Capítulo 8

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Camino a su casa, Aldana intentaba calmar su temperamento. Se repetía una y otra vez que le debía importar muy poco las palabras de Damián. Él no se merecía ni un segundo más de su tiempo, ya bastante había hecho por él y así lo había agradecido, echándola de su casa. Nunca en sus veintitrés años había vivido una situación similar.

Puede que él no le hubiera pedido su ayuda, pero no por eso debía tratarla de esa forma. Tampoco le daba derecho a juzgarla como lo hizo. Él no la conocía, no tenía idea sobre como era su vida, solo lo que cualquier persona podría juzgar por las apariencias. Y si había algo que la vida le había enseñado a Aldana era que las apariencias si engañaban.

Dejó el auto en el mismo lugar de siempre y se encamino a pie hacia su casa mientras se prendía un porro(*). La marihuana le ayudaba a relajarse y en ese instante lo necesitaba en demasía. Entro por el camino de tierra para luego acceder por la puerta escondida del patio trasero.

Había descubierto aquella puerta junto a Julieta cuando ambas eran unas adolescentes alocadas. Habían hecho uso de ella incontables veces, solo por vivir la adrenalina que les daba el hecho de estar haciendo algo prohibido. Pero lo cierto era que no había nadie allí que controlara sus idas y venidas. A nadie parecía importarle.

Una vez atravesó el jardín, ingresó por la entrada de servicio, le daba mucha flojera rodear la casa. Mientras caminaba bajo la mirada curiosa pero discreta de algunos empleados sacó su celular para enviarle un mensaje a Juli. Quería preguntarle qué había ocurrido en su ausencia.

Ni bien puso un pie en el hall principal supo que le esperaba un dolor de cabeza. Su padre se encontraba de pie mirando por la ventana que daba al frente de la vivienda. Llevaba un vaso de whisky en su mano derecha y un cigarrillo en la izquierda. Bufo por lo bajo e intento escabullirse hacia su habitación, pero su plan se vio frustrado de inmediato.

—Aldana —llamó su padre en un tono muy poco fraternal.

—Gonzalo —repuso ella en el mismo tono.

Gonzalo ni se inmuto ante la forma en que lo llamó su hija, estaba acostumbrado a ello.

—¿Se puede saber de dónde venís?

—No —contestó secamente mientras intentaba continuar su trayecto hacia su cuarto.

—No estoy de humor para tus niñerías. Contestame lo que te pregunte.

—Ya lo hice. Me preguntaste si se podía saber de dónde venía y te respondí que no. Ya soy mayor de edad, no tengo porque rendirte cuentas de todo lo que hago.

—¡No me vengas con pendejadas(*) Aldana! Si tanto te haces la superada entonces devolveme todas las tarjetas de crédito y andate de mi casa.

—Bien —dijo ella sin ánimos de pelear.

Siempre le echaba en cara su condición de mantenida, pero nunca cumplía con sus amenazas.

—Esta vez hablo en serio Aldana. Ya estoy cansado de tu actitud.

Aldana se detuvo a mitad de las escaleras y resopló sonoramente.

—¿Qué queres saber?

—Quiero saber dónde estuviste. Quiero saber porque mierda metiste a un tipo herido en mi casa. Quiero saber porque tu amiga montó todo ese espectáculo allá afuera.

—Fui a dar una vuelta. No tengo idea de quién me hablas. Juli no montó nada, choco porque es un desastre manejando.

Su padre la observo con evidente furia en su mirada. Sabía que estaba llevando su paciencia al límite, estaba provocándolo deliberadamente.

Adictos SIN EDITAR Donde viven las historias. Descúbrelo ahora