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Otra vez las pesadillas me despertaron.

Las he tenido desde los diez años, y aun no he logrado detenerlas. Mi padre dice que de alguna manera tratan de mostrarme algo, pero a decir verdad no creo que hagan otra cosa más que recordarme mi terrible pasado. Todas las mañanas hago la misma rutina, me levanto y salgo a caminar por las colinas tratando de meditar lo ocurrido durante la noche. Siempre es igual, siempre lo mismo. La noche fría y oscura envolviéndome, las sombras cubriendo los pasillos del palacio, los sonidos de espadas y flechas sin ninguna gota de sangre enemiga derramada, el viento rugiendo por las ventanas, la luz tenue de la luna entrando por el rabillo de la puerta del armario, el temor corriendo por mis venas, y la suavidad de una mano junto a la mía.

No recuerdo mucho su rostro, tenía tres años la última vez que la vi, su cabello castaño era tan corto como el de un hombre y se veía dos años mayor que yo. No sé su nombre, a pesar de que llevo años tratando de averiguarlo, ni su familia es reconocida en el reino. Sé que muchos creen que es producto de mi imaginación, pero de alguna manera no puedo parar de buscarla.

Continúo recordando. Alguien entra a la habitación, y se escuchan sonidos de espadas chocando. Tengo miedo y empiezo a llorar, solo que en voz baja para evitar que nos encuentren. No entendía que hacíamos escondidos hasta que vi las consecuencias. De repente los ruidos cesaron, no sé si es por el miedo o el frío que comienzo a temblar, pasan los minutos y la niña decide salir del escondite. Me ordena no moverme hasta que amanezca, y por alguna razón obedezco. Al instante me arrepiento de haberlo hecho, la niña grita, grita mi nombre.

- ¡Nicholas! ¡Nicholas! – su desgarradora voz arde en mis oídos una y otra vez.

Pero no soy capaz de hacer algo y me quedo sentado sin moverme en el armario. No sé qué está pasando, tengo muchas preguntas en mi cabeza, demasiadas para responder. Por suerte el sueño me vence y quedo dormido.

La luz del sol me despierta de mi siesta. Decido llenarme de valor y salir de mi guarida. Estoy parado en el medio de la habitación y desde ahí observo todo. Una mujer está tendida en el suelo, me resulta familiar así que me acerco para verla. Sus rasgos son idénticos a los míos, cabello castaño y ojos verdes aceituna que contrastan con su piel blanca. Sus ropas son de la realeza, y en su mano sostiene una espada de plata con detalles de oro y un enorme rubí en el mango. Se ve afligida, una lágrima recorre sus mejillas y sus ojos apuntan en dirección al armario. Logro identificarla, lo que me pone muy triste, puede que mi edad no me permita entender la causa de su muerte pero no evita que mi corazón se sienta abatido y destrozado. Es mi madre, Reina Anna de Matheldan.


Vuelvo a la actualidad, lo que no cambia mucho. Desde esa noche nada fue igual, el reino perdió su última esperanza, es por eso se muchos la recuerdan como la Noche Oscura. Las carreteras vacías, los cielos grises sin una gota de lluvia, el aire fresco y la gente del pueblo escondida en sus hogares, con temor a ser atacados nuevamente por aquella oscuridad. Mi padre, el rey Louis Nicholas de Matheldan, de ahí mi nombre Louis Nicholas II, había fallecido dos días antes de aquel incidente en una batalla contra el mismo enemigo. Luego de la muerte de la reina, los embajadores del reino decidieron esconderme entre una familia aldeana fiel al reino, para evitar mi muerte y pérdida del ultimo primogénito heredero al trono. Ellos eran una pareja de gran edad, y sin hijos, pero me aceptaron con alegría en su casa, y estoy muy agradecido de ello. Pero han pasado ya quince años de ese suceso, y aun no he reclamado mi derecho a reinar.

Durante ese tiempo reyes de las otras Nueve Islas del Este intentaron tomar el control de Matheldan. Pero no pasaban días para que renuncien a ello, ya que la oscuridad los perseguía hasta llevarlos a la muerte.

TRAVESÍADonde viven las historias. Descúbrelo ahora