15. La Aldea de los Umi

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Quito con brusquedad las manos de Soichiro a la vez que un pequeño nudo se instala en mi garganta. Me alejo de él lo más posible, sin salir de la cómoda cama donde reposa mi cuerpo. Él se limita a ver mis acciones. Abro y cierro la boca varias veces, pensando con claridad lo que diré.

—Toru y Hanon —susurro los nombres de los jóvenes que aparecieron en el recuerdo que me transmitió—..., ¿eran tus padres?

—Así es —admite—. Te transmití un recuerdo que mi padre me transmitió. Mis padres me enseñaron todo acerca del clan...; todo lo que ellos conocieron.

—Bugendai ya no existe —digo en voz alta—. Mi madre, Natsuki, nos tuvo a mi hermano y a mí aún con Bugendai dentro. Después, ella se deshizo de la parte que residía en ella.

—Y Bugendai quedó en ustedes —continúa con mi relato.

—Mi hermano fue el primero en deshacerse de él —susurro—, con ayuda de Akatsuki... ¿Sabes quiénes eran?

—Los causantes de la Cuarta Guerra Mundial Shinobi. —Asiento—. Entonces, tú tuviste que deshacerte de la parte más poderosa de Bugendai.

Lo pienso unos momentos, recordado mi batalla contra Bugendai, donde tuve que salir de esta dimensión para que la mayoría de mis amigos salieran con vida.

—Dúchate y cambia tus ropas por algo más cómodo —me ordena Soichiro, a la vez que se aleja de mi cama—. Quiero que conozcas la aldea.

Cierra la puerta de la habitación donde duermo. Entonces, recuerdo el asunto de la barrera, que es la causa por la cual me desmayé. Así que intento usar mi Seisujikan, pero me es imposible, siquiera, juntar un poco de sustancia..., o Busshitsu.

Doy un breve suspiro y me levanto de la cama, caminando por la habitación. Hay una que otra foto, de una familia de cuatro: los padres y sus dos hijos varones. «¿Acaso ésta es la casa de... Toru y Taiga, el padre y tío de Soichiro?». Me alejo de las fotos y camino hasta el armario, donde hay prendas nuevas de mujer. «Al parecer, Soichiro estaba muy seguro que yo vendría con él». Tomo una camisa tradicional blanca con detalles grises y negros, de manga larga y amplia, y unos pantalones negros comunes, que me llegan hasta la pantorrilla. Me doy una ducha rápida y me pongo lo que elegí, además de mis botas. Salgo del dormitorio y me encuentro con un corto pasillo, con fotos y jarrones vacíos.

—¿Estás lista? —inquiere Soichiro, entrando al pasillo. Asiento con la cabeza—. Vamos.

Camino hacia él y Soichiro emprende un nuevo camino. Salimos de la casa y me encuentro con solitarias calles de una aldea. Algunas casas están destruidas por completo; otras, solo tienen los cimientos; y algunas están muy bien cuidadas.

—Si tienes alguna duda, dila —dice Soichiro—; aunque también te contaré una que otra historia del clan.

—Aquella casa —murmuro. Aclaro la garganta—..., en la que estábamos. ¿Era la de... tu padre?

—Así es —dice tranquilamente—. Antes de la masacre, mis abuelos, mi tío y mi padre vivían allí.

Caminamos hasta lo que parece ser la parte central de la aldea. Durante todo el camino, he mantenido mis distancias con él. Aunque haya cuidado de mí al caer desmayada con la barrera, no dejo de pensar en que Soichiro es un enemigo que está amenazando la Aldea Oculta entre las Hojas.

Soichiro se acerca a una banca que apenas se mantiene en pie. Para sorpresa mía, junta el Busshitsu en su mano y, con suavidad, toca la banca. Ésta parece renovarse, pero identifico lo que Soichiro hace: retrocede el tiempo hasta dejarla como nueva.

—¿Cómo es que...? —murmuro, mirando su mano con el Busshitsu aún—. Pensé que no podrías usar el Seisujikan.

