El lunes llegó demasiado pronto para Damián. Las últimas 36 horas se le habían esfumado de entre los dedos, tiempo perdido que poco le importaba recuperar. Cuando despertó, no tardo mucho en reconocer el lugar donde se encontraba. Estaba recostado de espalda sobre una alfombra negra ubicada en medio del living de la casa del Tano. A su alrededor habían un par de personas aún inconscientes.
El sol iluminaba los alrededores, entrando en grandes caudales por las ventanas con las cortinas descorridas. Llevaba el torso desnudo, su pelo se pegaba a su frente y olía a orín. Esa era la parte que más le disgustaba de todo aquello, lo hacía sentir miserable.
Se incorporo lentamente y se acomodó en uno de los sillones que allí había. Contemplo los alrededores, la casa estaba sumida en un profundo silencio. Apoyó los codos en sus rodillas y luego escondió su cabeza entre sus manos. Resoplo cansinamente, sabía que ahora debía afrontar la parte que más lo afligía. El estar cien por ciento consciente de sí mismo.
El sonido de una puerta abriéndose llamó su atención, al levantar la mirada observó a Chelo ingresar a la casa. Se detuvo unos segundos en su rostro inexpresivo, notando como aquella cicatriz resultaba aún más impactante cuando la luz del sol se reflejaba sobre ella.
—El Tano me dijo que vas a trabajar con nosotros por un tiempo.
Contempló a Chelo darle la espalda para quitarse su abrigo y dejarlo sobre una silla que había en un rincón. Al girar su rostro en su dirección le dedico un asentimiento como toda respuesta, no se creía capaz de articular palabra todavía.
—Bien, primero necesitas un baño, te ves para la mierda. Vení que te doy algo de ropa así te duchas.
No hacía falta que se viera a un espejo, sabía que su aspecto era deplorable. Se incorporó y caminó detrás de Chelo, quién ya avanzaba por el pasillo que conducía a la oficina del Tano. Éste ingresó a una de las habitaciones y luego salió con ropa en sus manos.
—Ahí tenes el baño —dijo señalando una puerta frente a donde se encontraban.
—Gracias —dijo con voz rasposa.
Damián tomó la ropa que le tendía y se introdujo en el baño. El lugar era un desastre, estaba todo sucio, el inodoro tenía demasiado sarro y había un tacho que rebalsaba de basura. Incluso había algunos preservativos y jeringas usadas a un costado de la pileta.
Abrió despacio la roída cortina de la ducha con temor a lo que allí podría encontrar, pero solo fue más de lo mismo, sarro y suciedad. Sin más opción, abrió la ducha y comenzó a quitarse lentamente la poca ropa que aún llevaba puesta.
Observó las vendas que cubrían su torso, tenían una pequeña mancha amarillenta y al sacarlas pudo comprobar que uno de los puntos estaba enrojecido y estaba supurando levemente. La herida no le dolía demasiado, pero sabía que si se le llegaba a infectar podría ser peligroso.
De todos modos, no había mucho que pudiera hacer al respecto en ese momento más que lavarse con agua y jabón la zona. Al salir del baño, se dirigió nuevamente al living donde Chelo y otros dos hombres que solo conocía de vista lo esperaban.
—El es Juanjo y el rubio es Gastón —los presentó Chelo—. Vas a ir con ellos a Ciudad Chica a entregar unos paquetes.
Chelo se acercó hasta la mesa ubicada a un costado de la habitación y agarro un par de bolsas y un arma. Se acercó a Damián y le tendió las cosas.
—No uso armas —protestó Damián.
—No vas a venderle pastillitas a unos niños. Acá te tenes que hacerte respetar. O la usas, o te hacen boleta(*).
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Adictos SIN EDITAR
General FictionÉl estaba perdido. Hundiéndose lentamente en un pozo sin fondo del que no tenía intención de salir. Ella se sentía vacía. Intentando llenar ese hueco de cualquier forma que le fuera posible. Él no tenía un motivo por el cual luchar. Ella necesitaba...