Capítulo 16

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Tres días había trascurrido desde que se había marchado de su casa. Tres días en los cuales había ido de un lado al otro como un perrito faldero detrás de Juanjo y Gastón. Aquel par lo habían adoptado cual mascota y creían que podían darle órdenes a su antojo y hasta pedirle que les hiciera de chico de los mandados.

Damián solo se dejaba hacer porque no tenía intenciones de entrar en una disputa, el solo quería cumplir con su parte del trato hasta saldar su deuda. No tenía idea de hasta cuando debería trabajar para el Tano, pero mientras las cosas se mantuvieran como hasta el momento, no tendría mayores quejas.

En un principio había temido por lo que pudiera llegar a pedirle, él no estaba dispuesto a hacer ciertas cosas, él no era un maleante ni mucho menos. Pero por el momento, solo había hecho de mula, yendo y viniendo con droga junto a unos atolondrados que se creían mucha cosa.

Aquel par no le inspiraban mucha confianza, su instinto le decía que no eran la clase de personas fieles o de palabra. Aquello lo mantenía alerta, solo por si se veía involucrado en algún problema involuntariamente. Pero más allá de eso, no le importaba demasiado, después de todo, solo estaría trabajando con ellos por un tiempo limitado.

Con lo único que seguía teniendo conflicto era con el hecho de portar aquella pistola que escondía en la cinturilla de su pantalón. Para su suerte no había tenido la necesidad de utilizarla hasta el momento y rogaba a quien sea que aquello continuara así.

Como habían estado en constante movimiento, esos días se había limitado a consumir merca(*), eso lo mantenía a raya pero sabía que tarde o temprano iba a necesitar su dosis de heroína. De hecho, esa misma mañana el Chelo le había dado lo suyo, pero en vez de quedarse allí para consumirla, decidió volver a su casa.

Se había tardado en volver para no tener que convivir con Aldana, solo esperaba que se hubiera aburrido y marchado, después de todo aquella casa no tenía ninguna comodidad para ofrecerle. Pero muy en el fondo esperaba encontrarla allí. De pronto, la idea de saberse solo de nuevo en aquella desolada casa no era tan de su agrado.

Abrió la puerta con manos temblorosas, su pulso desmejoraba mucho cuanto más tiempo llevaba sin consumir, algo que le resultaba muy molesto. Entró cerrando la puerta tras de sí con un portazo y observó su alrededor.

Lo primero que llamó su atención fue el olor a jazmín que entraba por sus fosas nasales. Aquello erizo su piel y le aceleró el corazón, provocando que tuviera que sostenerse de la pared tras sentir un leve mareo. Su cerebro no terminaba de procesar lo que sucedía y las sensaciones dentro de él solo lo confundían.

Añoranza. Tristeza. Esperanza. Dolor. Todo aquello se agolpaba en su pecho, estrujando su corazón con cada latido que este daba. Avanzó como pudo entrando de lleno al living, encontrando sus cosas acomodadas en un rincón. Sus frazadas estaba perfectamente estiradas y al costado había ropa doblada y otros elementos que antes estaban desparramados en perfecto orden.

Siguió avanzando hacia la cocina y como lo sospecho, encontró todo acomodado. Ninguna caja de pizza tirada, nada de platos y vasos sucios en la pileta. Sus ojos se posaron en la mesada, en medio de la cual había una botella de plástico cortada a la mitad con un ramo de jazmines dentro de ella.

Aquella maldita fragancia era más intensa en aquel lugar, revolviéndole el estomago de inmediato. Salió de allí y avanzó escaleras arriba con la intención de encontrar a Aldana. La furia crecía en su interior, haciéndolo apretar sus puños con fuerza y acelerando su respiración a medida que se acercaba a la que había sido su habitación.

Entró importándole bien poco en qué situación podría encontrarla, su modales habían sido descartados en el mismo momento que había puesto un pie dentro de esa casa. ¿Cómo se atrevía? ¿Quién se creía ella para venir a... a...?

Adictos SIN EDITAR Donde viven las historias. Descúbrelo ahora