XII

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Punto de vista de Octavius

Apreté mis manos en puños a ambos lados de mi cuerpo, y decidí dejar la conversación.

Cuando a Livia se le metía algo en la cabeza era imposible hacerla cambiar de opinión.

¿ Una fiesta numerosa, aquí, en la villa ? Habría que acomodar decenas de habitaciones, preparar miles de cosas, mandar traer comida del mercado... De solo pensar en todo el ajetreo que implicaba una gran fiesta me daba jaqueca. Y eso que no era yo quien tenía que encargarme de todo aquello... Oh, no, yo solo tenía que dar las órdenes. Los esclavos, pobres de ellos, sí que tendrían trabajo extra acumulado durante una eterna semana. De ellos si que debía apiadarme.

Caprichosa y malcriada, me pregunto si alguna vez empezará a cambiar.

- A veces tu pequeña hermana es un verdadero dolor de cabeza, hijo mío - comentó padre acercándose a mi, y enganchando su brazo al mío para apoyarse en la caminata.

- No soy yo quien tiene la culpa de que sea así - repliqué echándole una mirada - Siempre le has permitido tenerlo todo.

- Oh, no culpes a tu anciano padre - sonrió, apretando mi mano - No es fácil criar a un hijo solo.

- Yo te salí muy bien - respondí indiferente, encogiéndome de hombros.

Él rió, y esbocé una pequeña sonrisa al escuchar el sonido de su alegría.

- Tú siempre has sido distinto - admitió, y aguardó un rato, pensativo - Me hubiera gustado que conocieras a mi Vibia. Seguro que os hubiérais llevado de maravilla.

Guardé silencio durante un instante. Padre nunca hablaba de su difunta esposa, y las pocas veces que la mencionaba no decía gran cosa. En seguida se ponía triste y apagado. Se notaba que la había querido mucho.

- A mi también me hubiera gustado - respondí, bajando la cabeza. Me hubiera gustado conocer el amor de una madre, si bien debía estar realmente agradecido de haber conocido el amor de un padre.

Él me dió un suave apretón en el hombro, como si supiera lo que estuviera pensando. Esbocé una sonrisa, pequeña pero sincera, y salimos al patio. Padre echó su peso sobre una de las columnas, e hice lo mismo con la de enfrente. Aún todavía, a veces, me sentía como si aún fuera un niño a su lado. Como si tuviera diez años y tuviera que aprender de él todo lo que sabía. Y había aprendido mucho observándole, y aún así, me daba la sensación de que no sabía ni la mitad de lo que sabía él. Era un hombre tan sabio y había vivido tantos años...

Lo miré. Tanto Livia como yo sabíamos que le quedaba poco tiempo de vida. Había comenzado a enfermar hacía ya unos meses, y nada podían hacer los médicos para curarle. Era una de esas tantas enfermedades sin nombre, que por ahora, no se habían llegado a descubrir su mal. Deseé que la ciencia fuera más avanzada, deseé poder hacer algo y no tener que esperar a ver cómo se moría.

- ¿ No sería fantástico vivir en un mundo igualitario ? - preguntó de repente, mirando hacia el patio, y sacándome de golpe de mis pensamientos.

- ¿ A qué te refieres, padre ? 

Él se encogió levemente de hombros.

- Vivir en un mundo sin clases, un mundo donde todos tengamos los mismos derechos.

- ¿ Independientemente de nuestra condición, de nuestra raza, de nuestra religión, de nuestra patria ? - inquirí, y él asintió. Suspiré - Sería maravilloso, pero no creo que vaya a ocurrir eso hasta dentro de miles de siglos. Antes de renunciar a su poder los emperadores de Roma nos cortarían el cuello a todos.

- Tienes razón, hijo mío - contestó, poniendo una mano sobre mi hombro, y dándome una suave palmada en la espalda antes de irse al interior - Sería maravilloso.

Sus palabras me dejaron pensando.

Dirigí mi mirada hacia fuera, y decidí caminar un poco para estirar las piernas. La falta de acción me estaba matando.

Inconscientemente me dirigí hacia los establos. Siempre que tenía algo importante en lo que pensar acababa allí, entre el heno y las cuadras de madera, acariciando el lomo de alguno de mis caballos. Era algo que me había relajado desde siempre, y aún hoy seguía haciéndolo.

Entré en la caballeriza y paseé mi mirada por ellos. Me detuve en las últimas cuadras, donde quedaban un par de caballos aún por domesticar.

- Hora de ponerse a trabajar, chico - dije en voz alta, acariciando al caballo entre los ojos tras pasarle la cuerda por el cuello.

Tiré de ella hacia afuera, y conduje al animal hasta uno de los postes para atarlo. Sería mejor que me cambiara de ropa si no quería acabar lleno de barro.

Entré en la caseta cercana a los establos, y busqué algo que ponerme. Desgraciadamente no había previsto esto, y no tenía una muda de ropa que usar. Encontré una túnica simple, de color azul claro, que probablemente pertenecería a algún esclavo. La miré, me encogí de hombros y me la puse. Aquello era mejor que tener que volver al centro de la villa.

Cuando regresé, me llevé una sorpresa al comprobar que mi caballo no estaba solo.

Unos metros delante de él se encontraban dos de mis esclavos, el pequeño Hilâl y la chica que había comprado hacía ya unos meses, Unus.

Ella parecía estar animándole a algo, y él la miraba dudoso. Finalmente, el niño asintió, y levemente empujado por la chica caminó a paso lento hacia el caballo.

Me acerqué unos metros, con el ceño fruncido, preparado para intervenir. No era buena idea acercarse a un caballo sin domesticar, aunque éste ya estaba casi terminando su formación.

Hilâl se dio media vuelta, dudoso, a apenas tres metros del animal. Unus asintió, como diciéndole que siguiera adelante, que todo estaba bien.

De repente, el caballo soltó un gran relincho; Tiempo le faltó a Hilâl para reaccionar y echar a correr, asustado.

Unus comenzó a reir, mientras el niño se alejaba. Esbocé una sonrisa inconsciente.

- ¡ Ya lo intentaremos otro día !- gritó mientras se alejaba.

La chica alzó la mano para despedirse y devolvió su atención al caballo.

Se acercó a él, y tranquilamente, colocándose a centímetros de su rostro, levantó la mano para acariciarle. El animal, que en un principio no le había quitado ojo de encima, pareció perder el interés y desvió la mirada, relajado.

Me sorprendí. No se había acercado de frente, mirándole fijamente a los ojos, como mucha gente hacía. Lo había hecho en diagonal, sin mantener mucho contacto visual para no meterle presión y que el caballo se encabritara. Parecía que sabía lo que hacía.

- Hola, bonito - escuché su voz, mientras daba palmaditas sobre su lomo - Parece que has asustado a nuestro amigo , ¿ sabes ? Pero no vas a tener tanta suerte conmigo, yo no me asusto con tanta facilidad.

Sonreí. Me recordaba a mi mismo. Mucha gente pensaba que hablarle a los caballos era algo extraño, pero en realidad los ayudaba a localizarte, y en consecuencia, a mantenerlos tranquilizados.

- ¿ Me dejas montarte ? - preguntó, sin dejar de acariciarle - Solo un ratito.

La chica rodeó su cuello con sus manos y se impulsó hacia arriba, pasando una pierna sobre el cuerpo del animal y quedando sentada sobre él.

- Muy bien, chico - sonrió ampliamente, extendiendo las manos para darle unas palmaditas en el cuello.

Fruncí el ceño. El caballo había comenzado a mirar nervioso a su alrededor, y movía sus patas delanteras de un lado a otro, inquieto.

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