15 - Una cuestión dificil

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Philip se fue a la cama llevando en el corazón esa especie de gratitud humilde y penitente que a veces sentimos tras haber pasado del desaliento a la esperanza. La noche antes parecía que todo se aliara para frustrar sus deseos más queridos; ahora le parecía que su descontento y aflicción de menos de veinticuatro horas antes habían sido casi impíos, tanto habían mejorado ahora las circunstancias. Ahora todo parecía apuntar a que se realizarían sus anhelos. Casi estaba convencido de que Kinraid no sentía otra cosa por Sylvia que la admiración de un marinero por una chica guapa; en cualquier caso, el arponero se iba mañana, y con toda probabilidad tardaría otro año en volver (pues los barcos que iban a Groenlandia zarpaban hacia los mares del norte a la menor oportunidad de poder abrirse paso entre el hielo), y antes de que eso ocurriera él le habría hablado abiertamente a Sylvia, comunicándoles a sus padres su afortunado futuro, y a ella su amor profundo y apasionado.

De modo que, aquella noche, sus oraciones fueron algo más que la mera formalidad de la noche anterior; se convirtieron en una vehemente expresión de gratitud a Dios por haber, por así decir, interferido en su favor, para que le otorgara el deseo de sus ojos y el anhelo de su corazón. Era como muchos de nosotros; no ponía su vida futura en las manos de Dios, y solo pedía la gracia para hacer Su voluntad en cualquier circunstancia que pudiera surgir; pero ahora anhelaba algo de esa manera tan terrible que, cuando se otorga en esas circunstancias, a menudo suele resultar equivalente a una maldición. Y ese estado de ánimo lleva aparejada la idea de que todos los sucesos que favorecen nuestros deseos son respuestas a una plegaria; y lo son en un sentido, pero precisan que se rece en un espíritu más profundo y elevado para no dejarnos caer en la tentación del mal que tales sucesos conllevan de manera inevitable.

Nada sabía Philip de cómo había pasado Sylvia ese día. Y si lo hubiese sabido, aquella noche se habría acostado aún más apenado que la noche anterior.

Charley Kinraid acompañó a sus primas hasta el lugar donde el camino se bifurcaba en dirección a Haytersbank Farm. Entonces detuvo su alegre charla y anunció su intención de ir a visitar al granjero Robson. Bessy Corney pareció decepcionada y un poco mohína; pero su hermana Molly Brunton se rió y dijo:

—¡Di la verdad, mozo! Nunca habrías ido a ver a Dannel Robson si no tuviera una hija tan guapa.

—Es cierto, pero la tiene —replicó Charley, bastante molesto—. Y cuando digo una cosa, la hago. Y ayer por la noche prometí que iría a verle; además, me cae bien el viejo.

—¡Bueno! ¿A qué hora le digo a madre que llegarás?

—A eso de las ocho. Puede que antes.

—¡Pero si apenas son las cinco! Bendito sea, pues no se cree que va a pasar allí la velada, con lo tarde que se acostaron ayer, y con la señora Robson enferma. A madre eso no le parecerá nada bien, ¿no crees, Bessy?

—No lo sé. Charley puede hacer lo que quiera; creo que nadie le echará de menos si se queda hasta las ocho.

—¡Bueno, bueno! No puedo decir que yo vaya a echarle de menos; pero más vale que te apresures, pues se está haciendo tarde, y por el aspecto de las estrellas va a haber una buena helada esta noche.

Haytesrbank no estaba más cerrado de noche que a cualquier otra hora; no había postigos en las ventanas, ni tampoco se molestaban en correr las cortinas, pues casi nadie pasaba por allí. La puerta de la casa estaba cerrada; pero la puerta del establo, que se hallaba un poco más allá, en el mismo edificio, bajo y alargado, permanecía abierta, y una tenue luz proyectaba una forma oblonga sobre el suelo nevado del exterior. Mientras Kinraid se acercaba, oyó voces que hablaban, y una de ellas era de mujer; lanzó una mirada fugaz por la ventana en dirección a la sala de estar iluminada por el hogar, y al ver a la señora Robson dormida junto al fuego, siguió adelante.

Los amores de Sylvia - Elizabeth GaskellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora