XVII

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Resultó que mi nuevo oficio no era para nada lo que me esperaba.

No era trabajo de campo, no era sembrar, ni cocinar, ni limpiar, ni nada parecido.

Mi trabajo era distinto... agradablemente distinto.

Sonreí de par en par cuando supe dónde nos dirigíamos ; no podía creer que hubiera escogido este trabajo para mi. Uno que me haría, sin duda, muy, muy feliz.

Me echó una mirada de reojo, y tocó dos veces en la puerta de una de las casetas de madera al lado de los establos.

Casi enseguida, salió un hombre bastante mayor, quizás de los más mayores que había por aquí, con la piel muy morena y tersa por el sol, los ojos casi negros y la dentadura mellada. Llevaba, como yo, la túnica simple propia de los esclavos.

- Didius, ésta es Unus - me presentó - va a ayudarte a partir de ahora con los caballos.

El hombre me recorrió con la mirada de arriba a abajo, analizándome, probablemente preguntándose si valía para ello.

- No creo que necesite la ayuda de una chiquilla, pero gracias por el ofrecimiento - respondió resuelto, dándose media vuelta para volver a entrar en la caseta.

Abrí la boca de par en par al ver el atrevimiento con el que le hablaba a nuestro amo. Probablemente, en cualquier otro lugar, si un esclavo hubiera hablado a su dueño así ya hubiera muerto a latigazos.

Pero él no se amedrentó, ni pareció que aquella conducta que para mi era tan nueva le desconcertara. Parecía estar acostumbrado.

- Vas a aceptarla quieras o no, viejo gruñón - replicó - Ya no tienes veinte años y tenemos que tener a alguien a quien le pases el testigo.

Él me señaló con la mano e hizo un gesto de burla.

- ¿ Y me has traído a esta ? ¿ De qué me va a servir, si apenas sabrá acercarse a un caballo ?

Mi mandíbula se tensó de rabia y el calor se me subió a la cara por la indignación. Abrí la boca para soltar cuatro cosas, pero una mano aferró mi brazo y me detuvo.

- Valdrá más de lo que parece. Solo dale una oportunidad. Si no es lo suficientemente buena te la quitaré de encima- negoció, aún con su mano rodeando mi muñeca.

El viejo pareció pensar en ello. Y asintió satisfecho.

- Está bien. Pero solo con esa condición. ¿ Has oído, chica ? - dijo, dirigiéndose hacia mi.

Yo lo miré sin decir nada. Estaba demasiado absorbida en las sensaciones que estaba teniendo con su cálida piel en contacto con la mía. Me estremecí.

Solo entonces pareció darse cuenta que aún seguía agarrado a mi, y la retiró rápidamente, haciéndome reaccionar al fin.

- Entendido - farfullé.

Una cosa estaba clara ; Iba a demostrarle a aquel viejo cascarrabias que yo valía.
Y mucho.

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