21 - Un pretendiente rechazado

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Los cambios comerciales que afectaban a Hepburn y Coulson requerían otros muchos cambios de tipo doméstico.

Los Foster, con ese entrometimiento que suele caracterizar a unos amables protectores, habían planeado que los habitantes de casa de Rose se mudaran al domicilio que pertenecía a la tienda; y que Alice, con la ayuda de la competente criada que ahora se encargaba de todos los asuntos domésticos de John, siguiera siendo la señora de la casa, con Philip y Coulson de inquilinos.

Pero a Alice no le gustaba que se decidiera nada sin su consentimiento, y tenía muy buenas razones para negarse a acceder a ese arreglo. No iban a sacarla de su casa a su edad, dijo, ni tampoco iba a embarcarse en una situación doméstica tan incierta. Pues Hepburn y Coulson eran dos personas jóvenes, dijo, y era probable que se casaran; y entonces seguro que la novia querría vivir en la casa confortable y al antiguo estilo que había en la parte de atrás de la tienda.

En vano le dijeron todas las personas implicadas en el asunto que, en caso de que tal cosa ocurriera, el primer socio que se casara se iría a vivir a una casa propia, dejándola a ella en esa vivienda sin disputa alguna. Y ella replicó, sin que pudiera ponerse reparo alguno, que los dos podrían querer casarse, y que entonces la mujer de uno de ellos querría tomar posesión de una casa que pertenecía al negocio; que no iba a confiar su futuro al capricho de los jóvenes, que siempre, incluso los mejores, cometían la mayor estupidez posible a la hora de casarse; y lo dijo con algo de acre desdén y aversión, como si los jóvenes siempre se casaran con quien no debían, y no tuvieran tampoco el buen juicio de permitir que las personas mayores y más sensatas eligieran por ellos.

—No habrás entendido por qué Alice Rose hablaba así esta mañana —le dijo Jeremiah Foster a Philip la tarde después de la definitiva discusión de su plan—. Creo que pensaba en su juventud, cuando ella era una joven bien parecida y nuestro John solo pensaba en casarse con ella. Como no pudo conseguirla, se quedó soltero toda la vida. Pero si no estoy equivocado, todo lo que tiene irá a parar a ella y a Hester, aunque esta sea hija de otro hombre. Tú y Coulson tenéis una oportunidad con Hester, Philip. Hoy mismo le he hablado a Coulson de las posibilidades de Hester. Se lo he dicho a él primero porque es sobrino de mi esposa; pero ahora te lo digo a ti, Philip. Sería bueno para la tienda que uno de vosotros se casara.

Philip se sonrojó. A menudo había pensado en el matrimonio, pero esa era la primera vez que alguien se lo sugería en serio. Pero replicó sin perder la compostura.

—No creo que Hester Rose piense en el matrimonio.

—Claro que no; eres tú, o William Coulson, quien ha de hacerla pensar. Es posible que se acuerde lo bastante de lo que fue la vida de su madre con su padre, y eso le haga tomarse con calma esa cuestión. Pero tarde o temprano pensará en el matrimonio; igual que todos nosotros.

—El marido de Alice murió sin que yo le conociera —dijo Philip, eludiendo el tema principal.

—Su muerte fue una bendición. Una bendición para todos los que le tratábamos, quiero decir. Alice era una joven muy hermosa, siempre tenía una sonrisa para todos, para todos excepto para nuestro John, que nunca consiguió arrancarle una. ¡No! Ella nunca quiso saber nada de él, sino que se enamoró de Jack Rose, tripulante de un barco ballenero. Y al final se casaron, aunque toda la familia de ella se oponía. Y él era un redomado pecador, e iba detrás de otras mujeres, y bebía, y le pegaba a Alice. Al año después del nacimiento de Hester se volvió tan inflexible y gris como la ves ahora. Creo que, de no haber sido por John, varias veces se habrían muerto de indigencia y frío. Si alguna vez intuyó de dónde venía el dinero, supongo que eso debió de herir su orgullo, pues siempre fue una mujer orgullosa. Pero el amor de una madre es más fuerte que el orgullo.

Los amores de Sylvia - Elizabeth GaskellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora