XLII

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Octavius cumplió lo que dijo.
Íbamos a la ciudad.

Me desperté como cualquier otro día. Pasé la mañana en el establo, cuidando a otros caballos que no fueran Alair. A él lo tenía demasiado mimado, le convenía que lo dejara un rato tranquilo.

Después de comer Jacinta me avisó para que me llegara a la casa. Dijo que el amo quería verme.

Sonreí. Sabía de que se trataba.

Octavius, al verme llegar, sonrió y me hizo una seña para que me acercara.

Me adentré en la habitación y me besó rápidamente.

- ¿ Vamos a ir hoy ? - pregunté.

Él asintió.

- Has estado tan triste estos días por lo de Didius que pensé que te vendría bien salir un poco.

Le tomé de la mano y la apreté cariñosamente.

- Gracias - dije de corazón.

Él solo sonrió y me indicó con la cabeza que nos fuéramos.

Octavius se aseguró de ir despacio en el caballo para que no tuviera que apurarme mucho. Aunque fuera corta la travesía, no quería llegar cansada.

- Menudo susto nos ha dado Didius, ¿ verdad ?

Asentí energicamente.

- Y que lo digas. Pensé que realmente se nos iba - confesé.

- Es una suerte de que se recuperara. El médico dice que no es grabe - informó - Con un poco de descanso estará como nuevo.

La ciudad se nos presentó ante la vista por la tarde. Ya desde las afueras se veía el ajetreo, gente entrando y saliendo sin parar.

Las calles inciales que llevaban al centro estaban abarrotadas de personas y de puestos que vendían toda clase de cosas. Me deleité con la mirada entre ellos.

Octavius me hizo una seña para que no me apartara de él, serio. Asentí, transmitiéndole tranquilidad.

Aquello me recordaba a mi antiguo yo.

Antes, cuado era dueña de mi propia vida y vivía con mis padres, solía ir una vez al mes al mercado. Se parecía bastante, todos chillando y promocionando sus telas y animales.

A mamá siempre le enfadaba que el poco dinero ahorrado que podía darme me lo gastara en baratijas. Ella nunca lo entendió, pero yo había sacado cualidades de mi padre, y las piedras me fascinaban. Las había de todas las partes del mundo, cada una de un color, textura, y tamaño diferente.

Papá me regaló una en mi doceavo cumpleaño que me gustó mucho ; Un chalcedon. Era pulido y liso, con rayas de estratos azules-liláceos claros y oscuros. Probablemente ahora estaría enterrado bajo tierra. No creo que los soldados romanos le dieran valor.

Miré a Octavius. Él también era romano, y soldado, y sin embargo no sentía con él esa adversión que tenía con los demás. No es que pensara que todos eran malos, pero no podía olvidar que hace dos años, alguien como ellos mató a mis dos únicos familiares, dejándome sola en el mundo.

Pero recordé que ya no estaba sola. Tenía a Maximus, Atia, Didius, Hilâl, Cethega y otros más. Y más aún, le tenía a él, a Octavius. Las sombras y los pensamientos oscuros que habían comenzado a cernirse sobre mí se disiparon.

- ¡ Unus !

Frené en seco al oír mi nombre. Octavius se detuvo también, confundido.

- ¡ Unus, Unus ! - la voz prosiguió.

Me giré y busqué a mi alrededor. Aquella voz se me hacía muy conocida.

Busqué y busqué hasta que vi una figura correr hacia mi con las manos levantadas.

Enfoqué la vista y me sorprendí.

- ¿ Abbas ? ¡ Abbas !

Chillé de alegría y acorté la distancia, abrazándolo.

- Por los dioses, Abbas, que alegría verte.

Sin darme cuenta, mis ojos se habían llenado de lágrimas. Octavius bajó del caballo y esperó detrás de nosotros.

- ¿ Conseguiste escapar ? - pregunté esperanzada de que al menos él lo hubiese conseguido.

- No - negó con la cabeza, sin dejar de sonreír - Estuve cerca. Pero tengo un buen amo. Ahora, por ejemplo, estaba haciendo recados.

- Algo es algo - contesté. Antes de que él me lo preguntara, decidí contestar yo - Yo también lo tengo.

Él se entristeció.

- Lo siento, Unus. Tenía la esperanza de que no la hubieran rebajado a esa condición.

Puse una mano sobre su hombro.

- Estoy bien - respondí con sinceridad - El primer año fue malo, pero ahora estoy bien.

En aquel instante Abbas pareció darse cuenta de quien aguardaba detrás de mi.

- Por Zeus, ¿ ese es tu amo ? - susurró. Asentí, y él se inclinó levemente, mientras Octavius correspondía con un asentimiento de cabeza - He oído hablar de él. Octavius, hijo de Cicero, centurión del ejército romano. Dicen que se le convocará pronto a tropas.

Me giré y le eché una mirada preocupada. Él alzo las cejas, como preguntándome qué pasaba.

- ¿ Estás seguro ? ¿ Cómo te has enterado ?

- Mi señor también sirve al ejército. Es soldado raso, dice que le han asignado a un nuevo batallón a la orden de Vitrubius Customina, que él y su compañero partiran en tres días.

Asentí, con la mente mut lejos de donde me encontraba físicamente.

Finalmente me sentía completa, y la razón de ello se me iba.

- Bueno, tengo que irme- dijo abrazándome una vez más - Que los dioses te acompañen, Unus.

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