Capítulo 31

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El cielo se tornaba lentamente de un intenso dorado, ahuyentando la oscuridad y ocultando así por las siguientes horas el brillante fulgor de las estrellas. El penetrante olor a vegetación inundaba todo alrededor, el aire era tan puro que era un placer tomar profundas bocanadas.

Aldana observaba aquel bello amanecer recostada en la hamaca paraguaya que colgaba de dos de los más frondosos árboles que había en la parte trasera de la casa de campo. No había podido dormir más que un par de horas, a las cuales había sucumbido debido al cansancio con el que cargaba. Pero le fue imposible retomar el sueño una vez abrió sus ojos en medio de la oscuridad de su habitación.

Luego de que Damián soltara aquella confesión, que si bien fue un susurro llegó a sus oídos, se metió en su cuarto dejándola sola en aquel vacío pasillo. No pudo reaccionar durante varios minutos, los cuales le asemejaron a horas, hasta que finalmente arrastro sus pies hasta una de las habitaciones vacías.

Una vez en aquella fría cama se preguntó una y mil veces más que había querido decir con aquel comentario, pero no fue capaz de llegar a alguna conclusión que la convenciera. Porque era imposible que ella le importase de algún modo, eso no podía ser posible. Nadie la quería realmente. ¿Por qué lo haría él?

La única persona que realmente la quería era Juli, su mejor amiga, su hermana del alma. Aunque esta vez había logrado que realmente se enojara con ella. Todas aquellas palabras que le había soltado la noche anterior no eran más que verdades que se negaba a oír. No es que fuera necia, tampoco que no fuera consciente de las consecuencias de sus actos, solo que no quería afrontar la realidad. Porque aquello implicaba afrontarse a sí misma.

Desde que tenía uso de la razón había odiado ser quién era. Su vida, lejos de ser un cuento de hadas como la mayoría creía, había sido la peor de sus pesadillas. No todo fue terrible, debía reconocer que había tenido varios momentos buenos, pero estos no duraban lo suficiente como para hacerle experimentar la felicidad plena. Ese era el mayor de sus dilemas, no sabía que se sentía ser feliz.

Fue esa la razón por la cual comenzó a llevar una vida desenfrenada, actuando de formas indebidas sin medir consecuencias. En su eterna búsqueda de aquello que llamaban felicidad no había encontrado más que superficialidad, conveniencias, egoísmos e intereses.

Ser quien era le abría muchas puertas, le permitía obtener todo aquello que deseara sin siquiera mover un dedo. Pero ni todo el dinero y fama del mundo le brindaba aquello que más anhelaba. Aún así, continuaba con aquella conducta desmedida arrastrando consigo a la única persona que realmente valía la pena en su vida. Julieta.

Había puesto en riesgo su vida y su bienestar más veces de las que podía recordar. Y a pesar de ello, ella la había seguido por tierra y agua sin importarle las consecuencias. Diablos, estaba segura que la habría seguido hasta al mismísimo infierno si se lo hubiese pedido.

Se removió inquieta en la hamaca, su cabeza pulsaba del cansancio amenazándola con una jaqueca que no tardaría mucho en llegar. Pero aún así, sus cavilaciones no le permitían ni un minuto de paz, tenía demasiados asuntos en mente. Las últimas vivencias habían asemejado una montaña rusa emocional, estaba confundida, no sabía cómo lidiar con aquellas nuevas emociones que la embargaban.

—¿Interrumpo?

Aquella voz masculina interrumpió la línea de sus pensamientos, haciéndole incorporarse con movimientos torpes que casi provocaron que cayera al piso de bruces.

—Perdón —dijo Gabriel—. No fue mi intención asustarte.

—Está bien, no te preocupes, estaba algo perdida en mis pensamientos, no te escuche acercarte.

Adictos SIN EDITAR Donde viven las historias. Descúbrelo ahora