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Sus ojos siquiera se cruzaron con los míos.

Meg avanzó por el barco a gran velocidad, y subió hasta el timón donde se detuvo para observar El Cruce. Tardó unos segundos en reaccionar, y pude notar como juntó aire en sus pulmones para soltar el fuerte grito ordenando que avanzáramos. Nadie discutió, nadie dijo nada, solo se quedaron contemplando como lentamente nos sumergíamos en ese horrible lugar.

Unos metros antes de la gran entrada Meg ordenó que soltaran el ancla. Esto me sorprendió bastante, ya que estaba pidiendo que detuvieran el barco, pero mis compañeros confiaban lo suficiente en ella y no dudaron en hacerlo. Un pequeño impulso se sintió cuando nos frenamos. El viento al igual que el agua frente a nosotros nos llamaba a ingresar al túnel, lo que era aterrador, como si estuviera ansioso por consumirnos. Esto hizo que la idea de Meg no me pareciera tan ridícula después de todo.

- ¡Acorten las velas y preparen el ancla! ¡Quiero que sujeten todo lo que hay en este barco! – ordenó la capitana - ¡Hasta a ustedes mismos!¿Entendido?

- ¡Si capitana! – se sintió por respuesta.

Tardé en comprender su última petición. Quería que nos amarráramos con sogas al igual que animales, y a nadie se le ocurría pensar que era extraño. Por lo que presenté a Doc mi duda.

- La oscuridad que habita el cruce nos volverá más torpes, o débiles por así decirlo – me explicó – La corriente es tan fuerte como un río en pendiente, por lo que tendremos varias sacudidas, sin mencionar la clase de criatura que pueda atacarnos.

- En otras palabras es para no salir volando de la cubierta – concluí.

Mi amigo estuvo de acuerdo con mi simple expresión, y tomando una gruesa cuerda sujetada al palo mayor, me amarró por la cintura. Luego me quedé observando cómo Meg conversaba con su mascota junto a la proa del barco. Su rostro era casi melancólico pero a la vez serio y reservado, el viento volaba sus cabellos en todas las direcciones, y fruncía el ceño como si el animal le estuviera transmitiendo una noticia terrible. Por supuesto que este no hablaba (o al menos eso era lo que creía) pero aun así sus enormes ojos azules daban a entender que estaba comprendiendo cada palabra de su dueña. Por último Shego agachó la cabeza y, alzando sus patas, extendió sus alas y dio un último recorrido por los hombros de Meg. Yo me había quedado inmovilizado mirando a ambas, y ellas no solo notaron eso, sino que me devolvieron la mirada con esos extravagantes ojos que compartían. Entonces Shego se despegó de mi amiga, y levantó vuelo hacia la pequeña plataforma ubicada en lo alto del palo mayor. Tardó unos segundos en bajar, justo en mi dirección, y terminó posándose a mi lado escondiendo algo entre sus alas.

- Oye amiguita ¿Qué sucede? – me animé a preguntarle simpáticamente, mientras le acariciaba la cabeza - ¿Qué escondes ahí?

Shego (gracias a Ayora sin decir nada) me extendió una manzana y esperó ansiosa a que se la recibiera. Yo no pude evitar soltar una pequeña risa, ya que aquel pequeño animal me estaba obsequiando la misma cosa que me había robado la primera vez que nos habíamos conocido. Me sentí muy conmovido por ese tan mínimo detalle que me ayudó a enfrentar el miedo que antes me atacaba.

- Gracias Shego – dije sacudiéndole las enormes orejas negras que tenía.

- Está despidiéndose – nos interrumpió Meg desde la cubierta principal, con una voz seria y recelosa.

Yo miré nuevamente al animal, y luego a mi amiga.

- ¿Va a dejarnos? ¿Pensé que vendría con nosotros?

Meg me miró son desgana, pero terminó respondiéndome.

- No voy a obligarla a meterse ahí dentro, no la someteré a la oscuridad. Pero confío en que volverá a encontrarme... siempre lo hace.

TRAVESÍADonde viven las historias. Descúbrelo ahora