1. Pesadilla

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Las pinturas se mueven con rapidez a mis costados. Parecieran estrellas fugaces, pues no puedo verlas ni apreciarlas con claridad. Mi respiración está agitada y mis piernas se mueven muy rápido; lo más rápido que puedo. Mi cabello corto se balancea de un lado a otro. En estos momentos, desearía tener algo que no sea este molesto vestido turquesa.

Pero no podré. Debo salir de este lugar.

De repente, tropiezo con algo desconocido. Caigo hacia adelante y logro lastimarme las rodillas y las palmas de la mano; duelen, aunque ya esté acostumbrada a lastimarme por ser tan torpe. ¿Y cómo no, si tengo diez años de edad?

Una sombra aparece a mi costado y me giro con el miedo apoderándose de mi ser. No quiero verlo, pero mi cuerpo reacciona demasiado rápido y ya está ante mis ojos. Él está ahí, con una botella en su mano y una sonrisa en su rostro. Y se acerca, se acerca hacia mí. Intento levantarme, pero parece que algo se ha clavado en mi tobillo: un cristal. ¿De dónde? Una botella. Una pequeña y peligrosa botella de alcohol que se rompió cuando tropecé con ésta.

Aquel hombre llega hasta mí.

—¡Para, por favor! —grito con lágrimas en los ojos.

Veo cómo su mano se alza, pero desaparece.

Sigo en movimiento. Mi velocidad ha descendido y ahora estoy trotando, pero huyendo. Un calor abrasador me envuelve ya que llevo puesta una blusa verde de manga larga. Incluso cuando llevo unos pantalones cortos, el calor me invade. Mis manos están cubiertas por unos guantes negros y mi cabello continúa siendo corto, pero hasta el hombro.

Y tropiezo con algo blando. Algo cae en frente de mí y resuena en el increíble silencio del lugar. Miro al objeto caído y veo un pedazo de metal con un símbolo muy familiar para mí. Lo tomo entre mis manos y lo coloco como puedo alrededor de mi cuello, cubriendo aquella marca que tanto odio. Hago el ademán de levantarme, pero mis ojos se posan con lo que tropecé: un cuerpo. Su cabello verde hace que me congele y comience a temblar, mientras mis ojos se llenan de lágrimas.

Una figura color púrpura aparece frente a mí, mientras se acerca y extiende una sustancia púrpura en mi dirección.

—Detente —digo, con firmeza, a aquel demonio que atormenta a todos aquellos que llevan mi sangre.

El lugar donde estoy hincada se deshace y se vuelve líquido, engulléndome. Agito mis manos para poder salir a tomar aire fresco, y cuando estoy a punto de lograrlo, el objeto metálico de mi cuello se desata y desaparece en el agua en el que estoy sumergida... No, no es agua; es sangre. Viscosa y pesada sangre es la que me rodea, por lo que busco la superficie más cercana.

Y la encuentro.

Cuando salgo, mi cabello largo que roza mi cintura comienza a caerme en el rostro mientras avanzo con pesadez. Algo me pesa, pero no sé qué es. Mi ojo izquierdo comienza a arderme, por lo que llevo mi mano a dicho lugar y me percato que estoy derramando sangre. Perdí la vista.

Me giro de vuelta hacia el lugar donde provine en busca del lago de sangre, pero me encuentro con varias cajas de madera... No, no son cajas; son ataúdes. Ataúdes que llevan algo dentro suyo, lo cual comienza a abrir la caja. Y varios rostros aparecen frente a mí: un chico de cabello verde, un joven que murió protegiendo a su hermano menor, un anciano que murió por el hogar donde vivió, un hombre que perdió la luz de su vida, y una mujer que dio todo por los seres que ama.

—Basta... —susurro con la voz quebrada.

Sus figuras se desvanecen y son sustituidas por un objeto que me refleja. Es un espejo; uno limpio que me muestra cómo soy. Mi cabello sobrepasa mi cintura y mi par de ojos púrpura brillan a pesar de la poca luz del lugar. Mi cuerpo está más definido y se ajusta perfectamente a la blusa negra que llevo puesta, al igual que mis piernas al pequeño pantalón corto gris. Estaba... diferente a la última vez que me aprecié de esta manera.

Para siempre, de verasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora