XXXVI

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Finalmente me encontré perfectamente de nuevo.

Las heridas ya no tiraban, ya no hacían daño al rozarse contra la ropa. Habían cicatrizado correctamente y poco a poco iban desapareciendo, algunas dejando señal y otras no.

Hilâl se había curado mucho antes que yo, y ambos habíamos vuelto a nuestras tareas hacía ya dos semanas.

No solo me había ocupado de Alair, sino también de los demás caballos, ya que Didius seguía enfermo. Me pregunté si debía empezar a preocuparme, pero decidí darle algo más de tiempo. Al fin y al cabo todos pueden coger un buen resfriado, especialmente en invierno como ahora.

Hoy no hacía nada de frío, casi parecíamos estar en primavera, aunque sí soplaba algo de brisa.

Terminé de alimentar al último caballo. Me aseguré que todos los boxers estuvieran bien cerrados antes de salir.

Cuando lo hice, alguien me esperaba ya fuera... alguien con un caballo bien ensillado.

- Ha llegado un invitado - dijo como explicación, tendiéndome las riendas, para después retirarse.

Confundida, me quedé mirando como el esclavo del que desconocía el nombre se iba sin decir nada más.

- Hasta luego - dije irónicamente, devolviendo mi atención al caballo.

Suspiré y até las riendas a uno de los postes de madera del exterior, antes de ir al abrevadero a por un cubo de agua y un par de manzanas.

Cuando volví dejé el cubo en el suelo, y enseguida el caballo agachó la cabeza para beber, ansioso.

- Has recorrido un largo camino, ¿ eh ? - murmuré mirando sus patas ocultadas por el polvo.

Después de que hubiera saciado su sed le tendí la manzana.

A mucha gente le daba miedo darle de comer directamente a un caballo, temían que les mordiera la mano o algo parecido. En un principio a mi también me pasaba.
Pero era tan sencillo como dejar la manzana en lo alto de la palma estirada de la mano, y él hacía el resto.

La sensación de cosquillas que sentía al darle de comer a mi primer caballo volvió.

Como no tenía nada que hacer, decidí limpiar a fondo al animal. Ninguno de los dos podíamos darnos un buen baño cuando quisiéramos, así que decidí hacerle el favor.

Lo llevé hacia el abrevadero para no empaparlo todo, y rellené el cubo con agua.

Volví a atar al caballo, y se lo eché encima con fuerza una y otra vez. Entre eso y que me acercaba para cepillarlo acabé bastante mojada.

Finalmente el polvo y la suciedad desapareció, su piel se secó y volvió a brillar, sedosa. El caballo relinchó, como en forma de agradecimiento.

- Vaya, eres muy guapo - sonreí abrazando su cuello mientras él frotaba su cabeza contra mi.

Se notaba que el animal estaba bien cuidado. Me pregunté quien sería su dueño... ¿ sería otro amigo/a de la dama Livia ?
Era lo más probable.

Conduje al caballo de vuelta al establo y lo metí en uno de los boxer vacíos, dejándole un poco de heno y agua por si la necesitaba.

Me limpié las manos en la túnica y me dirigí a la villa.

A medida que me acercaba al patio se escuchaba un sonido constante.

Fruncí el ceño intentando averiguar lo que podía ser, parecían... sí, parecían como metal contra metal.

Cuando llegué me di cuenta de que no iba para nada desencaminada. En efecto, lo que se escuchaban eran espadas, chocando la una contra la otra. Y Octavius empuñaba una de ellas.

Ralenticé el paso hasta llegar al umbral y me apoyé en una de las columnas, sorprendida. No era la única, Atia y otra chica, Cethega, también estaban paradas a mi lado.

Las imité y dirigí la vista hacia ambos hombres. Estaban desnudos de cintura para arriba, para evitar el calor, y portaban unas pesadas espadas de metal que blandían en el aire. No pude evitar sonrojarme mientras miraba sus músculos desarrollados y bien marcados.

- Impresionantes, ¿ verdad ? - rió Cethega, viendo mi expresión.

Desvié la mirada de uno a otro y asentí sin tener otra opción. El otro hombre era de piel más clara, con el pelo completamente negro, y parecía más mayor, pero sin duda, también estaba en forma.

Pero lo que más me sorprendió fue ver a Octavius tan feliz. Porque a pesar de estar cubierto en arena, fatigado y sudoroso, su rostro mostraba una sonrisa de pura diversión que jamás había visto antes.

- ¿ Quién es el otro ? - pregunté.

Atia contestó sin dejar de mirarlos.

- Se llama Vitrubius Customina, pero ignoro de qué se conocen.

- ¿ Y qué hacen ?

- Luchar, ¿ no lo ves ? - sonrió Cethega socarronamente.

- ¿ A herirse de verdad ?

Ellas asintieron.

- El primero que haga sangrar al otro gana.

Volví la vista al combate. Ambos se movían en un círculo al rededor del otro, hasta que uno de ellos se decidía a atacar y empezaban los golpes de nuevo. Se movían con agilidad y atacaban con fuerza, como si la espada que cargaban en sus manos apenas pesara y como si no llevaran más que un instante peleándose.

De pronto, Octavius se lanzó hacia adelante para tratar de herir a su oponente. Éste realizó una finta para esquivarle, movió en un gesto más veloz que fuerte la hoja de su espada y zasss.

Atia y Cethega aguantaron enseguida la respiración. Atia se aproximó a mi, apretando mi brazo, y señaló a Octavius.

Grité asustada.

Éste miraba hacia abajo, y se sujetaba a sí mismo el estómago con las manos llenas de sangre.

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