39 - Confidencias

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Fue el mismo verano en que la señora Brunton visitó a su hermana Bessy, un poco después.

Bessy estaba casada con un granjero pasablemente adinerado que vivía a una distancia casi equidistante de Monkshaven y Hartswell, pero, por arraigada costumbre y conveniencia, los Dawson llevaban sus productos al mercado de esta última población, así que Bessy muy rara vez veía a sus antiguos amigos de Monkshaven.

Pero la señora Brunton era una persona demasiado extrovertida para no expresar siempre sus deseos y salirse con la suya. No le apetecía, afirmaba, hacer un viaje tan largo solo para ver a Bessy y su marido, y no saludar a sus antiguos conocidos de Monkshaven. También podría haber añadido que su nueva capota y capa poco lucirían si no los exhibía entre aquellos que, conociéndola con el nombre de Molly Corney, y habiendo sido menos afortunados que ella en el matrimonio, la mirarían con estupefacta admiración, si no con envidia.

De modo que, un día, la carreta que utilizaban los Dawson para ir al mercado depositó a la señora Brunton, con toda su ostentación, ante la tienda de la plaza del mercado, sobre la que los nombres de Hepburn y Coulson aún proclamaban su sociedad.

Tras unas breves palabras de saludo a Coulson y Hester, la señora Brunton entró en la sala de estar y le dedicó a Sylvia un saludo más bullanguero y cordial.

Habían pasado más de cuatro años desde que fueran amigas; y las dos se asombraban en secreto de haber sido amigas alguna vez. A los ojos de la señora Brunton, Sylvia tenía un aire rústico, tosco, melancólico; Molly era una persona que hablaba mucho y en voz alta, y que le resultaba totalmente desagradable a Sylvia, a quien la compañía diaria de Hester le había hecho apreciar a las personas que hablaban despacio y flojito, y que mostraban una actitud seria y reflexiva.

No obstante, mantuvieron las formas de su antigua amistad, aunque entre sus corazones mediara un abismo, y mientras permanecían sentadas la una junto a la otra, se miraban con ojos inquisitivos, a la búsqueda de los cambios que el tiempo había operado en ellas. Molly fue la primera en hablar.

—¡Hay que ver lo delgada y pálida que estás, Sylvia! El matrimonio no te ha sentado tan bien como a mí. Brunton siempre dice (ya sabes que es muy de la broma) que si hubiera sabido los metros de hilo que necesitaría para hacerme un vestido, se lo habría pensado dos veces antes de casarse conmigo. ¡Bueno, debo de haber ganado unos doce kilos desde que me casé!

—¡Se te ve saludable y estupenda! —dijo Sylvia, expresando la impresión que le producía el volumen y vivos colores de su antigua amiga con las mejores palabras que pudo.

—¡Vamos, Sylvia! Yo sé lo que te pasa —dijo Molly, negando con la cabeza—. Es por culpa de ese marido tuyo, que se ha ido y te ha dejado; le añoras, y no vale la pena. Brunton dijo, cuando se enteró (y recuerdo que en ese momento estaba fumando, y se sacó la pipa de la boca, y echó las cenizas con la misma seriedad que un juez): «¡El hombre que abandona a una mujer como Sylvia Robson merece la horca!». Eso es lo que dijo. Y hablando de la horca, Sylvia, sentí muchísimo lo de tu pobre padre. ¡Que un hombre tan decente como él acabara así! Mucha gente vino a visitarme para que les contara todo lo que sabía de él.

—¡Por favor, no hables de eso! —dijo Sylvia, temblando de pies a cabeza.

—Tienes razón, pobrecilla, no lo haré. Te concedo que es algo muy duro. Pero para ser justa, hay que reconocer que Hepburn tuvo valor para casarse contigo tan poco después de que se hablara tanto de tu padre. Muchos hombres se habrían echado atrás, por muy lejos que hubieran llegado. No sé qué hubiera hecho ese Charley Kinraid. ¡Hay que ver, Sylvia, y ahora resulta que después de todo está vivo! Dudo que nuestra Bessy se hubiera casado con Frank Dawson de haber sabido que Charley no se había ahogado. Pero menos mal que lo hizo, pues ese Dawson es un propietario con dinero, y tiene doce vacas en su establo, además de tres formidables caballos; y Kinraid era un hombre que siempre jugaba a dos barajas. Siempre dije, y mantengo, que tuvo muy pocos escrúpulos contigo, Sylvie; y te diré que creo que le gustabas más tú que nuestra Bessy, aunque ayer mismo ella mantenía que ese Kinraid la prefería a ella antes que a ti. ¿Te has enterado de su fabulosa boda?

Los amores de Sylvia - Elizabeth GaskellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora