—Bicho— oigo su susurro fuerte y claro. Como también siento sus brazos, envolviendome como la cosa más delicada del mundo—. Vamos, despierta, es tu cumpleaños.
—¿Y eso que?— respondo con la cabeza pegada a la almohada.
—Eres tan gruñona cuando se trata de tus cumpleaños— se ríe, dándome besitos en la mejilla, o a lo que puede acceder de ella, todo mi cabello tapa mi rostro.
—No me puedes culpar, no lo siento mío, lo siento como otro miércoles— sacudo mi cuerpo, para que deje de tocarme, no quiero que haga eso, no quiero que felicite por algo que siento tan vacío por dentro.
—Va a ser un miércoles especial, un 27 especial, ya lo verás— ella vuelve a mi, con un beso en la frente y caricias en mi cabello— ¿De qué quieres tu pastel?
—De nada.
—¡Huy, esos son difíciles de conseguir!— me le quedo mirando, y no puedo evitar reírme.
—Eres un gusano pesado...— estiro la mano, hasta dar con mi móvil— son las dos de la mañana, ¿no podías esperar hasta el amanecer?
—De hecho iba a venir a las doce, estuve despierta todo el rato hasta que Ally me pateó para que viniese— señorita Allyson y yo pensando que éramos amigas.
—Bueno ahora yo te pateo para que te vayas— esa sonrisa boba que tiene no se le va con nada—. En serio Tay, más tarde tengo que trabajar.
—Hoy no vas a tomar el turno completo, es un día especial, son tus dieciocho años.
—Si no te vas ahora implemento el veinticuatro horas en la pastelería por primera vez — trato de sonar más seria de lo normal.
—Bien. Pero antes— confundida estoy cuando se monta encima de mi, sentada sobre mi abdomen—. Feliz cumpleaños.
Que sea más grande que yo en todos los sentidos no significa que no pueda bajarla de mi, tengo mucha fuerza, como para cargar dos cabras, sin embargo está tocando de mis puntos débiles, y eso me deja con la fuerza como para levantar una mariposa. Las cosquillas y los besos me están descontrolando, y toda esa negatividad que tenía hace segundos es sustituida por una felicidad y un dolor de abdomen momentáneo.
—¿Quién es el ser maligno que cumple años— era alguien hablando, sobre mi cuerpo más pequeño.
—Déjame, ser inferior sin cerebro— nuestras manos se movían en constante lucha.
—¿Cuántos años cumples? ¿cien? ¿doscientos?— hace lo mismo, justo lo que estoy viviendo ahora.
—Dé...jame— soy toda risas— mamá, ayuda— y mi voz se ahogaba en todas ellas.
—Tus secuaces no van a venir por ti hasta que me digas cuantos años son— mi nariz choca con mi brazo de una manera ilógica, pero lastimandome, el recordar el dolor se siente un cosquilleo en mi nariz.