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Ya había estado en este lugar antes. Hace cuatro días para ser exactos.

Lo reconocí por la misma enorme fuente que se encontraba en el centro del jardín en la que, durante mi primera visita al castillo, me había sentado junto a mi padre, Pavel, para que me revelara todo. No podía creer el poco tiempo que había pasado desde entonces. Realmente sentía que llevaba al menos un mes fuera de casa, lo que me hizo sentir mal al no haber pensado en mis padres desde entonces. Ya no era un simple campesino que solía trabajar en los campos, escondido del pueblo y alejado de las sospechas. Me sentía diferente, más confiado, más apto para cosas que nunca me creí capaz. Ver aquel lugar me hizo pensar en tantas cosas a la vez que mi cabeza comenzó a marearse.

- Concéntrate – me dije a mi mismo – ¿Qué se supone que hago aquí?

Revisé mí alrededor. Al igual que en mi última visita, la naturaleza en este lugar no parecía tener mucha vida. Claro que era invierno, y ahora una fina clapa de nieve cubría cada arbusto y fuente que pudiera haber.

En cuanto a mí... podría decir que a diferencia de mis sueños, yo si estaba allí físicamente (o bueno al menos la mitad de mí). Por alguna extraña razón mi cuerpo se concentraba en una neblina que, como si fuera un fantasma, me permitía atravesar lo que sea que se encuentre en mi camino. El único detalle era que a partir de mi cintura para abajo mi existencia desaparecía gradualmente, haciendo que me vea mucho más fantasmagórico de lo que era realmente. Supuse que de esta manera nadie me notaría, lo que me tranquilizó al ver que el guardia que vigilaba el jardín no parecía reaccionar ante mi presencia. Pero la idea de no ver mis piernas me hacía dudar como podía moverme, o al menos como estaba "de pie".

- Tranquilícese mi joven príncipe, ya se adaptará.

La sirena estaba a mi lado, al igual que mí sin sus piernas(o mejor dicho su aleta). Ella me miraba con una sonrisa como si estuviera disfrutando del momento. Traté de relajarme y no darle importancia a la misteriosa razón por la que flotaba. Entonces recordé para qué estaba allí, justo cuando ellas aparecieron en el jardín.

Me impresionaba el ver que yo era idéntico a mi madre.

Claro que jamás usaría un vestido, pero ambos compartíamos hasta el mismo tono claro de piel. Su mirada seria esta vez se diferenciaba a la mía. Sus ojos verdes eran tristes, pero también había algo de frustración en ellos, como si millones de cosas estuvieran pasando frente a ellos. La acompañaba con una buena charla Mags, aquella joven de cabellos anaranjados. Ellas llevaban vestidos de tonos oscuros, como si los demás colores hubieran sido llevados por el invierno. Finalmente detuvieron su recorrido en un banco teñido de blanco, y sin problema por la nieve continuaron con su entretenida conversación. Fue ahí cuando noté que era lo que mi madre llevaba en sus brazos. Era algo difícil pensar que habían dos yo en el mismo lugar, en especial si la mitad de tu cuerpo era una nube y no tenías ni idea de cómo hacer para acercarte para ver.

- ¡Es un hermoso príncipe mi querida Anna! – exclamó Mags - ¡Idéntico a su madre!

Eso era muy cierto. Aun de pequeño mi rostro era el reflejo del de mi madre (un poco más varonil por supuesto). Yo debía de tener apenas menos de un año, y a causa del frio me encontraba envuelto en miles de mantas.

- ¿Para qué estamos aquí? – interrogué a la sirena algo dolido por el recuerdo.

- Shhh – me cortó llevándose un dedo a los labios – Aguarde un poco mi joven príncipe.

- ¿Por qué me callas? ¿Pensé que ellos no podían oírnos?

- Claro que no pueden – respondió tranquila –¡Pero no deja de hacer preguntas!

TRAVESÍADonde viven las historias. Descúbrelo ahora