Capítulo 45

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El sol de la tarde se filtraba a través de la ventana de la cocina, haciendo que el paisaje ante sus ojos se viera como salido de algún cuento de hadas. Las flores estaban floreciendo creando un hermoso escenario junto con algunas otras plantas que había plantado allí.

Su madre estaría feliz de ver su jardín florecer nuevamente, pensó. Una leve presión en su pecho se hizo presente, pero logró esbozar una sonrisa mientras intentaba evocar buenos recuerdos.

Su psicólogo le había dicho que debía trabajar en su duelo. Como todos los anteriores, le había dicho que no era culpable de todo lo que había sucedido, pero que era normal que sintiera culpa y que tuviese impulsos autodestructivos.

Según sus propias palabras, él ya había pagado por sus errores y era momento de darle un cierre a esa etapa de su vida. Debía dejar ir a sus seres queridos, dejarlos descansar en paz. Debía reemplazar cada recuerdo triste y doloroso por momentos felices que hubiese compartido con ellos. Que solo así lograría sanar sus heridas, aunque las cicatrices lo acompañaran hasta el final de sus días.

La pava comenzó a silbar indicando que el agua estaba en su punto de ebullición, por lo que la tomo y volcó parte de su contenido en la taza donde yacía un medida de café. El olor inundo de inmediato el ambiente. Se había vuelto adicto a aquella bebida, quizás por la necesidad de suplantar sus viejas adicciones por otras un poco menos nocivas. Pero en el fondo sabía que bebía café porque le hacía recordar a ella.

Tomó la taza y se dirigió al comedor donde un sofá de dos plazas se encontraba frente a una mesita ratona. No combinaban, pero al menos tenía donde sentarse a ver la tele que don David le había regalado hacía algunos meses. Según él, le hacía falta aquel aparato para estar e en conectado con el mundo exterior. Pero rara vez la veía.

Se sentó y se dedicó a tomar su infusión en cortos sorbos mientras sus pensamientos se perdían entre el vapor que emanaba de la bebida caliente, disfrutando del silencio que le brindaba su hogar en ese instante.

Había tenido que soportar varios meses siendo acosado incesantemente por los periodistas. La noticia de su falsa acusación había estado durante un buen tiempo rondando por todos los medios de comunicación, por lo que obtener una declaración suya era la primicia que todos se disputaban.

Todos querían saber si iniciaría algún tipo de acción legal contra el señor Mercuri por daños y perjuicios. Instintivamente se llevó la mano a su pómulo izquierdo, aún podía recordar el dolor que le produjo el golpe que le había propinado ni bien lo dejaron pasar a la sala donde se encontraba aquel día.

En algún punto los periodistas se habían cansado de sus evasivas y de su inexistente necesidad de aprovechar su momento de fama, por lo que dejaron de acosarlo cuando comprobaron que no obtendrían nada de él. Poco a poco pudo recuperar su anonimato, algo que agradeció desde lo más hondo de su ser.

A pesar de que había padecido esos meses de acoso, dio gracias a que no trascendiera nada sobre su pasado. Al parecer, al ser él la víctima no habían tenido la necesidad de hurgar en su vida en búsqueda de más mierda.

El timbre sonó trayéndolo al presente. Se levantó dejando la taza vacía en la mesita ratona y se dirigió hacia la puerta. Observó por la mirilla y sonrió al ver de quien se trataba.

—Hola hermano —dijo Gabriel ni bien tuvo a su amigo en frente— ¿Estás listo?

—¿Puedo terminar de desayunar?

Gabriel asintió mientras entraba a la casa. Damián cerró la puerta y le siguió los pasos.

—Pero mira qué lindo, cada vez se parece más a una casa —dijo Gabriel mientras se sentaba en el sillón.

Adictos SIN EDITAR Donde viven las historias. Descúbrelo ahora