La taberna que había sido elegida como punto de encuentro por los líderes de la patrulla de leva que en aquella época estaban en Monkshaven era una posada de mala reputación, con un patio en la parte de atrás que se abría al embarcadero. Una tapia de piedra, alta y recia, cercaba por los dos lados ese patio mohoso y cubierto de hierbajos; los otros dos costados los formaba la casa y un edificio anexo que no se utilizaba. La elección del sitio había sido buena; por su situación, pues estaba bastante aislada, y sin embargo quedaba cerca de la desembocadura del río; y en cuanto al carácter del propietario, John Hobbs, un hombre poco afortunado cuyas empresas parecían siempre condenadas al fracaso, con la consecuencia de que siempre envidiaba a la gente próspera y estaba dispuesto a hacer lo que fuera para alcanzar el éxito en la vida. Vivía con su esposa, su sobrina, que le hacía de criada, y un ayudante que trabajaba fuera de la taberna, un hermano de Ned Simpson, el próspero carnicero, que en aquella época se sentía atraído por Sylvia. Pero si a un hermano le había ido bien en la vida, el otro se había ido hundiendo, igual que el hombre que ahora era su patrón. Ni Hobbs ni Simpson eran hombres totalmente malos; si las cosas les hubieran ido bien, habrían sido hombres con escrúpulos y conciencia, como sus vecinos, e incluso ahora, con solo haber ganado el mismo dinero que ellos, antes harían el bien que el mal; pero una suma muy pequeña era suficiente para desequilibrar la balanza. Y en un grado mayor que en muchos otros casos se les podía aplicar la famosa máxima de Rochefoucault35; pues en las desgracias de sus amigos parecían ver cierta justificación de la suya propia. Era el ciego destino quien repartía los acontecimientos, y ni siquiera los mismos sucesos eran la inevitable consecuencia de la necedad o un comportamiento censurable. Para esos dos hombres, la enorme suma ofrecida por el teniente de la patrulla como pago por el alojamiento en Mariners' Arms era simple e inmediatamente irresistible. La mejor habitación de aquella casa ruinosa fue puesta a disposición del oficial al mando del servicio de leva, y todo se dispuso según sus deseos, sin tener en cuenta a los antiguos clientes, bien es cierto que suponían una escasa fuente de ingresos. Si los parientes de Hobbs y Simpson no hubieran sido tan conocidos ni prósperos en la ciudad, ellos mismos habrían recibido más muestras de la mala opinión que se tenía de ellos de las que recibieron en aquel invierno que ahora mencionamos. De hecho, la gente les dirigía la palabra cuando aparecían en la iglesia o en el mercado, pero no entablaban conversación con ellos; no, ni aunque ahora aparecieron mejor vestidos de lo que se les había visto en años anteriores, y aunque su actitud, en conjunto, revelara un cambio, en la medida en que antes se habían mostrado gruñones y misántropos, y ahora eran educados casi hasta la humillación.
Todo aquel que era capaz de comprender el sentimiento imperante en Monkshaven en aquella época era probablemente consciente de que la situación podía estallar en cualquier momento, y probablemente había personas con el suficiente sentido común para sorprenderse de que ello no hubiera ocurrido en fecha muy anterior. Pues hasta febrero apenas hubo gritos y gruñidos de rabia mientras la patrulla fue haciendo sus capturas, primero aquí, luego allá; al parecer, la cosa estaba tranquila durante días, luego se sabía que habían apresado a alguien en la costa, a cierta distancia, y de pronto se llevaban a un marinero del mismísimo corazón de la ciudad. Daba la impresión de que la patrulla no quería provocar una hostilidad general, como la que les había hecho huir de Shields, y habrían apaciguado a los habitantes de haber podido; los oficiales que formaban parte del servicio y que estaban a bordo de los tres buques de guerra a menudo iban a la ciudad, gastaban abundantemente, hablaban con todo el mundo con animada cordialidad, y procuraban hacerse conocer entre la sociedad para tener acceso a las casas de los magistrados de la zona o a la rectoría. Pero eso, aunque agradable, de nada servía para el objeto de su presencia allí; y, por tanto, se tomó un paso más decidido en una época en la que, a pesar de que no diera esa impresión, la ciudad estaba llena de marineros de los mares de Groenlandia que venían a renovar sus contratos anuales, los cuales, una vez formados, les concederían el derecho legal de protección contra la leva forzosa. Una noche —era un sábado, 23 de febrero, en medio de una terrible helada, con un viento del nordeste que barría las calles, por lo que los hombres y las mujeres estaban encerrados en sus casas—, todos se sobresaltaron, calientes y contentos como estaban en sus casas, cuando oyeron sonar la campana de alarma contra incendios pidiendo ayuda. Dicha campana se hallaba en el mercado, donde convergían la calle Mayor y la calle del Puente: todos sabían lo que significaba. Alguna vivienda, o quizá una casa de calderas, estaba en llamas, y se solicitaba que los vecinos acudieran a toda prisa, en una población donde no había agua corriente ni bombas de agua contra incendios. Los hombres agarraron sus sombreros y salieron a la calle, sus esposas les siguieron, algunas agarrando la primera prenda que encontraron, y cubriendo con ella a sus apresurados maridos, y otros simplemente con esa mezcla de temor y curiosidad que atrae a la gente a la escena de un desastre. La gente que había llevado sus cosas al mercado y estaba ya llegando a sus casas, tras haber permanecido en la ciudad hasta que la oscuridad ocultara su camino, dieron media vuelta y regresaron al oír el sonido incesante de la campana, cuyo tañido era cada vez más rápido, como si el peligro se hiciera más acuciante.
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Los amores de Sylvia - Elizabeth Gaskell
Historical FictionEsta novela, quizá una de las más inolvidables de toda la narrativa victoriana, describe la historia de Sylvia Robson, una joven provinciana de la que se enamoran dos hombres de carácter antagónico: el comerciante Philip Hepburn y el arponero Charle...