Capítulo 2

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Damián despertó desorientado, empapado en sudor y con un fuerte dolor de cabeza. Imágenes de su madre consolándolo luego de una pesadilla acudieron a su mente. Intentó rápidamente despachar la angustia que se instalo en su pecho ante aquel recuerdo.

Se incorporó hasta quedar sentado en el suelo y observo a su alrededor. La casa estaba en penumbras debido a que ya había caído la noche, lo cual agradeció internamente. Cuanto más tiempo pasara desconectado de la realidad, más rápido se le pasaría la vida.

Tras unos segundos se puso en pie. Camino a través de la oscuridad con total confianza, conocía aquella casa como la palma de su mano. La luz se la habían cortado hacia ya tres meses, se preguntaba cuanto tardarían en cortar el resto de los servicios.

Un año atrás había comenzado a vender sus pertenencias, el dinero de la herencia se había acabado y el que conseguía por su cuenta a penas si le alcanzaba para mantener sus vicios. Cuando ya no le quedo más que vender, simplemente se despreocupo de aquella casa.

Se dirigió al baño de la planta alta, necesitaba darse un baño de inmediato. No es que le importara su aspecto, pero si quería conseguir algo de dinero esa noche sería mejor estar presentable.

Ya aseado y con ropa medianamente limpia, se dirigió a la planta baja en busca de las llaves y de su abrigo. La noche se presentaba un poco fresca y tenía una larga caminata por delante. Se encaminó hacia la zona este de la ciudad, aquel lugar donde reinaba la delincuencia y las drogas. Esperaba encontrar al Tano en su casa, sino tendría que ver cómo se las apañaba para conseguir dinero.

El Tano era un tranza(*) con ambición de convertirse en un distribuidor de renombre. Damián lo había conocido en un fumadero(*) hacia ya dos años, él era quien le daba mercancía para vender. Como casi todo aquel que se involucraba en ese mundo, lo hacía para poder seguir manteniendo sus vicios.

Pero a diferencia de muchos, el no utilizaba la violencia, menos aún portaba armas de ningún tipo. Incluso tenía ciertos códigos que lo diferenciaba de los demás, él no les vendía a menores de edad ni incitaba al consumo a nadie.

Pronto estuvo frente a la precaria casa del Tano, aunque era solo una fachada, ya que en su interior contaba con todo tipo de comodidades y tecnología de punta. Si fuese la casa de cualquier otro poco le hubiera durado todos esos lujos, pero nadie se atrevía a entrar a su casa. Golpeo tres veces y aguardó, pocos segundos después un hombre corpulento le abrió la puerta.

—¿Está El Tano?

El tipo asintió y le dio paso. Sergio era un hombre de pocas palabras, no las despilfarraba al menos que fuera muy necesario. Conocía a Damián y sabía que tenía permiso para pasar, por lo que simplemente le dejo entrar. Damián camino hasta la habitación del fondo haciendo caso omiso a lo que allí dentro sucedía.

Estaba acostumbrado a ese tipo de escenarios, donde se podía ver tipos armados, mujeres drogadas, botellas de alcohol vacías y demás. La puerta de la oficina estaba abierta por lo que solo se adentro y se detuvo frente al gran escritorio.

—Hola Nene —dijo El Tano sin levantar la mirada de los papeles que tenía en su escritorio.

No lo llamaban así por ser el más joven, sino porque su rostro no reflejaba su verdadera edad. Aunque el tiempo y los abusos lo habían demacrado en demasía.

—¿Tenes algo para mí? —fue al grano.

El Tano levanto la mirada y lo observo con atención. Poco le importaba los que para él trabajaban, pero había algo en ese muchacho que lo hacía preguntarse cómo había acabado así. No era lastima, solo curiosidad. Era notorio que no era un simple adicto, era más bien como un alma perdida. Un alma en pena.

—Tengo éxtasis.

—¿Otra cosa?

—Es lo que hay.

Damián bufo sonoramente, sabía que debería ir a un boliche o a alguna de esas fiestas electrónicas que tanto aborrecía. Es que aquello de ver como otros vivían la vida que él debería estar viviendo y que por gracia del destino le había sido arrebatada le dejaba un mal sabor de boca.

—¿Lo vas a agarrar?

—Sí —contestó de mala gana.

—¡Chelo! —gritó el Tano.

Un hombre de baja estatura y con una cicatriz que atravesaba su rostro desde la ceja izquierda al mentón, entro en la habitación.

—Traele un paquete.

Este se dio media vuelta y salió de la habitación, volviendo tras tan solo unos segundos con el pedido en su mano. Se lo tendió a Damián sin mediar palabra y luego se retiro. Damián hecho una mirada dentro del abolsa que Chelo le dio, la cual estaba llena de las tan conocidas pastillas con su variedad de colores y formas.

Él las había probado alguna vez, de hecho había consumido todo tipo de drogas, pero pocas le habían brindado lo que necesitaba. Evadirse. Anularse. Había empezado a fumar marihuana con apenas catorce años, era fácil conseguirla. Pero a medida que se iba hundiendo en su propio infierno, ya no le fue suficiente.

Así fue como comenzó a probar otras drogas, abuso de ellas importándole bien poco como iban deteriorando su cuerpo y su vida. La mayor parte de su adolescencia consumió ácido, se dejaba perder durante horas, incluso días. Había experimentado miles de cosas con aquella droga.

Pero ninguna de ellas le fue suficiente hasta que probó la heroína. Ese había sido su mayor descubrimiento y su peor error, se había vuelto dependiente. A pesar de estar hundido en ese mundo, jamás se había considerado un adicto. El decidía cuando y donde, el controlaba la situación. Pero todo se fue por el drenaje seis meses atrás, cuando por curiosidad probo esa maldita cosa.

Desde entonces no podía pasar más de 1 o 2 días sin consumirla, la abstinencia era algo difícil de afrontar y él ya no tenía voluntad para hacerle frente. Tampoco es que le importara en demasía, sabía que tarde o temprano perdería la batalla y pensaba rendirse sin oponer resistencia.

—¿Necesitas que te traiga la guita hoy?

—No hay apuro, tráemela mañana.

Damián asintió y salió de aquel lugar sin mirar atrás. Mientras caminaba por la calle saco su celular y uso el buscador para encontrar fiestas que se llevaran a cabo esa misma noche. Había varias, pero una llamo su atención. Sabía que allí encontraría suficiente gente deseosa por consumir lo que llevaba en aquella bolsita dentro del bolsillo de su campera.

Se dirigió a la parada de colectivos que lo llevaría al centro de la ciudad. El predio donde se desarrollaría la fiesta estaba ubicado cerca de la costanera, a unos 20 kilómetros de donde se encontraba, tenía al menos una hora de viaje. Una vez en el trasporte, se acomodó en un asiento al fondo, colocándose los auriculares para poder escuchar un poco de música, resignado a que iba a ser un largo viaje.


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Aclaraciones:


*Transa.- Así se conoce a las personas que venden droga en los barrios de las periferia.


*Fumaderos.- Se llaman así los salones que acondicionan los transas para que sus clientes consuman la droga que ellos venden.

*Guita.- Dinero

Hola!!! Acá les dejo el segundo capítulo de esta historia. Puede que parezca que avanza lento y hasta incluso suene un poco aburrido, pero es necesario para que conozcan a los personajes y la realidad que viven. En el próximo capítulo vamos a conocer a la protagonista femenina y a partir de allí comenzara la trama.

Espero sus comentarios! 

Los quiero!

Clau

Adictos SIN EDITAR Donde viven las historias. Descúbrelo ahora