XLVI

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NARRADOR EXTERNO

Unus recordaba sus palabras de aquel día. Recordaba que se pasaron allí hasta la noche, él llorando y ella consolándole.

Finalmente, enterraron el cuerpo. Nadie preguntó qué hacía allí ella. Nadie hizo ademán de querer saberlo.

Cuando los hombres que habían ayudado en el entierro se fueron, ellos aún seguían frente a la tumba.

Octavius se levantó. Unus lo hizo también, mirándolo con inmensa preucupación. Ella había estado sumida en la oscuridad durante un tiempo, y no quería que a él le pasara lo mismo. Estaba dispuesta a sacarlo de allí si fuera necesario, a convertirse en su luz.

Entonces él la abrazó.

Ella suspiró. No podía sentir más amor hacia él que el que sentía en aquel momento. Al fin se había dado cuenta de cuánto realmente lo amaba.
Al fin había comprendido lo que era estar loca de amor.

Acarició los rizos de su cabello, le susurró palabras dulces en su oído. Él se tranquilizó.

Había pasado siete meses desde entonces, siete largos meses.

Los primeros fueron los más duros. A Octavius se le condeció un permiso de un par de semanas para llorar la muerte de su padre, pero después tuvo que regresar al campo de batalla donde se le requería. Unus estaba aún más preucupada que nunca. La primera vez que lo vió partir tenía algo por lo que luchar. Ahora había perdido a su padre y aún no se habían reconciliado del todo.
Lamentó eso, y se dijo que cuando volviera, arreglaría las cosas.

Así lo hizo. Nada más volver y tuvo la oportunidad, ella se lanzó a sus brazos. Él la cogió en volandas y dió una vuelta con ella sobre sí mismo.

- Te he echado de menos - le dijo - Y quiero decirte algo.

- Te escucho - la animó él.

- Que no estemos juntos no haría que perderte doliera menos, eso ya lo he comprobado. Porque eso no quita que yo deje de amarte, y los dioses saben lo mucho que lo hago. Así que, si te pierdo, al menos que sea por algo.

Desde entonces no se habían separado. Algunos días habían sido maravillosos, otros más difíciles. Pero habían superado todos. Habían superado sus miedos, y ahora, los combatían juntos.

Ella ya comenzaba a acostumbrarse a verle partir, pero se sintió aliviada cuando comprobó que siempre estaba en su regreso.

Y así, entre los caballos y el campo, su amor creció y creció. Y floreció, como también lo hicieron las flores de la primavera.

Un día, mientras que ambos estaban tumbados en la hierba, boca arriba y admirando el cielo, él le preguntó :

- ¿ Te casarías conmigo ?

Ella giró la cabeza y lo miró con una sonrisa.

- Sabes que no podemos hacer eso. Pero agradezco que me lo hayas dicho.

- En realidad sí podemos - contestó él. Unus alzó una ceja, interrogante.

- ¿ Cómo ?

- Bueno, no tiene porque ser nada formal ni recogido por la ley. Podemos casarnos, entre tu y yo. Una promesa de amor eterno.

Ella sonrió ampliamente y asintió.

- Me gustaría mucho.

Entonces él se puso en pie de un salto, y le tendió la mano.

- ¿ Aquí ? ¿ Ahora ? - rió ella.

Él asintió con una sonrisa.

- Ahora.

Unus tomó su mano y se irguió junto a él.

- Bien, ¿ cómo va esto ? - preguntó divertida.

- ¿ Qué es lo que se dice ? Ah, sí. Unus, prometo ser mejor por ti, más de lo que tú ya me haces ser. Y prometo amarte tantos días como cada una de las estrellas que veas en el cielo.

- Entonces espero que vea muchas -bromeó. Después se puso seria, aunque aún conservaba su sonrisa - Te amo.

-  Y yo a ti más.

- Y yo a ti... mucho más.

Y se besaron como si fuera la primera vez.

Todavía sonriendo, ambos montaron sobre Alair, y juntos, cabalgaron hacia el sol.

Hacia el amanecer, hacia un nuevo día.

FIN

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