Aquellas palabras habían escapado de su boca casi sin procesarlas. Eran ciertas, vaya si lo eran. La sensación de asfixia que le provocaba la abstinencia era tan arrolladora que se le hacía muy difícil sobrellevarla. Anulaba todos sus pensamientos coherentes convirtiéndolo en un prisionero de la desesperación.
Por eso había entrado allí en primer lugar. Por eso había olvidado cerrar con llave. Por eso ahora estaban ambos allí. Solo había actuado por impulso y no había tenido en cuenta las consecuencias. Mantuvo la vista fija en sus manos, no quería mirarla, estar en aquel lugar le afectaba más de lo que era capaz de admitir. Y que ella estuviera allí lo hacía más difícil. Se maldijo internamente por haber sido tan estúpido.
Llevaba demasiado tiempo sin entrar a su habitación, de hecho, había permanecido cerrada desde que su abuela falleciera cuatro años atrás. Ella solía entrar y limpiar, pero él jamás se atrevía a poner un pie dentro. Solo llegaba hasta el umbral, sin poder dar un paso más.
—¿Por qué te drogas?
La voz de Aldana lo sacó de sus cavilaciones, Aún contra su voluntad, levantó la mirada hasta fijarla en la de ella. Aquellos ojos, eran tan bonitos que podría observarlos por una eternidad. Pero al mismo tiempo le provocaba un escalofrío difícil de ignorar.
—¿Por qué lo haces vos? —retrucó él señalando el porro apagado que aún sostenía en su mano derecha.
—¿Esto? —dijo Aldana levantando su mano—. Me ayuda a relajarme. Pero dudo mucho que lo que busques sea relajarte, al menos no lo parece.
—¿Y qué es lo que parece? Seguro solo me ves como un pobre chico que se droga porque detesta la vida, porque es lo que le toco por ser quien es, porque nada bueno se puede esperar de alguien como él ¿No? —soltó aquellas palabras con furia contenida—. Todos suelen ser bastantes prejuiciosos al respecto, hablan sin saber.
Odiaba la forma en que todos lo juzgaban, aunque de cierta forma se había acostumbrado a ello. No entendía porque le molestaba tanto que Aldana pensara de esa forma sobre él.
—Esas son tus palabras, jamás dije ni mencione nada parecido, el que está siendo bastante prejuicioso sos vos —dijo Aldana.
La irritación teñía su voz y su mirada se había tornado algo dura.
—Como sea —dijo Damián levantando ambos hombros para demostrar su indiferencia.
Aldana bufo por lo bajo antes de ponerse en pie y dedicarse a inspeccionar un poco más la habitación donde se encontraban. Aquello le causó escalofríos.
—Jamás me hubiera imaginado todo esto —dijo Aldana señalando todo a su alrededor—. Pensé que tenías algún secreto sucio escondido aquí adentro. No entiendo porque tanto misterio.
Damián se incorporó intentando parecer indiferente, la necesidad por salir de allí crecía a cada segundo que pasaba.
—Tengo hambre —dijo para cambiar de tema.
Lo que menos tenía en ese momento era apetito.
—La de la foto, era tu hermana ¿No? ¿Esta era su habitación?
Damián sintió como su piel se erizaba por completo y un sabor amargo invadía su boca. Tomo a Aldana por los hombros y la empujó intentando no ser muy brusco hasta salir ambos de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.
Tanteo sus bolsillos ante la curiosa mirada de Aldana hasta dar con la pequeña llave dorada y se giró para introducirla en el orificio correspondiente para luego darle dos vueltas. Permaneció unos segundos dándole la espalda, no quería dejar ver sus emociones, no quería que intuyera cuanto lo había afectado estar allí, con ella.
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Adictos SIN EDITAR
General FictionÉl estaba perdido. Hundiéndose lentamente en un pozo sin fondo del que no tenía intención de salir. Ella se sentía vacía. Intentando llenar ese hueco de cualquier forma que le fuera posible. Él no tenía un motivo por el cual luchar. Ella necesitaba...