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- ¡Louis corre!

El golpe me dejó atontado, y por unos segundos lo único que vi fueron sombras borrosas de lo que ocurría a mí alrededor. No pude identificar quien me había gritado, y mucho menos porqué seguía haciéndolo. Entonces traté de concentrar mi mirada en el suelo, la única cosa que por el momento no parecía moverse. Lentamente distinguí mis manos sobre el pálido hielo, y tomé en cuenta que el frío me estaba entrando por todas mis heridas.

- ¡Louis corre!

La voz sonó nuevamente sobre mí. Alcé la mirada para reconocer a Doc en la proa del Travesía, haciendo todo lo posible para sostenerse. Un poco más arriba el dragón atacaba al barco con todo furor. Los cañones sonaban y los gritos de batalla de mis compañeros me llevaron finalmente a la realidad. Me levanté a pesar de que aun sentía como si estuviera por desmayarme en cualquier momento. Caí en cuenta que Lúnima seguía en mis manos, recargando mis energías, y como si fuera un bastón apoyé mi peso sobre esta.

- ¡¿Qué hay de ustedes?! – le grité para que pudiera oírme ante tanto bullicio.

- ¡Nosotros nos encargaremos de esto! ¡Ahora tienes que irte!

Antes de huir busqué a Meg entre todo el desastre. Fue fácil diferenciarla a unos metros entre todo el blanco, y como primer instinto empecé a acercarme a ella. Pero no tardé en detenerme. Ella estaba débilmente de pie y se arrastraba con muchas fuerzas hacia su otra mitad de espada, que al parecer no había caído muy lejos como hubiera querido. Otro rugido de la bestia resonó mientras chocaba al barco, y hacía que el hielo debajo de nosotros comenzara a temblar. Meg esta vez me dirigió la mirada, ya con ambas espadas en mano. Por detrás de mi hombro divisé como el palacio me llamaba, y como los segundos pasaban cada vez más lento. Debía huir, era ahora o nunca.

Me largué a correr cuando otra sacudida hizo que el hielo temblara amenazadoramente. Por suerte mantuve el equilibrio, a diferencia de Meg quien cayó contra el hielo. De todas formas seguí corriendo, ya no pensaba frenarme.

- ¡Louis!

La voz de Meg seguía recargada de ira, y me tentó a alejarme lo más rápido posible.

A cada paso que daba más hielo aparecía a mí alrededor.

Avanzaba entre montañas blancas que se levantaban uniformemente dando la sensación de un laberinto. Mis pasos eran rápidos, pero varias veces me vi obligado a detenerme para decidir qué dirección seguir. Los ruidos del caos sonaban por arriba, y no podía dejar de imaginarme en qué estado se encontrarían mis amigos. Pero también me fueron de ayuda para querer seguir corriendo, eso y el saber que Meg iba detrás de mí. Estaba seguro de que ella me había seguido, pero aún no había llegado a toparme con ella, por lo que supuse que varios metros debían de estar separándonos. Continué mi paso, con una buena respiración teniendo en cuenta de que hace unos segundos había caído desde la borda del barco hasta el suelo congelado. Lúnima ya había recargado mis fuerzas y curado algunas de mis heridas. Entonces los pilares de hielo se hicieron cada vez más densos y altos, lo suficiente como para evitarme distinguir hacia donde estaba el palacio. De todas formas traté de seguir en línea recta la dirección que llevaba hasta entonces. Eso fue hasta que el hielo se tornó negro. Con cada metro que avanzaba el pálido suelo a mis pies se teñía de oscuridad, como si fueran las venas que se repartían desde el centro, del Roca Nera.

Me vi obligado a detenerme, ahora la oscuridad cubría las paredes, todo era negro. No quería volver, pero tampoco sabía hacia donde avanzar. No sabía si era ilusión mía pero podría jurar que ese hielo se movía, cambiaba de forma y de dirección. Como instinto tomé mucho aire y traté relajarme, aquel lugar tenía su propósito y no iba a dejar que el miedo me dominara. De todas formas caí en cuenta de que ni siquiera podía oír a mis amigos, no sabía desde cuándo, pero ahora no había otro ruido que el latir de mi corazón.

TRAVESÍADonde viven las historias. Descúbrelo ahora