2. Amistades

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Suspiro profundamente y me preparo para lo que voy a decir.

—Escuche —comienzo a hablar—... Primeramente, quiero pedirle perdón. Jamás debí tratarlo como lo traté cuando volví a los trece años. A pesar de todo lo que usted me hizo pasar en mi niñez, quiero decirle que lo perdono. —El hombre comienza a bajar la guardia ante mis palabras—. Gracias a usted pude ser más fuerte y conocer el lugar de donde provengo. Encontré a mi verdadera familia, pero usted siempre será el hombre que cuidó de mí durante mis primeros diez años de vida.

Hago el ademán de volver a hablar, pero siento que, si lo hago, diré cosas de más.

—Gracias —finalizo—. Espero que encuentre la felicidad, así como yo.

Sujeto con fuerza mis cosas y le echo un último vistazo a la casa de mi niñez. Finalmente, me giro hacia la calle y comienzo a caminar con dirección a mi segundo objetivo. Lo último que escucho de aquel lugar es el sonido de la puerta cerrarse detrás de mí.

(...)

La casa donde viví mi onceava Nochebuena está frente a mí. Han pasado ocho años desde entonces y casi no ha cambiado, a excepción del color. Cuando me voy a acercar, la puerta se abre y una chica de cabello (hasta los omoplatos) castaño sale de la casa.

—¡Adiós! —grita la chica, con un tono un tanto enojado.

Su cabello se agita en el aire y logra una perfecta combinación con su blusa rosada y sus ojos color esmeralda. Cuando la puerta se cierra y nota mi presencia, pareciera que se paraliza.

—Hola, Jade —digo en un tono suave, para no alarmarla.

Le tiembla la mandíbula unos segundos y deja caer los cuadernos que lleva en su mano. Luego, tropieza con el escalón y cae sentada. Yo me quedo en mi lugar.

—¡No puede ser! —exclama en un susurro.

Desvío mi mirada de sus ojos y la poso unos segundos en la calle vacía que nos rodea. Después, vuelvo hacia Jade, que ya está de pie.

—Solía venir muy seguido aquí, ¿lo recuerdas? —inquiero con bastante nostalgia—. Luego..., desaparecí. Me fui durante tres años y, cuando volví, ya era diferente. Tú y yo habíamos cambiado. Incluso, después de la segunda vez que hui, volvimos a cambiar.

—No deberías estar aquí —dice con firmeza.

—Lo sé. Me iré. Sólo quería decirte que ya no soy la de antes, Jade. La niña de diez años que viste por última vez... desapareció. Conocí mi verdadero hogar y a personas que se volvieron mis verdaderos amigos. Obtuve respuestas a mi vida y gané la vida que siempre deseé.

—¿Y? ¿Eso qué?

Una diminuta sonrisa aparece en mi rostro.

—Tampoco existe la niña de trece años que conociste y que huyó a los quince —comento con voz bastante clara—... Desapareció por la misma razón..., por las mismas personas. Soy alguien diferente, Jade. Ya no actúo para mi bien, sino para el de todos. Yo protejo a las personas que amo con mi vida, si es necesario. Porque ese es mi camino y jamás me retracto en mis palabras.

Jade vacila un poco en su lugar: mira la casa, sus cuadernos y a mí, varias veces. Cuando me mira, veo dolor en sus ojos, como si ocultara algo. De repente, varios gritos se escuchan en el interior del hogar de la castaña. Ella cierra los ojos y espera a que se calmen.

—¿Qué pasa allí adentro? —inquiero, tal vez metiéndome donde no debo.

Ella mira el suelo.

—Mis padres... no me quieren. —Entreabro mi boca al escuchar sus palabras. Pensé que eran una familia feliz—. Quieren que me vaya de la casa en cuanto termine el último semestre de preparatoria.

Para siempre, de verasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora