7 - A solas. El testamento

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—Y ahora cuéntame cómo están todos en tu casa —dijo Philip, que tenía la evidente intención de acompañar a las chicas en su regreso.

Normalmente iba a Haytersbank todos los domingos por la tarde, de manera que Sylvia sabía que tarde o temprano tendría que tenerle de acompañante en el camposanto.

—Mi padre se ha pasado toda la semana con reuma, pero ahora ya está mucho mejor, te agradezco enormemente tu interés. —A continuación, dirigiéndose a Molly, preguntó—: ¿Tu primo tiene algún médico que le atienda?

—¡Desde luego! —replicó Molly de inmediato; pues aunque no tenía ni la menor idea, estaba resuelta a suponer que su primo disponía de todo lo que le corresponde a un herido y a un héroe—. Es un hombre con posibles, y puede permitirse todo lo que necesita —añadió—. Su padre, que era granjero en Northumberland, le dejó algún dinero, y se le considera el mejor arponero que ha existido, por lo que puede pedir el salario que quiera además de un porcentaje por cada ballena que arponea.

—Pues imagino que tendrá que desaparecer del mapa por una buena temporada —dijo Philip.

—¿Y eso por qué? —preguntó Molly, que jamás había sentido la menor simpatía por Philip, y que ahora solo esperaba a que dijera algo desdeñoso de su primo para plantarle cara.

—Bueno, se cuenta que cuando disparó mató a algunos miembros de la tripulación de la fragata de guerra, por lo que, naturalmente, tendrá que ir a juicio si le cogen.

—¡Hay que ver qué mentiras cuenta la gente! —exclamó Molly—. Jamás ha matado otra cosa que ballenas, estoy segura; y si lo hizo, bien hecho está, pues querían llevárselo a él y a otros marineros, y mataron al pobre Darley, a quien acabamos de ver enterrar. Y supongo que, ya que eres un cuáquero, si alguien apareciera del otro lado del dique con la intención de matar a Sylvia o a mí, te quedarías de brazos cruzados.

—Pero la patrulla tenía a la ley de su parte, y autorización para actuar como lo hizo.

—La gabarra de la patrulla ha desaparecido, como si estuvieran avergonzados de lo que han hecho —dijo Sylvia—, y han arriado la bandera de la posada. Me parece que tardará un tiempo en volver.

—Padre dice que no —añadió Molly—, que han exaltado demasiado los ánimos para poder quedarse, y han querido imponerse demasiado por la fuerza llevándose a los pobres marineros que vuelven de los mares de Groenlandia. La gente está tan furiosa que les plantaría cara en las calles, y también los mataría si, como hicieron los hombres del Aurora, utilizaran armas de fuego.

—A las mujeres les encanta el derramamiento de sangre —dijo Philip—, pues nadie que te oyera hablar diría que vienes de llorar junto a la tumba de un hombre que ha muerto en un acto violento. Deberías darte cuenta de que los enfrentamientos solo traen dolor. Bueno, los soldados del Aurora a los que dicen que Kinraid mató tenían padres y madres, y probablemente estos también esperaban que sus hijos volvieran a casa.

—No creo que Kinraid haya matado a nadie —dijo Sylvia—, parecía muy buena persona.

Pero a Molly no le gustaba esa manera tan tibia de ver el caso.

—Pues yo creo que sí que los mató; no es de los que hacen las cosas a medias. Y creo que hizo bien, si quieres saber mi opinión.

—¿No es esa Hester, la que trabaja en la tienda de Foster? —preguntó Sylvia en voz baja al ver a una joven que subía los peldaños del murete de piedra que había junto al camino, y que de pronto aparecía ante ellas.

—Sí —dijo Philip—. Bueno, Hester, ¿dónde has estado? —preguntó cuando llegó junto a ellos.

Hester se sonrojó un poco, y a continuación replicó, de manera lenta y tranquila:

Los amores de Sylvia - Elizabeth GaskellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora