Capítulo 12

160 18 18
                                    

El olor a pizza que desprendía la caja ubicada en el asiento de acompañante estaba haciendo su tarea de conducir de regreso algo difícil. Estaba famélica, llevaba muchas horas sin ingerir bocado y el haber fumado marihuana mientras esperaba a Damián no ayudaba a la causa.

Pensó fugazmente en tomar una porción y engullirla de un solo bocado, pero las buenas costumbres que le habían sido inculcadas por su profesora de etiqueta hicieron que descartara la idea rápidamente. Aquello le causo gracia, ya que lo que menos había hecho a lo largo de su adolescencia había sido guardar la compostura.

Estaciono el auto en la puerta de la casa de Damián, bajando rápidamente con las bolsas de lo que había comprado. Había aprovechado mientras preparaban su pedido para pasar por un pequeño supermercado ubicado a dos locales de la pizzería. Allí compró una cerveza, un agua mineral, algunos artículos de aseo personal y unos sobres de café instantáneo.

Creía que con eso podría sobrevivir hasta la mañana siguiente antes de sentarse a pensar bien cuál sería su siguiente paso. A pesar de que aquella casa no había sido lo que esperaba, seguía creyendo que era su mejor opción. Nadie la buscaría allí. Ni siquiera Juli, a pesar de su insistencia, sabía a dónde había ido.

Entro despotricando mientras hacía malabares con la caja y las tres bolsas. Pero todo cayó estrepitosamente al piso ni bien puso un pie dentro de la casa. Fueron unos gritos desesperados lo que le provocaron un susto de muerte. La penumbra no le permitía ver más allá de un par de metros por delante de ella, por lo que solo le quedaba adivinar lo que sucedida.

El primer escenario que acudió a su mente fue que Damián estuviera siendo atacado nuevamente, pero aquellos gritos no eran de dolor, al menos no físico. Agudizo el oído intentando identificar algún otro sonido, pero nada más que los lamentos de Damián llegaban a ella.

Cabía la posibilidad de que el o los intrusos se hubieran escondidos al alertarse de su llegada, no había sido muy silenciosa precisamente. Aquel pensamiento sembró miedo en su interior, pero aún así decidió internarse en aquella casa. Sacó el celular de su bolsillo trasero y prendió la linterna, un haz de luz se hizo lugar ante aquella oscuridad.

Dio algunos pasos inseguros mientras intentaba alumbrar sus alrededores con la intención de identificar alguna amenaza, pero fue cuando diviso a Damián que se dio cuenta de lo que sucedía. En un rincón estaba él removiéndose sobre las frazadas amontonadas en el piso, soltando gemidos lastimeros.

—Yo no quise...no quise... —llorisqueó Damián.

Aquellas palabras estaban cargadas de pena. Aldana se acercó hasta donde él se encontraba y se agacho a su lado. Dudo brevemente antes de actuar, no sabía si estaba haciendo bien pero sea lo que sea que estaba soñando estaba afectándolo demasiado.

—Ey...shh...tranquilo —dijo depositando el celular a un costado.

Apoyó una mano sobre su pecho y otra sobre su rostro.

—Damián...despertate...es solo una pesadilla.

Damián se removió un poco más entresueños antes de abrir sus ojos, al verla se incorporó rápidamente quitándose de encima las manos de ella de un brusco movimiento. Retrocedió un poco arrastrando su cuerpo con sus piernas flexionadas, sus ojos la miraban con terror, sus manos temblaban y su respiración estaba agitada.

—¿Estás bien? —preguntó Aldana.

Él tardo unos segundos en reaccionar, todavía preso de los destellos del mal sueño. Cuando se mostró más calmado, se levantó y se dirigió a la cocina ignorándola intencionadamente.

Adictos SIN EDITAR Donde viven las historias. Descúbrelo ahora