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Todas las miradas se dirigieron a ella.

Nadie habló, ni un solo movimiento, solo su presencia. Tenía la piel pálida, con sus antiguas ropas de pirata, y varias vendas entre estas. Su rostro, tan perfecto como siempre, encendió un calor en mi pecho. Con sus enormes ojos, celestes como el cielo sobre nosotros, recorrió la cubierta de punta a punta, hasta quedarse fijados en mí. No hubo un comentario, ni siquiera de mi parte, solo caminó hacia mí con la mayor tranquilidad del mundo. Yo había quedado tan impresionado que tardé en reaccionar, pero una vez en tierra fui capaz de avanzar hacia ella con cierto temblor en mis piernas. Meg estaba allí... viva.

Ella se detuvo antes de que yo pudiera hacer algo, talvez con un metro entre nosotros, y, para mi sorpresa y seguramente la de todos, se arrojó al suelo de rodillas. Ni siquiera me miró a los ojos, solo quedó quieta en forma de alabanza, con la mirada fija en el suelo y un silencio nervioso alrededor.

- Louis... sé que mi perdón no justificará todo lo que he hecho, y que jamás lo hará – dijo con la voz más firme que pudo – Pero solo quiero que sepas que realmente lo siento...

Sus lágrimas no tardaron en llegar, y la dejaron sin palabras. Yo no podía creer lo que estaba haciendo, y seguramente mis compañeros estaban incrédulos de que su capitana fuera capaz de arrodillarse así ante alguien como yo. Este no era un símbolo cualquiera, Meg estaba tratándome como a un rey, lo que al parecer si era. Pero realeza o no yo seguía siendo la misma persona que había pasado dos semanas enteras con esa joven, y a pesar de las mentiras jamás había ocultado mi forma de ser, y ella tampoco. Sin pensarlo dos veces me agaché hacia ella y, rompiendo el silencio, la tomé de la mano.

- Tienes razón, pedir perdón no lo justifica – comencé – Porque es más que suficiente.

Lo que dije la obligó a levantar su mirada, la cual expresó la confusión que le había causado.

- ¿Pero qué...

- Lo sé, ambos hicimos cosas horribles, por lo que me parece que yo también debería pedir disculpas...

- ¡Espera, no! – saltó ella molesta - ¿Pero qué dices? ¡Yo te mentí! ¡Eh vivido años haciéndolo! ¡Dañe a millones de personas! ¡No me merezco el perdón!

Cada vez que decía algo parecía debilitarse más y más, por lo que dejé que respirara por unos segundos.

- Hiciste todo eso... ¿y sabes qué más? Me salvaste allí adentro, no solo a mí sino que a todos nosotros, a todos los reinos. Terminaste con la magia de Jude, y te aseguro que yo no hubiera podido hacer nada de no ser por ti.

Meg seguía confundida, lo veía en su rostro. No podía creer que la perdonara con tanta facilidad, pero así lo prefería. No necesitaba pensarlo ni un poco más, luego de aquella oscuridad sentía como si mis nuevas decisiones fueran tan puras y ciertas que no llegaba a dudar de ellas. Yo confiaba en Meg, lo había hecho con Elizabeth años atrás, y sentía que lo haría por siempre.

- No lo entiendo... después de todo... ¿Cómo puedes decir eso?

- Porqué sé qué sino me arrepentiré toda mi vida de no haberlo hecho, y creo que no podría vivir con eso. Y aunque no lo creas Meg, confío en ti más que en nadie en el mundo.

Sus ojos se llenaron nuevamente de lágrimas, pero yo sabía que no eran de tristeza, sino más bien de emoción. Lentamente la frustración se fue borrando de su rostro y, con mi ayuda, logré que se pusiera de pie nuevamente. Meg echó un vistazo a su tripulación, quienes seguían mirando ya no tan impresionados.

- ¿En serio vas a perdonarme?

- ¡Oh por favor cuantas veces tendré que decírtelo!

- De acuerdo, es solo que... gracias – dijo con una inocencia que me tentó a abrazarla.

TRAVESÍADonde viven las historias. Descúbrelo ahora