Capítulo 32

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Sus ojos turquesa lo observaban con intensidad, podía leer el horror en su mirada. ¿Por qué lo miraba así? Al bajar la vista hacia sus manos lo supo, estas estaban manchadas de un intenso rojo. En su mano derecha sostenía un arma, la cual dejó caer asqueado. Pero el sonido de ésta al golpear el piso jamás llegó a sus oídos.

Estaba con el agua hasta las rodillas, solo que no era agua, era sangre. Mucha sangre. Al levantar la mirada ella ya no se encontraba allí. Ya no eran sus ojos los que lo observaban. Eran los de Mía y su mirada estaba apagada. Estaba pálida.

Asustado intentó alcanzarla, pero era inútil, la sangre que lo rodeaba no le permitía avanzar. Mía. Dios. ¿Qué había hecho? Estiraba sus brazos, quería sostenerla, abrazarla. Su respiración era cada vez más superficial, estaba entrando en pánico.

Damián...

Esa voz.

Es una pesadilla...

¿Estaba soñando?

Shh... vamos... despertate...

Y entonces abrió los ojos. Y allí estaban. Ese par de ojos turquesa que lo miraban, pero esta vez no había horror en ellos, solo angustia. Dolor. No podía soportar aquello por lo que desvió la mirada hacia otro lado. Observó a su alrededor, logrando reconocer la habitación donde se hallaba. En el marco de la puerta estaban Gabriel y la amiga de Aldana.

—Voy a buscar un vaso de agua —dijo Gabriel.

Él y la chica se retiraron de la habitación.

—¿Qué le pasa? —logró escuchar que preguntaba Julieta.

—Pesadillas. Las tiene desde que era chico —respondió Gabriel.

Pudo detectar la tristeza en su voz. Su amigo, aquel que había intentado luchar por él contra todos sus demonios. Aquel a quien obligó a rendirse declarándose como un caso perdido. Él había sido el único que lo había apoyado, que le había sostenido la mano intentando no dejarlo caer. Pero él había sido muy débil.

—¿Estás bien?

Aldana. Volvió a buscar sus ojos, pero esta vez no les rehuyó. Ahora estos denotaban preocupación. Estaba preocupada por él. Había soñado con esos ojos y estos habían visto el monstruo que habitaba en él. No quería contarle la verdad, no quería que ella también tratase de convencerlo de lo contrario. Él era un monstruo.

—Solo una pesadilla más del montón —dejó escapar de entre sus labios.

—¿Tenes muchas?

—Sí. Especialmente cuando llevo mucho tiempo sin consumir.

—Y... ¿De que tratan?

—Prefiero no hablar de eso.

—Quizás es eso lo que necesitas. Hablar podría ayudarte a superarlo. ¿Nunca probaste ir a un psicólogo?

Vaya se había ido a esos loqueros. Sus abuelos habían intentado ayudarlo enviándolo con diferentes especialistas. Incluso lo habían internado en una granja para drogadictos, pero nada ni nadie podía ayudarlo. La culpa era un peso demasiado grande para cualquiera, y la suya lo condenaba a sufrir de por vida.

—Sí, pero no me sirvió de nada Aldana. No se puede ayudar a alguien que no quiere ser ayudado.

—¿Y por qué no queres que te ayuden? ¿Por qué elegís sufrir?

—Porque es lo que me merezco.

Estaba convencido de ello. Él se merecía cada segundo de agonía que le tocara vivir. Aun así, era lo suficientemente cobarde como para rehuir de ello usando cualquier vía de escape que tuviera a mano.

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