37 - Una ausencia

12 0 0
                                    

La indisposición de la madre de Hester había retrasado el que esta le enseñara la carta de Philip a los Foster, a fin de hablar con ellos acerca de su contenido.

Alice Rose se iba apagando lentamente, y los muchos días que tenía que pasar sola pesaban mucho sobre su ánimo y, por consiguiente, sobre su salud.

Todo esto salió a la luz en la conversación que siguió a la lectura de la carta de Hepburn en la pequeña sala de estar del banco, el día después de que Sylvia hubiera mantenido su confidencial entrevista con Jeremiah Foster.

Este era un auténtico hombre de honor, y jamás aludió a esa visita; pero lo que ella le contara influyó mucho en el plan que les propuso a su hermano y a Hester.

Recomendó que Sylvia siguiera viviendo en el mismo sitio, en la casa que había detrás de la tienda; pues en su fuero interno pensaba que Sylvia había exagerado el efecto de sus palabras sobre Philip; que, después de todo, era posible que su marido se hubiese marchado de Monkshaven por alguna causa que nada tuviera que ver con ellas; y que sería mucho más fácil para los dos reanudar sus relaciones naturales, la del uno con el otro y la de los dos con el mundo, si Sylvia seguía viviendo donde su marido la había dejado, en una actitud de espera, por así decir.

Jeremiah Foster interrogó minuciosamente a Hester acerca de la carta: si le había revelado su contenido a alguien. No, a nadie. ¿Ni a su madre ni a William Coulson? No, tampoco.

Hester le miraba mientras contestaba a sus preguntas, y él la miraba a ella, y los dos se preguntaban si el otro tenía alguna idea de que en el fondo del dilema que les planteaba la desaparición de Hepburn podía haber una disputa conyugal.

Pero ni Hester, que había presenciado el malentendido entre marido y mujer la noche antes de la desaparición de Philip, ni Jeremiah Foster, que sabía por Sylvia la verdadera razón de la marcha de Philip, le dieron al otro la menor razón para pensar que alguno poseyera la clave del misterio.

Lo que Jeremiah Foster, tras haberlo pensado toda la noche, tenía que proponer era lo siguiente: que Hester y su madre ocuparan la casa que había delante del mercado, junto con Sylvia y la niña. El interés de Hester por la tienda era ya reconocido en aquella época. Jeremiah le había transferido casi toda su parte, y ella tenía derecho a que la consideraran una especie de socio; y hacía tiempo que era la encargada del departamento de la tienda dedicado exclusivamente a la venta de productos para señoras. De modo que había varias razones que exigían su presencia diaria.

Pero el ánimo y la salud de su madre desaconsejaban que la pobre mujer pasara mucho tiempo sola; y la devoción que Sylvia había demostrado hacia su madre parecían apuntarla como justo la persona que podía ser una compañera amable y cariñosa para Alice Rose durante las horas que su hija debía pasar en la tienda.

El que Alice se mudara parecía reportar muchas ventajas: Sylvia tendría algo de que ocuparse, y se vería obligada a quedarse en la casa en que la había dejado su marido, adonde (esperaba Jeremiah Foster a pesar de la carta) era probable que este volviera algún día; y Alice Rose, el primer amor de uno de los hermanos, la vieja amiga del otro, estaría bien atendida y bajo la inmediata supervisión de su hija durante el tiempo que esta estuviese ocupada en la tienda.

La parte del negocio de Philip, incrementada por el dinero que le había legado su tío de Cumberland, produciría los beneficios suficientes para mantener a Sylvia y a la niña sin que les faltara de nada hasta el momento, esperado por todos, en que él regresara de su misteriosa errancia, pues era un misterio si se había ido de manera voluntaria o no.

Así quedaron; y Jeremiah Foster fue a contarle su plan a Sylvia.

Ella era poco más que una niña, y estaba muy poco acostumbrada a obrar de manera independiente, por lo que se puso en sus manos. La misma confesión que le había hecho el día antes, cuando fue a pedirle consejo, parecía ponerla a su disposición. Por lo demás, se le había ocurrido a Sylvia la posibilidad de volver a vivir en el campo, aunque no sabía de qué manera ni cómo iba a mantenerse; pero Haytersbank estaba en alquiler, y Kester libre de cualquier lazo, por lo que le parecía posible volver a su antiguo hogar, a su antigua vida. Sabía que costaría mucho dinero volver a aprovisionar la granja, y que ella no podía llevar a cabo ninguna actividad productiva a causa de los cuidados y el amor que debía prodigarle a su hija. No obstante, de algún modo, era la esperanza que tenía, hasta que las mesuradas palabras y el meticuloso plan de Jeremiah Foster le hicieron renunciar a la idea de volver a vivir al aire libre.

Los amores de Sylvia - Elizabeth GaskellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora