Dan

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La luz del sol ya brillaba con el máximo esplendor que tenía aquella tranquila mañana cuando abrí los ojos por primera vez en el día, y no me hubiese dado cuenta de aquello sino fuera por la razón de que estaba acostado en dirección a la pequeña ventana que tenía en mi hogar. Respiré hondo y me removí en mi cama para quedar con la mirada dirigida al techo, tallé mis ojos y volteé de nuevo a la ventana para poder acostumbrarme a la luz, también solté un débil bostezo antes de espabilarme para después levantarme de mi cama. El radio que tenía a un lado de mi cama emitió un sonido estático para que después comenzara a sonar música ochentera junto con el canto de los pájaros que habían en la calle.

Me levanté de la cama y tomé una muda de ropa casual de uno de mis cajones para después irme al baño. Aún no estaba tan despierto como para tener la vista clara, ya que, cada ves que parpadeaba, veía borroso, siendo esto un efecto de mi notorio sueño. Tomé una ducha rápida mientras me entretenía escuchando el sonido que hacía el agua al salir de la regadera y cuando esta salpicaba en suelo. Al momento en el que salí de la ducha inmediatamente me enrollé una toalla alrededor de mi cadera y me recargué en el lavabo, alzando la vista y viendo mi reflejo en el empañado espejo. Mojé mi cara con agua helada una vez más para espabilarme al cien por ciento.

Sequé rápidamente todo mi cuerpo y comencé a vestirme con la ropa que había tomado aquel día: pantalones azul marino de mezclilla, una playera negra sencilla, Converse negros y una chaqueta de cuero roja con mangas negras. Cuando regresé a mi cuarto a guardar mi ropa de anoche, me detuve en seco cuando escuché el hablar del presentador de noticias de la radio y dejé caer mi pijama en el suelo, sin importarme que esta se ensuciase por la gran cantidad de polvo que había acumulada en el suelo de madera.

—Y, de nuevo, el tan idolatrado Guardián de la ciudad salva a la encargada del negocio local de flores cuando ella fue atacada por uno de aquellos típicos maleantes que rondan por los callejones. Esperamos ansiosos sus opiniones acerca de éste caso, con el cuál serían ya los cinco a lo largo de esta semana. Y ,ahora, la pregunta que formuló la amable señorita florera y que nos hizo pensar más a fondo todo éste asunto: ¿Qué sería de la ciudad sin nuestro hábil y valiente Guardián?

Rodé los ojos y apagué el radio con un fuerte golpe de la palma de mi mano. No se le había salvado, sólo se le había dicho que huyera para después lograr tomar cargo del inocente chico que no estaba ahí por voluntad propia, era increíble que dijeran que le había rescatado de su probable muerte, ella sola pudo haberse ido corriendo sin ayuda de nadie. Simplemente era inútil. Como todo.

Solté un suspiro. Fui a verme de nuevo al espejo y revolví un poco mi cabello para que quedara como a mí me gustaba. Ajusté mi chaqueta dando golpecillos y estirando la parte del cuello para acomodarla sobre mis hombros. Tomé un último suspiro y salí de mi cuarto sin antes tomar las llaves. Bajé las escaleras trotando para después pararme frente a la puerta principal, tomé el picaporte con una de mis manos y giré la muñeca.

La avenida me recibió aquel día con niños pedaleando con velocidad en sus bicicletas para llegar a clases, los adultos caminaban por la acera tranquilamente señalando uno que otro artículo de exhibición y hablando por teléfono, y unos que otros coches pequeños avanzaban tranquilamente por el camino. Después de que le di una ojeada a todo lo visible en ese entonces, estaba por dar un paso para bajar de las diminutas escaleras que estaban en la entrada cuando algo muy rápido pasó justamente por delante mío, casi tirándome al suelo. A sus espaldas, dejó caer un rollo de papel grande, gris, enrollado sujetado con una liga. Recogí aquel papel y volteé a ver a aquella persona con el ceño fruncido.

—¡Lo siento! —gritó, volteando sobre las ruedas que estaban debajo de sus pies y comenzando a patinar hacía atrás para verme de reojo con su boca llena de sándwich y sus cabellos castaños volando por delante de ella, debajo del casco rojo que llevaba puesto.

CURSE | dan reynoldsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora