VI

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Desperté con una suave sacudida en el hombro.

- Arriba, Unus - dijo Atia, mientras yo enfocaba los ojos- Empieza el día.

Me di cuenta de que la mayoría de los esclavos, por no decir todos, se habían levantado hacía rato. Y es que el sol hacía tiempo que había salido.

- Pensé que querrías dormir un poco más - sonrió Atia, tirando de mi para ponerme en pie - pero no te acostumbres, ha sido solo por ser tu primer día.

Asentí demasiado dormida aún como para formular una frase coherente, y dejé que la chica me arrastrara hacia el exterior.

- ¿ De qué me ocuparé yo, Atia ? - pregunté algo perdida, mientras caminábamos de camino al palacete.

- De limpiar, supongo, como la mayoría de nosotras - contestó- aunque si hay algo que se te dé particularmente bien puedes decírselo al amo. Él nos escucha.

- ¿ Os escucha ? - repetí con una sonrisa amarga - ¿ Por qué iba a hacerlo ? Solo somos sus sirvientes.

Atia se encogió de hombros.

- Él es un buen amo. Un buen hombre. Solo sé que nos trata bien, que nunca nos falta pan que llevarnos a la boca. Es todo lo que necesitas saber.

Asentí una vez más, autoconvenciéndome. Es todo lo que yo necesitaba saber de él.

- De todas formas, me extraña que no haya mandado a nadie a decirte lo que tienes que hacer - comentó - igualmente, ayúdame a limpiar el suelo. Ya te llamarán si es necesario.

Así lo hice. Las salas eran enormes, y solo en fregar y pulir el suelo nos tiramos toda la mañana.

Pronto se hizo la hora de comer, pero mi estómago no rugía de hambre. Hacía ya muchos meses que se había acostumbrado a tomar lo mínimo para sobrevivir.

Acompañé a Atia hacia fuera, donde habían montado un par de mesas de madera para la comida.

Los bancos ya estaban ocupados, así que me senté en el suelo sin inconveniente.

Los cuencos de sopa fueron rulando de un extremo a otro. Ofrecí el primero que llegó a mi compañera, y el próximo me lo guardé para mi.

Pronto comenzaron a llegar cada vez más criados, hasta el punto que aquello se parecía cada vez más a una reunión clandestina.

Los miré con perspicacia. No era de extrañar que mi señor tuviera muchos esclavos, poseyendo una hacienda tan grande, pero aún así consideraba aquel número algo exagerado.

- En realidad no nos necesita a todos, quizás somos ensenciales solo la mitad - Atia intuyó lo que estaba pensando y se inclinó para hablarme más de cerca - Sospecho que el amo solo nos ha comprado para evitarnos a todos el cruel destino que nos esperaba.

- ¿ Cruel ? - pregunté, echando un vistazo a la barabunta de gente. ¿ Es que todos ellos habían sufrido como lo había hecho yo ?

- La vida de un esclavo siempre es cruel, Unus, y aunque la gente aparte la mirada, todo el mundo lo sabe - sonrió con franqueza - todos los que ves aquí hemos sufrido de una forma u otra.

- ¿ Y de cual has sufrido tú ? - me atreví a preguntar.

Ella me miró a los ojos, y pude ver como los suyos se llenaban de agua rápidamente. Entonces desistí en conocer la respuesta, y contentarme con saber que aquella gente podía llegar a comprenderme.

- No hace falta que me lo cuentes - sonreí sintiéndome culpable, posando una mano en su hombro.

- Bien- respondió ella, sacudiendo la cabeza y despejándose - porque no sé si sería capaz de hacerlo.

El resto del tiempo comimos en silencio. Parecía que aquella conversación nos había quitado las ganas de hablar.

- ¿ Unus ? ¿ Quién es Unus ?

Alcé la cabeza de mi plato hacia la mujer con ambos carrillos hinchados que acababa de llegar y que recorría al grupo con la mirada.

- Yo - dije levantándome, sin saber qué quería de mi.

- El señor te manda a buscar- me comunicó - Cuando termines de comer sígueme.

Dejé el cuenco sobre la mesa y respondí :

- Ya lo he hecho.

Ella me hizo entonces una seña, y comenzamos a andar.

Me di la vuelta para despedir a Atia con una sonrisa alentadora.

- ¿ Qué quiere de mi el amo ? - pregunté con un nerviosismo inevitable.

- El no me cuenta sus planes, muchacha - contestó sin maldad - Lo sabrás pronto.

La mujer me hizo entrar en el recibidor, y me pidió que esperara allí.

Volví a admirar la estancia. Me giré hacia un lado y me permití caminar hacia la pared para examinar la pintura.

Representaba la conquista de una ciudad por el Imperio, no sabría decir cual. Admiré la precisión con la que las figuras estaban pintadas, observé las expresiones de cada una de ellas. Recordé el día en el que mi vida cambió, e inconscientemente mis ojos comenzaron a picarme al pensar en madre y padre.

Un carraspeo me sacó de mi ensoñación, y me di media vuelta sobresaltada saliendo del trance en el que hacía rato me había perdido.

- Señor - saludé con una inclinación precipitada.

El no dijo nada al respecto, sino que se acercó un par de pasos más cerca de mi. Retuve el impulso de retroceder otros tantos.

- Mi hermana Livia llegará hoy a la tarde, en unas horas - comenzó a decir - y necesitará a una criada que la atienda. Quiero que seas tú.

No lo demostré, al menos en aquel momento, pero me sentí realmente feliz. ¡ Iba a servir a una gran dama ! ¡ Yo, Unus, iba a hacer de doncella ! Era, desde luego, un gran honor.

- Gracias, señor - agradecí, mirando al suelo.

Y no solo clavaba la mirada en él por sus hermosos mosaicos, sino porque quería evitar su intensa mirada. Aquella mirada que me hacía que mis piernas se sintieran más débiles cada vez que me miraba.

- Bien, puedes retirarte.

Me incliné una vez más y me di la vuelta para marcharme.

- Ah, Unus - me llamó, y me giré con expresión interrogativa, sorprendida de que recordara mi nombre - La próxima vez mírame a los ojos cuando te hablo. No hace falta que te escondas.

Enrojecí visiblemente por la vergüenza, y me pareció ver una pizca de diversión en sus serios ojos, pero asentí como si nada.

- Sí, señor.

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