22 - Se agudizan las sombras

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Pero antes de que Coulson se casara ocurrieron muchas cosas, cosas insignificantes para todos menos para Philip. Para él fueron como el sol y la luna. Atrás quedaron los días en que subía hasta Haytersbank y Sylvia hablaba con él; ahora seguía subiendo, pero ella no tenía ánimo para hablar con nadie, y salía de la sala en cuanto él entraba, o ni siquiera entraba, aunque debía de saber que él estaba allí: ese fue el cambio que le llevó de la felicidad a la tristeza.

Los padres de ella siempre le recibían con los brazos abiertos. Abatidos por el desánimo de su hija, saludaban la llegada de cualquier visita como un cambio para ella y para ellos. Su antigua amistad con los Corney se había enfriado, debido al dolor que Bessy Corney había expresado sin ambages por la muerte de su primo, como si tuviera alguna razón para considerarlo su prometido, mientras que los padres de Sylvia consideraban ese hecho como una injuria a la causa del dolor de su hija. Pero aunque en aquella época los miembros de las dos familias dejaron de buscar su mutua compañía, nada se dijo. El hilo de la amistad podía reanudarse en cualquier momento, solo que ahora se había desatado; y Philip se alegraba. Antes de cada una de sus visitas a Haytersbank buscaba algún pequeño presente que hiciera su visita mejor recibida. Y ahora deseaba más que nunca que Sylvia se interesara por aprender; de haber sido así, él le habría llevado muchas hermosas baladas, o libros de relatos, como los que estaban entonces de moda. Lo intentó con la traducción de Las penas del joven Werther, tan popular entonces que se encontraba en todos los cestos de los vendedores ambulantes, la Llamada de Law, el Viaje del Peregrino, El Mesías de Klopstock32, y el Paraíso Perdido. Pero Sylvia era incapaz de leer; y tras girar las páginas de manera lánguida, y sonreír un poco ante la imagen de Charlotte preparando pan con mantequilla torpemente, lo colocó sobre la estantería, junto al Complete Farrier33, y allí lo vio Philip, boca abajo y sin tocar, la vez siguiente que fue a la granja.

Muchas veces, a lo largo de aquel verano, leyó los versículos del Génesis en los que se relatan los dos períodos de siete años que Jacob tuvo que servir para conseguir a Raquel34, e intentó sacar ánimos de la recompensa que al final lograba la constancia del patriarca. Después de intentarlo con libros, ramilletes de flores, bonitas prendas de vestir, según la costumbre de aquellos días, y al encontrarse con que todo era recibido con la misma lánguida gratitud, se propuso intentar complacerla de otro modo. Era momento de cambiar de táctica; pues la chica se estaba hartando de tener que darle siempre las gracias, cada vez que iba a verla, por uno u otro favor. Ella deseaba que él la dejara en paz y no la estuviera mirando de continuo con aquellos ojos tristones. Su padre y su madre saludaban aquellas primeras señales de impaciencia y mal genio en su hija como un regreso al estado de cosas anterior a la irrupción de Kinraid en sus vidas; incluso Daniel estaba ahora en contra del arponero, irritado por las sonoras quejas de los Corney ante la pérdida de un hombre con quien su hija decía estar prometida. Si Daniel deseaba que volviera a la vida, era sobre todo para que los Corney se convencieran de que su última visita a los alrededores de Monkshaven había sido para ver a la pálida y silenciosa Sylvia, y no a esa Bessy, que se lamentaba de la prematura muerte del Kinraid más porque la hubiera privado de un marido que por algún inmenso cariño hacia el difunto.

—Si él fue detrás de esa chica es que era un bribón de siete suelas, eso es lo que era, y ojalá viviera para verlo ahorcado. Pero no lo creo; esas hijas de los Corney siempre estaban hablando y pensando en chicos, y jamás entró un hombre por su puerta al que no vieran como un posible marido. Y su madre no era mejor. Kinraid debió de hablarle educadamente a Bessy, como hace un muchacho con una muchacha, y por eso a ella ya le parece que quería llevarla al altar a la semana siguiente.

—No les doy la razón a los Corney, pero Molly Corney, que ahora es Molly Brunton, siempre le hablaba del difunto a nuestra Sylvie como si antes hubieran sido novios. Y no hay humo sin fuego, y creo muy probable que fuera uno de esos individuos que van detrás de muchas chicas, y a veces tontean con dos o tres al mismo tiempo. ¡Mira a Philip, en cambio, qué diferente es! Jamás ha pensado en otra chica que no fuera nuestra Sylvie, estoy segura. Ojalá no fuera tan anticuado y pusilánime.

Los amores de Sylvia - Elizabeth GaskellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora