Muy lejos, más allá de las tierras y el agua, sobre un mar soleado, grandes cañones tronaban aquel 7 de mayo de 1799.
El Mediterráneo llegaba con un gran fragor a una playa reluciente de arena blanca como la nieve, cubierta de fragmentos de innumerables conchas, delicadas y brillantes como porcelana. Mirando la costa desde el mar, se divisaba una larga extensión de tierras altas, que se iniciaban en un valle del interior, y se adentraban en el océano por la derecha hasta acabar en unos inmensos riscos montañosos, coronados por los blancos edificios de un convento que descendían pronunciadamente hacia el agua azul.
En el límpido aire oriental, podían discernirse a lo lejos, y a simple vista, los distintos caracteres del follaje que arropaban los lados de la montaña bañada por el mar; el gris plateado de los olivos cerca de la cima; el verde intenso y las redondeadas formas de los sicomoros un poco más abajo; interrumpidas aquí y allá por algún solitario terebinto o alguna encina de un verde más intenso y copa más amplia; hasta que la mirada daba sobre la llanura marítima, bordeada por el blanco litoral y los montículos arenosos; y aquí y allá se veían palmeras cuyas hojas parecían plumas, aisladas y en grupo, inmóviles y nítidas contra el aire caliente y púrpura.
Miremos otra vez; un poco a la izquierda, en la costa, se hallan los blancos muros de una ciudad fortificada, reluciente al sol o negra en las sombras.
Las propias fortificaciones se adentran en el mar, formando un puerto y un refugio contra las desaforadas tormentas levantinas; y un faro surge de las olas para guiar a los marineros a buen puerto.
Más allá de esta ciudad amurallada, y mucho más hacia la izquierda, se ve esa misma ancha llanura limitada por un terreno más elevado, a lo lejos, hasta que estas tierras altas acaban en el norte, y las grandes rocas blancas se encuentran con ese profundo océano sin marea de un intenso color azul.
En lo alto, el calor vuelve el cielo literalmente púrpura; y la implacable luz golpea el agotado ojo del observador a medida que se acerca de la orilla blanca. Tampoco el terreno llano de esta región ofrece el refugio y descanso de los suaves verdes de nuestro país. La piedra caliza que hay bajo la vegetación le da un tono brillante y ceniciento a las zonas donde se ve el puro suelo, e incluso las partes cultivadas se ven marchitas en tan temprana época del año. Solo en primavera la región se ve rica y fructífera; en esa época los campos de maíz muestran su capacidad de dar fruto, «una ciento, otras sesenta, otra treinta»44; siguiendo la corriente del riachuelo Kishon, que nace no lejos de la base del promontorio montañoso hacia el sur, hay un campo de anchas y verdes higueras, frescas y lozanas a la vista; los huertos están llenos de cerezos de hojas lustrosas; el alto amarilis produce en los campos un esplendor carmesí y amarillo, que rivaliza con la pompa del rey Salomón; las margaritas y los jacintos extienden sus miríadas de flores; las anémonas, escarlatas como la sangre, surcan el suelo como deslumbrantes llamas de fuego.
Un olor picante flota en el aire cálido; procede de la multitud de flores aromáticas que pueblan esa precoz primavera. Luego se marchitarán y morirán, y el maíz se recogerá, y el verde intenso del follaje asumirá una especie de tono gris descolorido.
Incluso en el mes de mayo, el caluroso centelleo del mar eterno, el perfil terriblemente límpido de todos los objetos, cercanos o distantes, el sol brutal en lo alto, la atmósfera cegadora, resultaban indeciblemente agotadores para los ojos de los ingleses que día y noche vigilaban atentamente la ciudad costera fuertemente fortificada que quedaba un poco hacia el norte de donde estaban anclados.
Habían mantenido un fuego de flanco durante muchos días en ayuda de los que estaban sitiados en Saint Jean d'Acre, y a intervalos habían escuchado, impacientes, el sonido de los pesados cañones del asedio, o las bruscas descargas de la mosquetería francesa.
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Los amores de Sylvia - Elizabeth Gaskell
Historical FictionEsta novela, quizá una de las más inolvidables de toda la narrativa victoriana, describe la historia de Sylvia Robson, una joven provinciana de la que se enamoran dos hombres de carácter antagónico: el comerciante Philip Hepburn y el arponero Charle...