16 - El compromiso

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—Cuanto más se alarga el día, más frío hace.

Así era aquel año: las fuertes heladas habían comenzado en Nochevieja, habían durado hasta finales de febrero, gélidas y terribles, pero los granjeros les daban la bienvenida, pues impedían que el trigo que habían sembrado en otoño creciera demasiado pronto, y les daba la oportunidad de transportar estiércol. Pero aquel clima no les sentaba tan bien a los enfermos, como Bell Robson, que, aunque no empeoraba, tampoco experimentaba ninguna mejoría. Eso tenía a Sylvia muy ocupada, aunque contaba con la ayuda de una pobre viuda de la región los días que había que hacer limpieza, lavar la ropa o hacer mantequilla. Y aunque trabajaba duro, la vida de Sylvia era tranquila y monótona; y mientras sus manos hacían de manera mecánica sus labores de siempre, los pensamientos que surgían en su cabeza siempre estaban centrados en Charley Kinraid, en sus gestos, sus palabras, su aspecto, en si realmente habían significado lo que ella quería creer que significaban, y si, aunque habían delatado amor en aquel momento, era probable que el sentimiento perdurara. La historia de Nancy la había afectado profundamente; pero no como «advertencia», sino más bien como un caso paralelo al suyo. Al igual que Nancy, y tomando prestadas las palabras de la pobre muchacha, se decía en voz baja «Él estuvo aquí una vez»; pero en el fondo de su corazón creía que él volvería con ella, aunque la conmovía de manera curiosa imaginar los sufrimientos de un amor abandonado.

Philip poco sabía de todo eso. Estaba demasiado ocupado con hechos y cifras, abriéndose paso con terquedad entre las interioridades del negocio, y solo muy de vez en cuando se permitía la deliciosa relajación de pasar una velada en Haytersbank para interesarse por la salud de su tía y ver a Sylvia; pues los dos hermanos Foster estaban impacientes porque sus dependientes comprobaran la información que les habían dado; insistían en que examinaran las existencias, como si Hepburn y Coulson fueran ajenos a la tienda; hicieron que el tasador de Monkshaven valorara las instalaciones y los muebles que les eran necesarios; repasaron los libros de la tienda de los últimos veinte años con sus sucesores, una ocupación que les ocupaba una velada tras otra; y no era infrecuente que se llevaran a alguno de los dos jóvenes en largos viajes comerciales que hacían tediosamente en una calesa. Poco a poco Hepburn y Coulson fueron conociendo a los fabricantes y tratantes al por mayor que vivían lejos de la ciudad. Y aunque los dos jóvenes estaban dispuestos a aceptar la palabra de los Foster en todo lo que les habían dicho el día de Año Nuevo, era evidente que eso no satisfacía a sus jefes, quienes insistían escrupulosamente en que, si alguna de las partes había de tener alguna ventaja, recayera esta siempre del lado de los dos muchachos.

Cuando Philip veía a Sylvia, esta siempre se mostraba amable y callada; quizá más callada de lo que era hacía un año, y casi no estaba pendiente de cuanto ocurría alrededor. Estaba bastante más delgada y pálida; pero a ojos de Philip, cualquier cambio que se diera en ella era una mejora, siempre y cuando le hablara con amabilidad. Pensaba él que Sylvia seguía preocupada por su madre, o que trabajaba demasiado; y cualquier causa era suficiente para que la tratara con una seria consideración y deferencia, tras la que se ocultaba un cariño reprimido, del que ella, por lo demás ocupada, poco sabía. Ella también apreciaba más a Philip que un año o dos antes, porque ya no le prodigaba esa obsesiva atención que entonces la molestaba, aunque no comprendiera del todo su significado.

Así estaban las cosas cuando acabaron las heladas y el tiempo mejoró. Era una época esperada con impaciencia por la enferma y sus amigos, pues favorecía la recomendación del doctor de cambiar de aires. Su marido iba a llevarla a pasar dos semanas a una región con una amable vecina, que vivía cerca de la granja que habían ocupado antes de mudarse a Haytersbank, a unas cuarenta millas hacia el interior. La viuda vendría para instalarse en casa de ellos y hacerle compañía a Sylvia en ausencia de su madre. Daniel, de hecho, regresaría a su casa tras haber dejado a Bell en su destino; pero había tantas labores que hacer en la tierra en esa época del año que Sylvia se habría pasado el día sola de no ser por el arreglo que hemos mencionado.

Los amores de Sylvia - Elizabeth GaskellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora