XXXIX

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Narrador externo

Llegó finales de noviembre, y Unus descubrió entonces que sin duda era una de su estaciones favoritas.

Aunque fuera un día oscuro de invierno, había mucha luz, y sobre todo, mucha vida ; Era el mes en el que nacían los terneros. Unus ayudó a las vacas a parir a muchos de ellos, igual que lo hicieron otros esclavos que no trabajaban normalmente en las labores del campo.

Cuando llegó la noche, estaba exhausta. Todos los minutos libres que había podido encontrar los había usado para estar junto a un ternero huérfano, de apenas un día, que había perdido a su madre.

Lo había instalado en una de las cuadras vacías del establo, lo había alimentado y cuidado.

Se sentó con las piernas cruzadas y cogió al ternero entre sus brazos, acariciando su carita blanca.

- ¿ Ya te encuentras mejor, a que sí ? -El ternero lanzó un berreo tembloroso que la hizo reír-  Sí, claro que sí.

Unus pensó en lo que le esperaba a aquel ternero que, recién nacido, ya había perdido todo lo que tenía.

<< La vida es dura >> , pensó , << pero es todo lo que tenemos >>.

Rió cuando el animal se tambaleó hacia atrás y cayó al suelo de golpe, quedando aturdido. Le empujó suavemente y el ternero quedó tumbado sobre el heno, contento con la caricia.

- ¿ Vas a quedártelo de mascota ?

Unus volvió la cabeza rápidamente y se quedó mirando a Octavius, aún con su sonrisa.

- ¿ Que estás haciendo aquí ?

- Pasear - contestó él de forma casual mientras entraba a la cuadra y se arrodillaba junto a ella - bonito ternero. ¿ Qué hace aquí ?

Unus percibió una mezcla de olores que venían de él que le pareció deliciosa.

- Su madre murió dándole a luz... - contestó con tranquilidad - así que pensé que necesitaría una.

Octavius giró la cabeza lentamente hasta que ambos se quedaron mirando fijamente.
Él no podía decir cuánto tiempo se había quedado observándola, aunque su intención inicial no había sido esa. Quizás fuera el sonido de su risa, o la dulzura con la que había mirado al ternero... Simplemente lo había atrapado en su mirada. Un hombre se merecía que le miraran de ese modo, que fuera lo primero que viera al despertarse y lo último al caer la noche.

- ¿ Seguirás cuidándolo cuando sea tan grande como tú ?

Con él, en aquel momento, la mirada de Unus no era dulce, sino retadora. Desafiante.

- Por supuesto. ¿ Algo más ?

Octavius sonrió para sí mismo. Se había molestado.

- En realidad, quería hablar contigo.

Ella alzó la barbilla, a la espera.

- En un par de días, no sé exactamente cuando, iré a la ciudad - comenzó, sin dejar se mirarla - Me preguntaba si te apetecería ir conmigo.

La mirada de Unus la traiccionó, y no fue capaz de poner un tono desinteresado en su voz.

- ¡ Claro ! Eso sería estupendo.

Y realmente la idea de salir de allí, aunque fuera solo por un rato, la entusiasmaba.

Con toda naturalidad, Octavius acarició su cabello. Sabía que aquello le haría ilusión.

Unus le apartó la mano sonrojada levemente, pero se encontró con que él le agarraba los dedos.

Se echó a reír, porque el ternero, cansado de que no le hicieran caso, se había puesto a darles cabezazos en las rodillas.

Ella lo acarició y estiró los brazos hacia arriba, bostezando.

- ¿ Estás cansada ? - preguntó él.

- Ha sido un día largo - suspiró ella - Así que te agradecería si te fueras para poder ponerme a dormir aquí mismo.

Octavius chasqueó la lengua.

- No tienes modales - bromeó.

Ella alzó las cejas, siguiéndole el juego.

- Los modales no van conmigo.

La mirada de él cambió en ese instante, tornándose felina.

- Entonces los dejaremos a un lado.

Con un movimiento tan rápido que no vió ni venir, la agarró y la atrajo hacia sí. El primer golpe fue sentir ese cuerpo alto y fuerte contra el suyo. El próximo fue sentir su boca sobre la de ella.

Mientras él la estrechaba aún más contra sí, la pasión de Unus creció en su interior.

Aquel beso era distinto a los anteriores. Había algo primitivo en él, instintivo, y a ella le encantaba.

Dejó que su mente descansara y su cuerpo tomara las riendas.
Algo se disparaba en su interior demasiado deprisa, algo que crecía y crecía sin parecer tener un final.

Sus manos se encontraban apretadas en torno a su cintura, las de ella detrás de su cuello, para acercarse mientras lo besaba.

Octavius pensó en cómo su cuerpo se adaptaba al suyo como si hubieran sido creados para abrazarse. Su pasión igualaba a la de ella, ambos cegados por el creciente deseo.

Unus dejó que su lengua jugueteara con la de él mientras se quitaban la ropa desenfrenadamente.

Al sentirse descubierta, ella trató de taparse, pero él aprisionó sus manos y no la dejó.

La miró de arriba a abajo, ante sus mejillas sonrojadas, y se mordió el labio en un gesto que pareció nuy natural. No dijo nada, y a la vez, lo dijo todo.

Unus se relajó entonces y se dedicó a pasar sus manos por cada trozo de piel que encontraba, suave y cálida, sus músculos marcados y fuertes.

Octavius hizo que se recostara sobre el suelo y se posicionó encima, con cuidado de no dejar caer su peso sobre el de ella.

La admiró. Su pelo esparcido parecía más sedoso que nunca, sus ojos refulgían en la oscuridad.

Mientras Octavius la tocaba de arriba a abajo, piel con piel, Unus se sintió egoístamente mujer, como nunca antes lo había hecho. Y pensó que era fabuloso.

Unus pensó en retroceder, pero se dió cuenta de que sus manos se aferraban a la espalda de Octavius. Intentó pensar,pero su olor y sus labios la aturdían.
Así que se rindió y se dejó llevar. Por completo.

Se estremeció ante el tacto de sus manos sobre su cuerpo, e instintavemente rodeó su cintura con sus piernas.

Octavius se inclinó hacia ella aún más, besándola como si fuera la primera vez. Decididamente, sus labios eran su nuevo lugar favorito en el mundo.

No consiguió resistirse más y entró en ella. Unus se dejó caer hacia atrás, cerró los ojos y se mordió el labio con fuerza.

Octavius esperó unos segundos a que se acostumbrara a la sensación, mientras la acariciaba, y después comenzó a moverse.

Él también cerró los ojos mientras lo hacía, clamando a los dioses cómo es que algo podía sentirse tan maravilloso.

Los gemidos de Unus lo excitaron más aún y aumentó el ritmo, sin refrenarse.

Ella arqueó la espalda, soltó una exclamación y se aferró a su espalda, clavándole las uñas con fuerza. A él no le importó ; lo que quería era sentirla todavía más de lo que ya lo estaba haciendo.

Octavius alzó la cabeza hacia arriba sin dejar de moverse y suspiró. Ella acarició con una mano su cabello mientras se apoyaba sobre él, gimiendo en su oído sin poder contenerse, lo que hacía a Octavius volverse loco.

Ninguno había estado nunca tan cerca de sentir tanto placer, tanto desenfreno, tanta locura. Y descubrieron que la locura era placentera.

Cuando llegaron al clímax y no pudieron aguantar más, se dejaron caer al suelo, uno encima del otro, mientras el sudor y el cansancio recubrían sus cuerpos.

No necesitaron decirse nada. Ambos sabían que había deseo, pero sin duda, también había amor.

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