corriendo ?

Él sonrió ante mi mirada de reproche y se encogió de hombros.

- No aguantaba más agarrado a esa cama. Tenía ganas de moverme.

Sonreí.

- Bien, pero ten cuidado, ¿ eh ? No vayas muy a lo loco - le advertí.

- Gracias - dijo sin más - no solo por ayudarme, sino por cubrirme con tu cuerpo para que no me golpeara más. Me has salvado la vida.

Mis ganas de abrazarle aumentaron al ver las lágrimas en sus ojos.

- No dudaría en hacerlo - sonreí, limpiando sus mejillas con mis pulgares en un gesto cariñoso - te quiero como si fueras mi hijo.

Él me tomó de la mano, tan pequeña como era que quedaba ocultada debajo de la mía.

- Y yo como si fueras la madre que nunca conocí.