Los Ángeles, California.
Enero 2017.
Meses antes de cumplir los dieciséis años había tomado una decisión, una que cambiaría todo para mí. Solo quería hacer las cosas bien o al menos no estar tan perdida. En el transcurso del último año habían sucedido y a la vez no muchas cosas; nuevos cambios para ser exacta. Nuevas actitudes, emociones y por supuesto sentimientos.
Sentimientos que no conocía del todo.
Todos los tenemos y los conservamos por el resto de nuestra vida pero lo que quiero decir es que con el paso del tiempo se intensifican. A un cierto punto que por más descabellado que suene, es más que cierto. Si no eres estable todos esos cambios maravillosos comienzan a dolerte y te afectan, crees que te consumen, te engañan y te ciegan.
Eso era lo que sucedía conmigo. El error más grande que he cometido; callarme las cosas. El gran nudo que tenía en la garganta se quedaba corto a lado de mi fuerza de voluntad para controlar mis emociones.
Lo hice por una razón, no quería que nadie entrara a mi vida, ni mucho menos a mi mente. Porque si eso sucedía sería un desastre.
Ese era mi lema: No permitas que entren en tu mente, las intenciones varían, pero si llegan a ser malas da por hecho que intentarán destruirte.
Hoy dieciséis de enero cumplía dieciséis años.
Mi padre me acompañó al instituto como todos los días a las 7:00 de la mañana. Hoy comenzaba mi segundo semestre, nuevamente volver a la rutina. Antes de pasar por las puertas giratorias me giré en dirección a mi padre, observando su rostro que parecía ser de una forma cuadrada, sus ojos marrones mostraban cansancio, aún así logré apreciar su dicho brillo.
Una sonrisa apareció en su rostro.
—Intenta pasarla bien, es un dia especial. Te veo más tarde —como siempre, mi padre me daba ánimos y algunas veces esperanza.
—Haré lo que pueda. No te prometo nada —dije.
Automáticamente me abrazó y besó mi frente.
— Feliz cumpleaños, mi niña — murmuró. Una de las mejores cosas de él, era que casi nunca me llamaba por mi nombre, lo cual agradezco. No me gustaba del todo mi nombre ni mucho menos el segundo.Finalmente entré a las clases.
Varios compañeros con lo que más interactuaba me abrazaban y centraron su atención en mí por toda la mañana, fue un poco incómodo. Por más que pretenda pasar de desapercibida, siempre captaba su atención de alguna jodida manera.
En el tocador de las chicas habían dos espejos, uno de ellos es para que te veas de cuerpo completo y el otro está junto a los lavabos. La mayoría de veces que frecuentaba este lugar nunca suelo mirarme, no me es cómodo estar consciente de que otras chicas hacen la misma acción y te miran a la vez.
En esta ocasión no había nadie más que yo.
Observé mi rostro durante cinco minutos. De la nada comparaba mis facciones con las de mi familia y llegué a la conclusión de que no tenía mucho parecido con ellos. Mis padres y mi hermano mayor tienen el mismo tipo de rostro en forma cuadrada y un cabello tan lacio y negro. Solo mi madre y mi hermano tienen los ojos color miel. Yo heredé los de mi padre marrón oscuro.
Lo que veía en el espejo era a una chica de dieciséis años de un rostro de forma ovalada, con un cabello lacio y castaño que aparenta ser rubio a los rayos del sol. De mi familia soy la más bronceada, bueno morena clara. En mi rostro se me nota el rubor de las mejillas.
Los minutos transcurrían y tenía que irme.
—Evans —exclamó una chica de quince años de tez pálida con un cabello negro como el carbón, con una estatura similar a la mía, al darme cuenta de que traía un sobre entre sus manos le sonreí por inercia.
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Eclipse S.M
Fanfiction-No volverán a separarnos, ¿verdad? -pregunté con un poco de melancolía. -Nunca, cariño mío. Nunca más. -Promételo -lo desafíe. -No -susuró-. Mejor te lo juro. Shawn Mendes, qué podemos decir de él: es un atractivo cantante canadiense que su vid...