Capítulo 40

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La intensidad con la que la miraba Damián la hizo perderse durante unos largos segundos, tanto así que le costó encontrar las palabras para seguir hablando.

—Ayer, mientras delirabas por la fiebre, me hablaste como si fuera Mía.

Damián frunció el ceño ante aquellas palabras, dando un paso hacia atrás debido a la sorpresa que estas le provocaron.

—¿Qué dije? —preguntó con cierta indecisión, como si no quisiera escuchar la respuesta realmente.

—Solo pediste perdón y dijiste que la extrañabas mucho.

Un atisbo de dolor surcó la mirada de Damián.

—No entiendo qué tiene eso que ver con lo que estábamos hablando.

Aldana cerró los ojos y tomó una profunda bocanada de aire, necesitaba juntar valor para lo que estaba a punto de decir.

—Después, antes de que... —Aldana resopló—. Me dijiste que mis ojos te recordaban a ella y que a veces te atormentaban... Y cuando vi tu mirada asustada después de que te bese creí que... creí que capaz vos solo me veías de esa forma.

—¿De qué forma? —preguntó Damián confundido.

Aldana bajó la mirada y la fijó en sus pies, sintiendo como sus ojos comenzaban a arder.

—Como alguien que te recuerda a ella.

Damián se acercó nuevamente a ella y con ambas manos tomó el rostro de Aldana para así unir sus miradas nuevamente.

—¿Crees que por eso me asuste?

Aldana asintió con sus ojos húmedos, la necesidad por llorar era tan inmensa que la perturbaba. Todavía no era capaz de comprender la intensidad con la que se veía afectada respecto a él.

—Lamento recordarte tanto a ella, no quiero sumarte más dolor, no con todo lo que cargas sobre tu espalda.

Damián negó lentamente para luego acercar su rostro hasta el de ella y así depositar un suave beso sobre sus labios. Apoyó su frente en la suya y la miró a los ojos. Aldana se veía claramente sorprendida por lo que acababa de hacer.

—Tus ojos sí me recuerdan a Mía, tanto que a veces me pone la piel de gallina y no soy capaz de sostenerte la mirada. Pero no fue eso lo que me asustó.

Tragó saliva mientras se perdía en la inmensidad de aquel mar turquesa.

—Me asusta la forma en que me afectas, me asusta sentirme a gusto con vos cuando ni siquiera soy capaz de sentirme a gusto conmigo mismo. Me asusta notar como la necesidad de querer estar a tu lado crece día a día. Me asusta sentirme tan vivo cada vez que discutimos. Me aterra todo esto que me está pasando y no puedo entender cómo es que conociéndote de hace tan poco tiempo te estés colando en mi vida de esa forma.

Aldana cerró los ojos y un par de lágrimas se deslizaron por sus mejillas.

—Yo estoy igual Damián, nunca me sentí así con nadie. No tengo idea que es lo que me pasa con vos, solo sé que quiero cuidarte, quiero verte bien porque no soy capaz de soportar verte sufrir de este modo. 

Damián volvió a unir sus labios, pero esta vez ambos se dejaron llevar por aquel torbellino de emociones que los embargaba. Sus labios se rozaban con suavidad, mientras sus alientos eran contenidos debido a que estaban demasiado apabullados por lo que aquel beso provocaba en ambos.

—Soy un desastre —dijo Damián sobre sus labios.

—Mi vida es un caos —acotó ella con una leve sonrisa.

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