XXIX

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Grité aterrorizada.

Hilâl cayó al suelo y aguantó los golpes uno a uno, sin apenas protestar.

Sabía que no podía defenderse. Que si devolvía el ataque lo matarían en un abrir y cerrar de ojos.

La sangre salpicaba las paredes y el suelo limpio, dejándo manchas rojas por doquier.

A mi me daba igual morir. No podía quedarme de brazos cruzados. No podía quedarme mirando mientras lo mataban a golpes. Si no intervenía, el niño acabaría muriendo delante de mis propios ojos.

- Basta - ordené con voz temblorosa, acercándome.

Las lágrimas habían comenzado a aguar mis ojos hacía ya rato.

Hilâl apenas se removió del suelo con el sonido de mi voz, medio inconsciente.

El hombre prosiguió, ignorándome.

Comencé a sollozar con fuerza. Toda la cara de Hilâl estaba llena de sangre, apenas podía ver sus ojos azules con la hinchazón de sus mejillas.

- ¡ Basta ! - grité, agarrando la mano del maltratador antes de que le golpeara una vez más.

Su mirada se deslizó hacia mi lentamente.

Me recorrió, de arriba a abajo, pasando desde mis pies descalzos, por mi túnica de esclava, hasta mi mano llena de suciedad que apretaba con fuerza su muñeca.

Entonces su cara se contorsionó en una mueca de pura ira.

El golpe llegó tan rápido que no lo vi venir. Mi cabeza chocó contra la pared y caí al suelo, aturdida.

Sentí una patada en el estómago, y otra, y otra. Hilâl se quejó a mi lado, e intentó levantarse.

Los golpes no cesaron en ningún momento, al igual que no lo hizo el zumbido en mi cabeza y el aturdimiento, que iban en aumento con cada golpe.

Sentí la sangre caliente escurrirse por mi rostro, el sabor metálico llegar hasta mi boca. 

Con las pocas fuerzas que me quedaban, me arrastré hasta Hilâl, y colocándome encima de él cubrí su cuerpo con el mío. 

Después todo se volvió borroso.

No sé cuánto tiempo pasó, pero de pronto, los golpes cesaron. 

Escuché unos gritos asustados, una discusión.

Mis ojos se abrían de forma intermitente y se movían nerviosos por toda la habitación, inyectados en sangre. No entendía qué estaba pasando. ¿ Había muerto ? ¿ O estaba bien ? ¿ Hilâl ? Los zumbidos en mis oídos seguían. ¿ Por qué había desaparecido el dolor ? 

Una figura se arrodilló delante de mi. No vi su rostro, solo su túnica blanca. 

Con la energía que pude sacar traté de alejarme, asustada. Otra vez no.

Una voz, que en aquel momento no pude reconocer muy bien, me susurró algo al oído. No supe qué decía, pero de alguna forma, aquel sonido me tranquilizó.

Los brazos pasaron alrededor de mi cuerpo, y me levantaron. Mi cabeza se despegó del frío suelo que me habían ayudado a mantenerme consciente hasta el momento.

Y entonces el dolor volvió.

Gemí, porque no podía gritar, sintiendo como una a una todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo se quejaban.

Sabía vagamente que alguien me llevaba en brazos. Apreté la mano que encontré, queriendo transmitir mi dolor.

Aquella vez sí que reconocí la voz.

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