La tienda de Foster era la tienda por antonomasia de Monkshaven. La llevaban dos hermanos cuáqueros, ahora ya ancianos, y su padre la había llevado antes que ellos. La gente la recordaba como una vivienda anticuada, que tenía adosada una especie de tienda con dos ventanas sin cristales que sobresalían del piso inferior. Hacía ya tiempo que se habían instalado en ellas los correspondientes cristales, que en la actualidad se considerarían muy pequeños, pero que hace setenta años fueron muy admirados por su tamaño. La mejor manera de haceros comprender el aspecto del lugar es pidiéndoos que penséis en esos huecos alargados que hay en las carnicerías, y en vuestra imaginación les coloquéis unos cristales de veinte por quince centímetros dentro de un macizo marco de madera. Había una de estas ventanas a cada lado de la puerta, que durante el día se mantenía parcialmente cerrada mediante una puerta metálica de más o menos un metro de altura. La mitad de la tienda se dedicaba a comestibles, la otra mitad, a pañería y un poco de mercería. Los dos hermanos les daban a todos sus clientes habituales una cálida bienvenida; a muchos les estrechaban la mano, y les preguntaban por todas sus circunstancias familiares y domésticas antes de entrar en materia comercial. Por nada del mundo colgaban el cartel de cerrado en Navidad, y escrupulosamente mantenían la tienda abierta en esa sagrada fecha, dispuestos a atender ellos mismos antes de poner a prueba la conciencia de sus dependientes, solo que nadie iba nunca. Pero el día de Año Nuevo había una gran pastel, y vino, en el salón que había detrás de la tienda, y todo el que entraba a comprar algo era invitado a compartirlos. Sin embargo, aunque escrupulosos en casi todo, no iba en contra de la conciencia de estos hermanos comprar artículos de contrabando. Había un camino que subía desde el río por la parte de atrás y llegaba a una entrada cubierta que daba acceso al patio de los Foster, y si se oía una llamada convenida, siempre aparecían en la puerta John o Jeremiah, y si no ellos, el encargado, Philip Hepburn; y el mismo pastel y el mismo vino que a lo mejor había estado probando la mujer del recaudador de impuestos se sacaba al salón de la parte de atrás para tratar con el contrabandista. Se cerraba la puerta con llave y se corría una cortina de seda verde que se suponía que aislaba de la tienda, pero en realidad todo eso se hacía para guardar las formas. Todos los habitantes de Monkshaven contrabandeaban con lo que podían, y todos llevaban artículos de contrabando, y se depositaba una gran confianza en la buena voluntad del recaudador de impuestos.
Se decía que John y Jeremiah Foster eran tan ricos que podían comprar toda la parte nueva de la ciudad, situada al otro lado del puente. Desde luego, era cierto que habían fundado una especie de banco primitivo relacionado con la tienda, que aceptaban y cuidaban el dinero que la gente no deseaba tener en casa por miedo a que se lo robaran. Nadie les pedía intereses por el dinero así depositado, ni ellos lo pagaban; pero, por otro lado, si alguno de sus clientes, cuyo carácter le hacía merecedor de confianza, deseaba un pequeño anticipo, los hermanos, tras informarse debidamente, se mostraban dispuestos a prestar una pequeña suma sin cargar ni un penique por la utilización de su dinero. Todos los artículos que vendían eran de calidad, pues sabían elegir, y por ellos querían y obtenían dinero contante y sonante. Se decía también que la tienda solo la tenían para distraerse. Otros aseguraban que por las mentes de los hermanos corrían planes de boda, un matrimonio entre William Coulson, el sobrino de la esposa del señor Jeremiah (el señor Jeremiah era viudo) y Hester Rose, cuya madre era una especie de pariente lejana, y que atendía en la tienda junto con William Coulson y Philip Hepburn. No obstante, esto lo rechazaban quienes aseguraban que Coulson no tenía el menor parentesco con ellos, y que si los Foster hubieran ido en serio con Hester, no habrían permitido que ella y su madre pasaran estrecheces, obligadas a tener a Coulson y a Hepburn de huéspedes para llegar a fin de mes. No; John y Jeremiah dejarían todo su dinero a algún hospital o a alguna institución benéfica. Pero también había quien replicaba a estos argumentos, pues ¿acaso no se le pueden dar muchas vueltas a una discusión cuando se refiere a una posibilidad no respaldada por ningún hecho comprobado? Y esta era parte de la réplica: los ancianos caballeros probablemente tenían algún meditado plan al permitir que su prima tuviera a Coulson y a Hepburn de huéspedes, siendo el uno una especie de sobrino, y el otro, aunque joven, el encargado de la tienda; en caso de que a cualquiera de los dos le gustara Hester, ¡qué buen término podría tener aquel asunto!
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Los amores de Sylvia - Elizabeth Gaskell
Fiksi SejarahEsta novela, quizá una de las más inolvidables de toda la narrativa victoriana, describe la historia de Sylvia Robson, una joven provinciana de la que se enamoran dos hombres de carácter antagónico: el comerciante Philip Hepburn y el arponero Charle...