La tarde estaba cayendo y ella llevaba al menos veinte minutos esperando sentada en la puerta de la casa de Damián. No había tardado mucho en darse cuenta de que allí no había nadie. Miraba los alrededores preguntándose por vigésima vez si había hecho bien en ir hasta allí. Quizás debió hacerle caso a Julieta, pero para variar, se había dejado llevar por sus impulsos.
Luego de abandonar la casa de Sebastián había ido a la casa de su amiga, donde pasó lo que quedaba del fin de semana. Julieta había intentado convencerla por todos los medios de que hiciese las paces con su padre. Pero ella no quería, esta vez pensaba mantenerse firme, no volvería a aquella casa hasta que su padre le rogase que lo hiciese.
Pero para ello, debía esconderse por un tiempo, quería asustarlo. No sabía cómo ni si lograría su cometido, lo único que tenía en claro era que no pensaba dar el brazo a torcer.
Gonzalo nunca había sido una figura paternal, alguien presente en su vida, sino todo lo contrario. Era cierto que nunca le había faltado nada material, había tenido todo en cuanto había deseado. Todo, salvo su amor. De niña, aún cuando su madre todavía vivía con ellos, estaba siempre al cuidado de niñeras o empleados de la casa. Su madre no era precisamente cariñosa, solo le importaba su vida social y su apariencia.
Sus padres solo estuvieron casados hasta sus 8 años de edad, cuando, cansada de las constantes infidelidades, su madre le pidió el divorcio a su padre, llevándose una cuantiosa cantidad de dinero. Por supuesto, alegó no ser capaz de criar a su propia hija y desapareció sin más, sin dejar rastro.
Desde ese entonces desfilaron muchas mujeres, todas fingiendo interesarse en ella para ganarse el favor de su padre. Pero una vez que conseguían lo que querían, la ignoraban por completo. Aun así, no volvió a haber una nueva señora Mercuri.
El sonido de unas ruedas chirriando al doblar la esquina le hicieron levantar la mirada y dirigirla en aquella dirección. Un Fiat Uno que parecía estar en sus últimas freno de golpe frente a ella, llamando la atención de las personas que por allí se encontraban.
Tres personas bajaron entonces del vehículo, dos de ellas parecían salidos de alguna película de gánster de bajo presupuesto. El tercero era Damián, cuyo rostro estaba surcado por marcadas ojeras. El grupo llego hasta el portal de la casa, percatándose de su presencia recién entonces.
—Parece que te estaban esperando —dijo el de cabello oscuro.
—¿Qué haces acá? —preguntó Damián ignorando por completo al morocho.
—Necesito un favor —dijo Aldana con voz firme.
—Me parece que mejor dejamos a los tortolitos solos —dijo el rubio.
—Ella no es mi novia —sentenció Damián escupiendo cada palabra.
—Soy su hermana.
Aldana soltó aquellas palabras antes de siquiera procesarlas. Creyó que era mejor manifestar un parentesco ya que aquellos rostros no le infundían confianza alguna. Pero la expresión sombría en el rostro de Damián le hizo dudar de inmediato.
—A bue... ¿y cómo te llamas?
—Vos y yo. Adentro. Ya.
Damián estaba furioso, solo con ver los músculos de sus brazos tensos y su rostro contraído era suficiente evidencia.
—Tranquilo nene. No te la vamos a tocar.
—Resulto cuida el hermanito.
Damián se giro para dedicarles una última mirada y luego avanzo tomando a Aldana fuertemente del brazo. Abrió la puerta y la empujo dentro cerrando la puerta detrás de si de un portazo.
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Adictos SIN EDITAR
General FictionÉl estaba perdido. Hundiéndose lentamente en un pozo sin fondo del que no tenía intención de salir. Ella se sentía vacía. Intentando llenar ese hueco de cualquier forma que le fuera posible. Él no tenía un motivo por el cual luchar. Ella necesitaba...