Prologo

121 5 0
                                    

Cuando, a primeros de noviembre de 1859, Elizabeth Gaskell visitó la población de Whitby en compañía de dos de sus hijas, Meta y Julia, llevaba ya más de una década dándole vueltas a la idea de escribir una novela ambientada en el Yorkshire de finales del siglo XVIII, y en su prólogo a la primera edición de Mary Burton (1848) insinúa que ya había iniciado un primer esbozo. Pero el viaje que allí emprende en compañía de sus hijas no tiene por objeto hacer ningún «trabajo de campo», sino que es consecuencia de la mala salud de Julia, y Whitby, una pequeña ciudad marítima conocida, en la época de Gaskell, por sus balnearios, parece el lugar adecuado donde recuperarse. Y aunque se hospedan allí dos semanas, sabemos, por una carta que Gaskell le remite a James Dixon, que el clima no invitaba a realizar muchas investigaciones topográficas: «Solo permanecimos allí quince días... y fue un noviembre tan nublado que era incapaz de orientarme si no miraba el mapa». Lo que no puede negarse, y el breve epílogo a la historia de Los amantes de Sylvia es una prueba de ello, es que sí recogió abundantes relatos orales de cómo era la vida en aquella población sesenta años antes, en la época en que la principal industria y riqueza del lugar procedía de la pesca de la ballena —y no era una población muy distinta del New Bedford que describe Herman Melville en Moby Dick—, pues toda la novela está salpicada de narraciones de la pesca ballenera, desde un punto de vista, eso sí, más realista y menos épico que el que adopta Melville.

Cuando, finalmente, se publicó Los amantes de Sylvia, en 1863, Elizabeth Gaskell era ya una autora de cierto prestigio entre la sociedad literaria, y había gozado de la amistad y la admiración de personajes como Charles Dickens, William Wordsworth, George Eliot o Charlotte Brontë, cuya biografía escribiría posteriormente.

Nacida en Chelsea, Londres, el 29 de septiembre de 1810, su nombre de soltera fue Elizabeth Cleghorn Stevenson. Su padre, William Stevenson, era ministro de la iglesia unitariana, una de las sectas más tolerantes del siglo XIX, y especialmente progresista en su actitud hacia las mujeres, lo que permitió que Elizabeth tuviera una buena educación, algo —como ella misma se encarga de recalcar en sus novelas— poco frecuente entre las mujeres de la época. Políticamente, además, el unitarianismo era una doctrina de tendencias casi libertarias, lo que se reflejará en Los amantes de Sylvia, donde uno de los temas principales es el conflicto entre la legalidad y la justicia, o lo que es lo mismo, entre el orden y el individualismo.

El 30 de agosto de 1832 se casó en Manchester con el reverendo William Gaskell, también de la iglesia unitariana. Tuvieron cinco hijas —de las que sobrevivieron cuatro— y un hijo, William, que murió de la escarlatina cuando contaba pocos años de edad. Sabemos que se integró perfectamente en la sociedad de Manchester, y que siempre fue provinciana de corazón, alegrándose enormemente cuando su marido rechazó la oferta de una parroquia en Londres. Su correspondencia la revela como una mujer inquieta, afectuosa, devota, aunque su reserva respecto a cuestiones más personales ha llevado a algunos críticos a sugerir que su matrimonio no fue del todo feliz.

En Manchester, precisamente, ambientó su primera novela, Mary Burton (1848), donde describe el conflicto entre los trabajadores de una fábrica y los propietarios, y que le valió la acusación, por parte de algunos críticos, de fomentar el enfrentamiento de clases, aunque no encontremos en la novela ningún mensaje revolucionario ni antiburgués.

Tampoco pudo escapar a la polémica con su segunda novela, Ruth (1853), donde aborda el tema de las madres solteras, un tema que en la época se consideraba muy poco «adecuado», y que le valió que dos de los miembros de la congregación de su marido quemaran el libro, y que este fuera retirado de una biblioteca pública de Londres.

En 1853 llegaría también la que ha sido desde entonces su obra más popular, Cranford, una curiosa utopía en la que el gobierno y la propiedad están en manos de las mujeres, y en las que los hombres resultan casi superfluos (y es curioso que, en Los amores de Sylvia, la familia en torno a la cual se vertebra el relato acabe formada exclusivamente por mujeres).

Los amores de Sylvia - Elizabeth GaskellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora