IX

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Solté un gemido de frustración y volví a arrodillarme sobre el suelo. La señorita Livia traería invitados aquella noche, y se le había metido en la cabeza que todo debía verse más limpio y pulcro que de costumbre.

Llevaba ya horas limpiando la pequeña biblioteca, y estaba exhausta. Y es que mi tarea era realmente ardua, porque la tierra y la suciedad se metía entre los huecos de las piedras que formaban los mosaicos del suelo y no había forma de sacarla de allí.

Agotada, dejé el trapo y el cepillo de fregar en el suelo y me quité el sudor de la frente con el dorso de la mano. Metí los mechones sobrantes de cabello tras mis orejas, para tener la cara despejada y poder sentir un poco de brisa fresca.

Mientras descansaba, un libro llamó mi atención. Me puse en pie y con un brillo renovado en mi mirada me acerqué a una esquina de la sala.

Alargué mi mano hacia él y leí sobre la portada con dificultad : << La astronomía y la teoría geocéntrica >>.

Deslicé el dedo índice sobre las letras, como un niño frente a ellas por primera vez. Aún no dominaba el latín, y lo que se decía allí dentro era demasiado complicado para que yo lo entendiera, pero solo fijándome en los dibujos podía deducir de lo que se trataba ; Planetas, la Tierra y el Sol, el satélite, la noche y el día, el centro del universo. Y era maravilloso.

Absorbida por mi sed de conocimiento pasé una página, y otra, y otra... hasta que no pude parar y me vi metida eb el libro.

De repente, una mano agarró aquellas hojas y no pude continuar.

Paralizada, como quien ha estado en el mismísimo infierno y ha vivido para contarlo, me di la vuelta, a una lentitud casi exasperante. Me habían pillado fisgoneando bienes que no me pertenecían... y podía pasarme mucho por eso.

Mis deseos de no encontrarme con el rostro furibundo de Livia se cumplieron, y en su lugar me encontré cara a cara con unas facciones mucho más cansadas y apagadas, con profundas arrugas que surcaban su rostro y una mata de pelo totalmente blanco.

- Astronomía, ¿ eh ? - observó.

Asentí rápidamente, clavando la mirada al suelo. Era la primera vez que veía al padre de mi señor. Decían que era benevolente, y en ese momento, lo deseaba más que nunca.

- Mi señor yo... yo no sabía... el libro...

Él ignoró deliberadamente mi patético intento de disculpa y hojeó el manuscrito.

- A mi hijo Octavius le apasiona el mundo de las estrellas. ¿ Te gusta ? - inquirió - ¿ La astronomía ?

Confundida, agité la cabeza en una afirmación.

- Sí, señor. Siempre me han gustado las estrellas.

El anciano me miró fijamente a los ojos, en silencio. Me di cuenta entonces de que, a pesar de la vejez que se veía en su rostro, sus ojos aún reflejaban la vivacidad de antaño.

- Bien - dijo, tras un momento de silencio que me pareció eterno - Puedes quedártelo.

No supe cómo reaccionar. Y cuando me sentí preparada para hacerlo, él ya se había ido.

Octavius. Saboreé la palabra en mi boca y la repetí en mi mente. Se sentía extraño que yo, una esclava tan insignificante, conociera el nombre de aquel que era dueño de mi vida y que podía hacer conmigo lo que se le antojara. El nombre de una persona importante.

Aliviada, sonreí. Me había librado de esta... por esta vez.

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