—He entrenado mucho desde la primera vez que llegué aquí —dice y se sienta en la renovada banca—. Mi cuerpo se acostumbra más rápidamente.

Me acerco unos metros, los necesarios para comprobar los sentimientos que transmite su mirada: pareciera que lleva la nostalgia en su vida diaria, además del dolor y esperanza.

—Así es —habla, haciendo que me sobresalte—. Lo que piensas está en lo correcto: siento nostalgia, al pensar en lo que era antes este lugar; dolor, al saber que no podrá ser como antes; esperanza —me mira a los ojos—..., de que llegue a parecerse en un futuro a su pasado.

Soichiro se pone de pie y se acerca lentamente a mí, con cautela; sabe muy bien de mi desconfianza. Al llegar al frente de mí, extiende su mano que aún conserva el Busshitsu.

—Te mostraré otro recuerdo, pero la sensación será diferente —advierte.

Miro su mano unos segundos y luego a sus ojos. Con algo de miedo, tomo su mano, sintiendo el frío tacto que me transmite.

—Cierra tus ojos —susurra. Hago lo que me pide.

Entonces, comienzo a escuchar risas... de niños pequeños, muchos pares de pies moviéndose con velocidad y... voces.

—Ábrelos —escucho de nuevo la voz de Soichiro.

Abro mis ojos con lentitud y miedo, pero estas sensaciones desaparecen en cuanto veo a mi alrededor. Hay un grupo de niños jugando a perseguirse entre sí; de vez en cuando, usan su Seisujikan para ganar. Detrás de nosotros veo a dos niñas jugar, al lado de un puesto de frutas de una señora. Las personas caminan por todos lados, muy alegres y sin nada por qué preocuparse.

Las casas están en pie y nuevas, muy bien cuidadas y con sus colores llamativos. En medio del lugar hay una fuente de donde emerge agua cristalina. En la orilla de la fuente, hay una mujer sentada con un bebé en brazos; instantáneamente, llevo mi mano a mi vientre, pensando en el bebé que tengo dentro. A su lado está otro niño pequeño, no mayor de cinco años, que juega con una pelota. Ésta se le escapa en nuestra dirección y me agacho para tomarla. Con este acto, suelto la mano de Soichiro y todo desaparece. Miro en la dirección donde provenía la pelota, pero solo hay escombros en donde debería estar la fuente.

Un vacío se apodera en mi corazón. Es un vacío que duele demasiado. Tanto que no tardo en soltar lágrimas silenciosas.

—Todo era tan alegre —balbuceo.

—Así vivían todos —dice Soichiro—: estaba prohibido el dolor, sufrimiento, tristeza... Cualquier sentimiento negativo. Todos eran amables y se divertían. Era pura felicidad.

Me levanto de mi lugar, viendo a mi alrededor y recordando lo que había en cada lugar: los niños corriendo, las niñas jugando, la señora vendiendo, la mujer con sus dos hijos...

—La aldea era hermosa —susurro. Camino rápidamente al lugar donde el grupo de niños jugaban—. Los niños... Usaban su Seisujikan para divertirse y no para pelear... —Corro hasta donde debería estar la señora vendiendo y las dos niñas jugando—. Todos eran amables y se respetaban. —Miro el lugar de la fuente y camino lentamente hasta ahí—. Las familias estaban unidas —susurro, recordando lo último que pasé con mi familia: peleas.

Miro a Soichiro y en su rostro se esboza una leve sonrisa. Se acerca a mi lado y extiende sus manos hacia los escombros de la fuente. El Busshitsu se separa de sus manos y envuelve el lugar de la fuente. A los pocos segundos, el Busshitsu desaparece y me encuentro con la misma fuente del recuerdo. Abro mis ojos por la sorpresa y una leve sonrisa aparece en mi rostro, a la vez que mi expresión se suaviza.

Soichiro suelta una suave risa, provocando que le mire.

—En algún momento, ______ —dice de manera amigable y calmada, haciendo que me sienta cómoda—..., quisiera casarme contigo.

Para siempre, de verasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora