XIII

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Punto de vista de Octavius

- No es una buena idea - dije, haciéndome notar - montarse sobre un caballo que no está acabado de domesticar.

La chica se volvió bruscamente hacia mi, y me miró con una expresión extraña. Después algo pasó por su cabeza, abrió los ojos y tragó saliva. Supuse entonces que hasta ahora no me había reconocido. Normal, con las ropas que traía.

Me acerqué y tranquilicé al caballo, que al verme, dejó de moverse.

- Sigo pensando que es mejor que bajes de ahí- repetí, con una pequeña sonrisa.

Ella reaccionó entonces, y se dejó caer por el lado del caballo.

- Señor, yo...

La interrumpí, viendo el miedo en su mirada. Todos los esclavos tenían la costumbre de disculparse por la más mínima cosa cuando yo estaba cerca. Entendía que lo hicieran, pero la mayoría de las veces era innecesario.

- No pasa nada, Unus. No tienes porqué excusarte.

Ella asintió, clavando la mirada en el suelo.

- Te dije que me miraras a los ojos cuando te hablara - le recordé, sin maldad.

La chica alzó la mirada enseguida, con un leve rubor tiñendo sus mejillas.

- Lo sien.. - comenzó, pero alcé la mano y ella lo entendió, quedándose callada.

- La gente se disculpa conmigo constantemente, a veces es agobiante.

La miré. Ella abrió la boca para decir algo, pero después apretó la mandíbula y calló.

Comprendí que no se sentía cómoda hablando conmigo, que no sabía de qué cosas podía hablarme y de cuales no.

- Puedes conversar conmigo como un igual, Unus, al menos mientras que estemos solos. Adelante, como si le estuvieras hablando a cualquiera.

- No lo creo - respondió ella, mordiéndose el interior de la boca.

- ¿ Por qué no ?

- Porque no eres mi igual - espetó- No, al menos, en la sociedad en la que vivimos ahora.

Sonreí, satisfecho. Ella se dió cuenta de que yo había ganado. Acababa de llevarme la contraria, de discutir conmigo.
Me había hablado como si nuestro estatus fuera el mismo.

Guardé silencio unos instantes, en los que me dediqué por completo al caballo. Solté la cuerda que lo mantenía atado al poste, y la enrollé en mi mano.

- ¿ Te gusta tu trabajo, Unus ? - pregunté, tirando del animal para llevarlo al picadero.

- Sí, señor - respondió, dudando entre si seguirme o no. Le hice una seña para que lo hiciera.

- No hace falta que me mientas- dije, mirándola de reojo.

Ella suspiró, bajando la vista hacia sus manos, incómoda.

- Agradezco muchísimo estar aquí, de verdad. Si... si no me hubiera comprado quien sabe lo que sería de mi a estas alturas.

Decidí no adentrarme en aquello. Quizás encontraría cosas que no me gustaría oír.

- ¿ Pero ?

Ella se mordió el labio.

- No creo que deba decirle esto... sería una falta enorme de respeto.

Sentí curiosidad.

- Suéltalo, Unus, te prometo que no habrá consecuencias.

Ella me miró a los ojos durante un segundo, y después apartó la mirada como si la mía quemara.

- La dama Livia es insufrible - dijo de un tirón, rápidamente. Reí.

- Sí, a veces lo es - sonreí, y ella me miró sorprendida de que me lo tomara tan bien.

- La... - se detuvo, pero finalmente decidió continuar - ¿ La quiere ? Como una hermana, me refiero.

- Eso creo que no te incumbe saberlo, Unus - respondí, sin alterar mi tono de voz, que seguía siendo tranquilo.

Ella asintió, colorada como un tomate, y clavó la vista al suelo.

- Deberías volver al trabajo - dije, colocándome en el centro del picadero listo para hacer al caballo dar vueltas a mi alrededor - Hasta mañana, Unus.

Ella se dió la vuelta, susurró una despedida que apenas oí y se alejó, a paso rápido, como huyendo de la situación.

Sonreí, negando con la cabeza, y chasqueé la lengua hacia el caballo.

- A moverse, chico.


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